MIGRACION EN HONDURAS
Joncruz199116 de Noviembre de 2014
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MIGRACION EN HONDURAS
Según la Oficina en Washington para América Latina (WOLA), entre octubre de 2013 y junio de 2014 más de 52 mil niños sin acompañantes y sin documentación cruzaron la frontera hacia Estados Unidos. Esa cifra sobrepasó los 60 mil apenas un mes después, y si el ritmo continúa como hasta ahora, al finalizar el año 2014 el número de niños migrantes no acompañados podría llegar a los 100 mil. La mayoría son de nacionalidad hondureña. El fenómeno ha puesto en jaque a las instituciones del gobierno de Estados Unidos, obligándoles a mirar la realidad centroamericana y a identificar los resortes de la pobreza y de la violencia y sus destructivas dinámicas.
Uno tras otro llegan a Honduras aviones procedentes de Estados Unidos. Aunque son aviones de pasajeros, no son vuelos comerciales ni llegan con turistas, ejecutivos o visitantes. Cada avión viene lleno de niños. Sin perder una sonrisa que indica que no miden la magnitud de la tragedia, son recibidos por manos caritativas y rostros compungidos. Los suben a autobuses que con mucha diligencia el gobierno proporciona, y con no más de 100 dólares, son enviados junto con sus acompañantes, si es que los tienen, a sus lugares de origen. Vienen deportados de alguno de los refugios a los que llegaron en Estados Unidos.
Mientras la Primera Dama, Ana García de Hernández, y los funcionarios públicos que la cortejan, se enternecen ante los niños que viajan solos y regresan deportados, mientras algunos pastores y religiosos culpan a padres y madres por irresponsables y hablan de la desintegración familiar, basta adentrarse en la reciente historia hondureña para descubrir las causas que explican este fenómeno, que no puede ver reducido su tratamiento a la deportación, como lo hace el gobierno de Estados Unidos, ni analizado moralistamente, como lo hacen algunas iglesias, ni promovido como tema para la condolencia caritativa sentimental, como lo hacen funcionarios y políticos.
LA COPA REBALSÓ
Hace cerca de tres décadas los neoliberales nos dijeron que no era responsabilidad del Estado meterse en la economía, que había que apretarse el cinturón durante unos años, que había que confiar en los inversionistas nacionales y transnacionales porque al final la copa acabaría derramando beneficios para toda la sociedad y su derrame llegaría por fin a los pobres. “Para todos alcanza cuando no lo arrebatamos”, dijo alguna vez uno de aquellos apologetas del neoliberalismo.
En efecto, la copa ha rebalsado y mucho más de la cuenta. Hace aguas por todas partes. Pero no son beneficios los que rebalsa, sino calamidades. Nunca nadie pudo imaginarse que esas promesas neoliberales se cumplirían exactamente a la inversa. El drama de los niños migrantes no acompañados es la expresión extrema del derrame de la copa. Aunque hoy los políticos hondureños y el gobierno de Estados Unidos se rasgan las vestiduras, la masiva migración de niños y su consiguiente detención y deportación está en íntima correspondencia con el derrame prometido por los neoliberales. Esta realidad es un fenómeno social y político con raíces económicas, sociales, históricas y políticas que conviene rastrear.
ESTÁN DETRÁS CINCO FACTORES
La migración de niños no acompañados viene precedida del fenómeno de la migración de quienes no son niños. Al menos cuatro factores, unos ya lejanos en el tiempo, otros permanentes, todos muy bien identificados, derramaron la copa. Uno fue el impulso del proyecto neoliberal con los llamados ajustes estructurales de la economía, en los comienzos de la década de los 90, durante el gobierno de Rafael Leonardo Callejas. Después fue el huracán Mitch, que impactó el territorio hondureño a fines de 1998, dejando devastada la infraestructura, la producción, la economía y a la mayoría de la sociedad hondureña.
Vinieron después los Tratados de Libre Comercio aprobados en los comienzos del presente siglo, que colocaron a la enclenque economía hondureña en situación de absoluta dependencia y precariedad frente a las economías de Estados Unidos, Canadá y la Unión Europea. De remate, llegó el golpe de Estado de junio de 2009, que culminó con un proceso de conflictividad entre dos maneras de entender la administración del Estado y abrió dinamismos de mayor inestabilidad y deterioro en la sociedad. Finalmente, la corrupción y la impunidad de los políticos y los funcionarios públicos que han usado los bienes del Estado como un botín hasta agotarlo, han dejado en la mayor indefensión a esos pobres a los que los neoliberales prometieron beneficiarse de la copa derramada.
LOS AJUSTES NEOLIBERALES: “A APRETARNOS LA FAJA”
Hace un cuarto de siglo, el Presidente Callejas, tan pronto comenzó su mandato decidió “ajustar” la economía, el Estado y la vida de toda la sociedad a los requerimientos del modelo neoliberal. Fue el tiempo de entusiastas expresiones de los grandes empresarios: “Sudemos la camiseta por Honduras”, “Sacrifiquémonos hoy para disfrutar mañana”, “Todos a apretarnos la faja por una Honduras mejor”... Era el tiempo de los sacrificios. Callejas se rodeó de prestigiosos economistas, alumnos de Milton Friedman, el “number one” de la escuela de los “Chicago boys”.
Se devaluó la moneda. Se sustituyó la Ley de Reforma Agraria por la Ley de Modernización Agrícola, lo que significaba que las tierras hasta entonces destinadas a los grupos beneficiarios de la reforma podían ser vendidas a empresarios privados, a don Miguel Facussé Barjum y a unos cuantos terratenientes más. Con el respaldo de la nueva ley agrícola, los neoliberales promovieron la llamada coinversión, bajo el lema “La tierra es de quien la produce”, sustituyendo el lema de la reforma agraria, “La tierra es de quien la trabaja”. La coinversión fue la figura que se usó para que campesinos medios y pequeños pusieran a disposición de grandes empresarios privados sus parcelas. El “gancho” era que los campesinos ponían la tierra, los empresarios la tecnología y el dinero, la tierra produciría y, tanto el campesino como el empresario, saldrían ganando. Pero el campesino puso la tierra, se endeudó con el empresario y, al quedar hasta el cuello con los intereses, pagaba su deuda entregando la tierra al gran empresario. Y todo era legal, porque así lo establecía la sagrada ley de la competencia.
En aquellos años los neoliberales vendieron muy bien su discurso. El Estado debía regular las relaciones entre patronos y obreros desde la perspectiva de los inversionistas y su función primordial debía ser la creación de una institucionalidad garante del éxito de la inversión nacional y transnacional. La economía debía dejar de ser regulada por el Estado, porque siempre que el Estado metía las manos en la economía lo estropeaba todo, y acababa endeudando al país. Había que dejar que la economía fuera regulada por el mercado, que con la ley de la oferta y la demanda lograba establecer el equilibrio necesario entre el capital, el trabajo y la dimensión social. Se disminuyó el gasto en salud y en educación. Incluso, se redujo el presupuesto militar, pero a los oficiales se les abrieron las puertas para que incursionaran en los negocios privados, particularmente en las agencias de seguridad. Se abrieron también puertas a los inversionistas en la industria de la maquila. Se comenzó a sustituir el cultivo de banano por el de palma africana y aumentó el cultivo de caña de azúcar y otros productos agroindustriales.
ESTO EMPEZÓ HACE 22 AÑOS
Hace 22 años, un buen grupo de dirigentes de varias de las cooperativas de palma africana del fértil Valle del Aguán, beneficiarios de la reforma agraria impulsada en los años 70, entró en arreglos con el exitoso empresario Miguel Facussé, quien ingeniosamente se había apropiado de fondos del Estado destinados al incentivo de la industria. Con dineros bajo la mesa para esos dirigentes, Facussé se quedó con inmensas tierras para el cultivo de palma africana en el Aguán.
Este empresario, de ascendencia árabe, no solo se apropió de fondos de la estatal empresa Corporación Nacional de Inversiones (CONADI), a la que llevó a la bancarrota a comienzos de los años 80, sino que logró que se le condonaran las deudas que había adquirido con el Estado por nuevos empréstitos para impulsar lo que él denominó “Plan para la Transformación de Honduras”.
Los dirigentes cooperativistas del Aguán se embolsaron unos poquitos millones de lempiras, que muy pronto despilfarraron en parrandas sin control y Facussé se convirtió en el mayor productor de palma africana del país y en el principal abastecedor de este producto en el mercado internacional, mientras miles de familias cooperativistas debieron conformarse con unos cuantos miles de devaluados lempiras, refugiándose en la economía informal. Emigraron hacia las laderas del valle y muchos de los más jóvenes, especialmente las muchachas, se trasladaron al Valle de Sula, en donde comenzaba a florecer la industria maquiladora bajo el control mayoritario de implacables patrones coreanos. Comenzaba así el “derrame” neoliberal. Muchos de los niños migrantes tienen padres o madres que experimentaron la pérdida de sus tierras en aquellos años.
EL HURACÁN MITCH: “UN AGUACERO EN VENGANZA”
Iniciaba ya el fenómeno migratorio y el desempleo juvenil iba en aumento, cuando surgió el fenómeno de las maras y pandillas, estrechamente vinculadas a la migración de salvadoreños que huían de la guerra civil en su país y se asentaban en la costa oeste de Estados Unidos, específicamente en Los Ángeles. Todos estos fenómenos se “derramaban” por nuestro país cuando cayó sobre territorio hondureño con
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