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Los Sofistas De La Paz


Enviado por   •  29 de Noviembre de 2013  •  2.425 Palabras (10 Páginas)  •  289 Visitas

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LOS SOFISTAS DE LA PAZ

Y EL TAMAÑO DEL BATRACIO

(Pablo Enciso*)

Los colombianos todavía no dimensionamos debidamente el alcance de lo que está pasando en la Habana. Ciertamente, en medio del pulso político entre “amigos y enemigos” del proceso, es difícil analizar el tema con objetividad. Hay muchos sentimientos encontrados y las pasiones se liberan fácilmente. No es algo que se circunscribe únicamente al proceso, nos cuesta sin duda trabajo ser objetivos en diferentes materias y frentes, dejar de lado la tendencia a dividir en vez de sumar. Bien es cierto que históricamente siempre nos ha sido más natural formar bandos que forjar unidad. Según Mauricio García Villegas, citado en una reciente columna de Eduardo Posada Carbó: “Colombia es un país dividido por la geografía, por la historia y por las ideologías. Aquí los grandes consensos y los proyectos de sociedad han escaseado tanto como la nieve”1. ¡No podía estar mas acertado¡

Natalia Springer piensa, desde la perspectiva de este análisis acertadamente, que estamos padeciendo uno de los efectos más perversos de los procesos de paz: “me refiero a ese activismo que desalienta todo sentido crítico, esa suerte de síndrome de Estocolmo que hace olvidar que el enemigo es el que está sentado al otro lado de la mesa y no el que le demanda al Estado que honre su deber de hacer justicia”2.

Dejando de lado los temas de la cultura y la idiosincrasia local, los retos que plantea este proceso son de una enorme complejidad. Una empresa de esta naturaleza, implica de cierta manera un cambio cultural, un cambio de manera de pensar, cierta disposición a romper paradigmas, entender que hay zonas grises y que no todo es siempre blanco o negro. Es mas fácil decirlo que aplicarlo, por supuesto, estamos desafortunadamente más acostumbrados a los extremos radicales.

En este tipo de coyuntura, idealmente todos ponen, como en el caso de la pirinola de Antanas Mockus. El asunto sin embargo es que por lo general predominan las posiciones desafiantes y de fuerza, basta solo con escuchar a Márquez, Paris y demás para percatarse. El trabajo cooperativo nunca ha sido una virtud del colectivo y el tejido social es débil o inexistente. Las relaciones sociales, por lo general, se basan en la desconfianza. James Robinson en “Colombia: Another 100 Years of Solitude?, citado en una reciente columna por el ex Ministro Rudolf Hommes, “le atribuye la mayoría de los males que nos aquejan, como han sido la guerrilla, los paramilitares, la droga, las bandas criminales, los desplazados y la violencia, a la organización disfuncional de la sociedad. En su concepto todo esto se ha derivado de la forma como se ha gobernado y se gobierna el país”3.

1 DIVIDIDOS, SIEMPRE DIVIDIDOS?. Jueves 18 de abril de 2013. El Tiempo. Sección Opinión.

2 LO INNEGOCIABLE. Lunes 20 de mayo de 2013. El Tiempo página 25.

3 LAS DOS COLOMBIAS. Viernes 10 de mayo de 2013. El Tiempo, Página 23.

La pregunta pertinente en este momento no es ¿si queremos la paz? ¡Por supuesto que todos queremos la paz¡ Las preguntas pertinentes son más bien: ¿Es realmente la paz un resultado posible de este proceso? ¿Cuál es el costo que estamos dispuestos a pagar? ¿Hasta dónde estamos dispuestos a ceder para lograrla? Quizá más coloquialmente: ¿Cual es el tamaño del batracio que estamos dispuestos a deglutir? Como para variar, no hay ni habrá por supuesto consenso al respecto. Francisco Gutiérrez columnista de El Espectador señala al respecto: “¿qué tanta impunidad tolera un proceso de paz? La pregunta ha estado entre los primeros puntos de la agenda del debate público colombiano en las últimas semanas. Entre quienes han manifestado su angustia por los costos de la paz hay distintas clases de personas. Están los abiertos enemigos del proceso, como el Procurador General de la Nación y varios líderes de opinión. Pero también hay otros numerosos observadores con preocupaciones genuinas” 4.

Alejandro Éder, Director de la Agencia Colombiana para la Reintegración, deja entrever algún grado de frustración en una reciente entrevista: “el país sigue sin entender que de este programa depende la paz de Colombia”. Y agrega que “la paz tienen un costo y debe ser asumido por todos”. Según él, su agencia esta lista para recibir desmovilizados; pero la sociedad, no. En un hipotético post-conflicto esto puede marcar una enorme diferencia.

Patricia Lara señala la otra cara de la moneda: “si bien la sociedad tiene que hacer un gran esfuerzo para acoger a quienes dejen las armas, y no estigmatizarlos, el Estado no puede, al comienzo del proceso de reinserción y mientras los desmovilizados dan pruebas de que saben vivir en paz en medio de una comunidad, endilgarle al sector privado la responsabilidad de emplearlos en sus empresas. Es muy comprensible que los empresarios teman tener tan cerca a personas que se acostumbraron a usar las armas para obtener sus fines”5.

La paz, vale en este punto decir, es más una quimera que una realidad. Aún en el caso de la firma hipotética de un acuerdo, paz definitiva no habrá y los retos del post-conflicto podrían ser de similar, o incluso, de mayor envergadura; retos para los cuales cabe preguntarse ¿si el Estado, las empresas y la sociedad en general, están preparados? tiene por otra parte el Estado Colombiano ¿la capacidad de consolidar integralmente el territorio y los espacios que hipotéticamente dejarían los insurgentes? (en este país sobran los interesados en llenarlos).

Difícil ser optimistas al respecto del rol estatal en un escenario post conflicto, el columnista Daniel Samper Pizano anotaba recientemente: “me aterra que no caigamos en cuenta de que Colombia atraviesa un estado brutal de descomposición….y de que todos los síntomas sumados retratan un grado de

4 ALTERNATIVAS. Viernes 17 de mayo de 2013. El Espectador. Página 31.

5 ¡A EMPLEAR A LOS REINSERTADOS, SEÑOR ESTADO¡. Viernes 17 de mayo de 2013. El Espectador. Página 30.

corrupción que exige medidas radicales inmediatas”6. El poder judicial por otro lado, y los entes de control, cuyo rol protagónico en una etapa post conflicto es clave, está sumido en una profunda crisis. El Procurador y el Fiscal, sus figuras más representativas, juegan a la política. La aplicación de justicia en Colombia no funciona, el común de la gente no cree en el sistema (de los altos magistrados para abajo), y como consecuencia, no se denuncia, creándose un círculo vicioso que solo favorece a quienes están dispuestos a actuar al margen de la ley. Al respecto,

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