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Porque no lo valemos

lopabeReseña28 de Octubre de 2021

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Porque no lo valemos

Hace meses vienen apareciendo en televisión unos anuncios publicitarios con la coletilla “porque yo lo valgo”. Siempre me ha perseguido la sospecha de que esa frase contenía todo un sistema de vida.

El anuncio nos ofrece el disfrute de un artículo de tal forma que, lo que en un principio puede considerarse como lujo, termine convirtiéndose en un derecho. Y todo ello, simplemente, “porque yo lo valgo”.

Dejando a nuestra imaginación ir más allá, podemos permitirnos postular un deseo y puesto que “yo lo valgo”, convertirlo en algo a lo que nos sentimos con derecho.

¿Qué está ocurriendo? Basta con que nuestra voluntad lo desee y puesto que “yo lo valgo”, ese anhelo puede pasar por real. Es el triunfo de la voluntad. Hemos suprimido los límites y las ataduras de la naturaleza. Basta con que desee sentirme mujer para serlo, por mucho que la biología se empecine en que siga siendo un hombre. “El machismo produce más muertes que el coronavirus”.

Dios ha muerto. Ahora, nosotros somos los dioses. Asistimos a la apoteosis del nihilismo. Somos lo que nuestra voluntad quiera que seamos o que pensemos, sin más límites. Es el triunfo platónico del “concepto” sobre lo “real”. El concepto de mesa es más “sentido”, más “evidente”, que la mesa real. El ”porque yo lo valgo” es exactamente esto.

Catorce mil millones de años de evolución han sido necesarios para el desarrollo de un ser vivo con conciencia de sí mismo. Esto equivale a decir que es capaz de sentir su propia finitud. La conciencia supone entrar en contacto con la muerte. Y nuestra razón se rebela contra ello. Le resulta, más que inconcebible, trágico, terrorífico. La razón percibe que si existe, es para trascender. Hay autores que usan este argumento como prueba de la existencia de Dios. Desde tiempo ancestral,  ha intentado sortear ese escollo. La razón ha “creado” lo que unos llaman alma, otros, espíritu. En su intento de trascendencia, la razón descubre la metafísica. Y llegamos a una paradoja: nuestra razón crea la metafísica, pero no sabe si existe, puesto que no puede medir el alma, no puede pesar el espíritu, sólo divagar. Sólo le está permitido “creer” en esos conceptos, pero no “sentirlos”. ¿Por qué? Porque la muerte se lo impide. La razón no puede ir más allá a ver.

Algunos dirán que la vida no consiste sólo en lo razonable. Y es cierto. Pero entonces entramos en el terreno de las creencias. Ahí, mientras no se entre hasta donde la razón alcanza, todas son respetables, aunque nos impidan llegar a un acuerdo.

Ahora, ha bastado este “porque yo lo valgo” para romper la trágica atadura. Ha muerto la muerte, la nada ha desaparecido; esa frontera infranqueable y terrible. “Porque yo lo valgo” nos ha transformado en dioses vivientes. El espíritu ya no es un sueño de la razón para tratar de ir más allá. Somos dioses y por tanto, inmortales, aquí, dioses inconscientes. Basta con desear, basta con que “yo lo valga”.

Y cuando empezábamos a creérnoslo, llega el virus. Las guerras, los desastres naturales, obligan a algunos a enfrentarse a la muerte. El resto puede mantenerse al margen. Con el virus, no tenemos escapatoria. Obliga a cada uno de nosotros a mirar a la muerte de frente. Nosotros, que nos creíamos dioses.

Hemos de soltar lastre  y asumir que la razón es útil en cuanto nos hace la existencia soportable. Todo lo demás son elucubraciones académicas, sueños de grandeza o búsqueda del sosiego que produce el descargar en Dios la pesada responsabilidad de nuestro aciago destino.

Ha llegado el momento de meter a la razón en razón. De lo contrario, seguirá intentando, en ocasiones, alejarnos de la trágica realidad de nuestra exigua existencia.

Un virus ha venido a decirnos: “ilusos imbéciles endiosados”.

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