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Infancia y Juventud


Enviado por   •  27 de Febrero de 2014  •  2.048 Palabras (9 Páginas)  •  222 Visitas

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Infancia y Juventud

Rico al nacer, lo fue también el párvulo Simón Bolívar cuando al año, cuatro meses y ocho días de haber sido bautizado, o sea el 8 de diciembre de 1784, el canónigo don José Félix Aristeguieta le adjudicó un cuantioso vínculo(1). Dos años y medio más tarde muere el coronel Bolívar (19 de enero de 1786), que-dando el niño y sus hermanos bajo la tutela de la madre. Mas, como la ley espa-ñola en tales casos favorecía los derechos del privilegiado, la Audiencia de Santo Domingo, al tener noticia nombró al licenciado don Miguel Joseph Sanz, célebre abogado de Caracas, de treinta y cuatro años edad, tutor ad litem del huérfano que apenas contaba cinco.

El mismo Bolívar nos ha dado preciosas informaciones respecto a su primera educación, en una carta dirigida a Santander de Arequipa, el 20 de mayo de 1825,en la cual, refiriéndose a la obra del viajero francés Mollien(2), le dice: «Lo que dice (Mollien) de mí es vago, falso e injusto. Vago, porque no asigna mi capaci-dad; falso, porque me atribuye un desprendimiento que no tengo; e injusto, porque no es cierto que mi educación fue muy descuidada, puesto que mi madre y mis tutores hicieron cuanto era posible por que yo aprendiese, me buscaron maestros de primer orden en su país. Robinson, que usted conoce, fue mi maestro de primeras letras y gramática; de bellas letras y geografía, nuestro famoso Bello; se puso una academia de matemáticas sólo para mí por el padre Andújar, que estimó mucho el barón de Humboldt. Después me mandaron a Europa a continuar mis matemáticas en la Academia de San Fernando; y aprendía los idio-mas extranjeros con maestros selectos de Madrid; todo bajo la dirección del sabio marqués de Ustaris, en cuya casa vivía. Todavía muy niño, quizá sin poder apren-der, se me dieron lecciones de esgrima, de baile y de equitación. Ciertamente que no aprendí ni la filosofía de Aristóteles, ni los Códigos del crimen y del error; pero puede ser que Mr. de Mollien no haya estudiado tanto como yo a Lock,Condillac, Buffon, D’Alembet, Helvetius, Montesquieu, Mably, Filanger,Lallandes, Rousseau, Voltaire, Rollin, Berthel y todos los clásicos de la antigüedad, así filósofos, historiadores, oradores y poetas; y todos los clásicos modernos de España, Francia, Italia y gran parte de los ingleses. Todo esto lo digo muy confidencialmente para que no se crea que su pobre Presidente ha recibido tan mala

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educación como dice Mr. Mollien, y, aunque por otra parte yo no sé nada, no he dejado, sin embargo, de ser educado como un niño de distinción puede serlo en América bajo el poder español(3).»

Insoportable apareció desde su tierna edad el niño Simón Bolívar —refiere un ilustre cronista caraqueño. No podían con él ni la madre, ni el abuelo,ni tíos, pues obedecía a sus intentos y caprichos, se burlaba de todo, haciendo lo contra-rio de cuanto se le aconsejaba. Inquieto, inconstante, voluntarioso, audaz, poseía todas las fuerzas del muchacho a quien le han celebrado sus necedades, haciendo le aparecer como cosa nunca vista.

Ni se le regañaba, y menos se le castigaba por sus numerosas faltas, siendo

inaguantable ante su propia familia y extraños.

En tan triste situación pensó la madre el niño, cuando éste cumplió los seis años, confiar su educación a un maestro de sanas ideas que pudiera dulcificar su carácter, y escogió para ello al mismo tutor Sanz, quien después de muchas excusas aceptó al fin, llevándose el niño a su casa para que viviera allí como uno de sus hijos. Entre el pupilo y el tutor mediaban treinta años de edad, lo suficiente, al parecer, para que el buen señor pudiera imponerse a un discípulo tan tierno. Al instalarse el niño en la casa del tutor, comenzó el padre Andújar, capuchino muy erudito, a enseñarle los rudimentos de religión, moral, historia sagrada, que sabía

educación como dice Mr. Mollien, y, aunque por otra parte yo no sé nada, no he dejado, sin embargo, de ser educado como un niño de distinción puede serlo en América bajo el poder español(3).»

Insoportable apareció desde su tierna edad el niño Simón Bolívar —refieren ilustre cronista caraqueño. No podían con él ni la madre, ni el abuelo, ni tíos, pues obedecía a sus intentos y caprichos, se burlaba de todo, haciendo lo contra-rio de cuanto se le aconsejaba. Inquieto, inconstante, voluntarioso, audaz, poseía todas las fuerzas del muchacho a quien le han celebrado sus necedades, haciendo le aparecer como cosa nunca vista.

Ni se le regañaba, y menos se le castigaba por sus numerosas faltas, siendo

inaguantable ante su propia familia y extraños.

En tan triste situación pensó la madre el niño, cuando éste cumplió los seis años, confiar su educación a un maestro de sanas ideas que pudiera dulcificar su carácter, y escogió para ello al mismo tutor Sanz, quien después de muchas excusas aceptó al fin, llevándose el niño a su casa para que viviera allí como uno de sus hijos. Entre el pupilo y el tutor mediaban treinta años de edad, lo suficiente, al aparecer, para que el buen señor pudiera imponerse a un discípulo tan tierno. Al instalarse el niño en la casa del tutor, comenzó el padre Andújar, capuchino muy erudito, a enseñarle los rudimentos de religión, moral, historia sagrada, que sabía mezclar con graciosas historietas destinadas a captarse las simpatías del discípulo. Correspondían al tutor las amonestaciones, los consejos, los castigos y hasta las amenazas, pues Simoncito se reía de todo el mundo, a nadie obedecía, no gustándole sino los aplausos necios que provocaban sus travesuras.

En los primeros días el tutor se manifestó suave y cariñoso, pero a medidaque este método fue siendo ineficaz, el tutor fue acentuando las amonestacioneshasta que llegó a mandar con carácter paternal e imperativo.

—Cállese usted y no abra la boca, le decía Sanz, cuando en la mesa quería el

niño tomar parte en la conversación. Y el muchacho, aparentando cierta seriedad,

dejaba el cubierto y se cruzaba de brazos.

—¿Por qué no come usted? —pregunta el licenciado.

—Usted me manda que no abra la boca.

—Usted es un muchacho de pólvora —replica el tutor

Huya, porque puedo quemarlo —contesta Bolívar—. Y muerto de risa se

dirige

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