Rebeca Bloomwood
kaitTutorial13 de Junio de 2013
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Capítulo 12
Cuando llego a casa por la noche me siento cansada y abatida. De repente, los trabajos en banca o las compras en Harrods con Luke Brandon me parecen algo lejano. La vida real no es pasear por Knightsbridge en taxi, ni elegir maletas de mil libras. La vida real es volver a un apartamento pequeño que todavía huele a curry, en¬contrar un montón de cartas del banco y no saber qué hacer con ellas.
Pongo la llave en la cerradura y en cuando abro la puerta oigo gritar a Suze:
¿Bex? ¿Eres tú?
—Sí —contesto tratando de parecer animada—. ¿Dónde es¬tás?
— ¡Aquí! —dice abriendo la puerta de mi habitación.
Se la ve rubicunda, y le brillan los ojos.
¡Adivina! ¡Tengo una sorpresa para ti!
¿Qué es? —pregunto dejando el maletín en el suelo.
A decir verdad no estoy de humor para una de las sorpresas de Suze. Seguramente me habrá cambiado la cama de sitio o algo por el estilo. En realidad, lo único que me apetece es sentarme, tomar un té y comer algo. Al final ni probé la comida.
—Entra y mira. No... no , primero cierra los ojos. Yo te llevo.
—Vale —accedo a regañadientes.
Le obedezco y dejo que me coja de la mano. Empezamos a andar por el pasillo y, para qué engañarnos, cuando estamos a pun¬to de llegar, siento un cosquilleo de curiosidad muy a mi pesar. Siempre me han gustado estas cosas.
¡Ta tachan! Ya puedes mirar.
Abro los ojos y miro por toda la habitación, tratando de des¬cubrir cuál será la locura que me ha preparado Suze. Por lo me¬nos, no ha pintado las paredes, ni ha cambiado las cortinas, el or¬denador está apagado, así que qué demonios habrá...
En ese momento los veo. Están encima de la cama. Montañas de marcos forrados. Perfectos, sin esquinas torcidas, con la cene¬fa primorosamente pegada en las junturas. No puedo creer lo que ven mis ojos. Debe de haber por lo menos...
—He hecho cien —aclara Suze, que está detrás de mí—. Ma¬ñana haré el resto. ¿A que son bonitos?
Me doy la vuelta y la miro con incredulidad.
¿Los... los has hecho tú?
—Sí —contesta orgullosa—. Cuando le piíllas el truco es muy fácil. Los he hecho mientras veía Los Desayunos de Televisión. Tenías que haberlo visto, ha llamado un hombre al que le gusta vestirse de mujer. Era un tipo...
—Espera —digo tratando de aclararme—. No entiendo nada. Esto te habrá costado un montón de tiempo. ¿Por qué lo has he¬cho?
—Bueno, la verdad es que no avanzabas mucho y he pensado en echarte una mano.
—Echarme una mano —repito como un eco.
—Haré los demás mañana y llamaré para que vengan a reco¬gerlos. Tienen un sistema estupendo, no hay que enviarlos por correo ni nada. Vienen y se los llevan. Después te mandarán un cheque. Será de unas doscientas ochenta y cuatro libras. No está mal, ¿eh?
—Un momento. ¿Quieres decir que me enviarán un cheque A mí?
Suze me mira como si yo fuera tonta.
—Son tus marcos, ¿no?
— ¡Pero los has hecho tú! Tendrían que enviártelo a ti.
—Lo he hecho por ti. Para que puedas ganar trescientas libras.
La observo en silencio sintiendo un repentino nudo en la garganta. Lo ha hecho por mí. Me siento en la cama, cojo uno y paso el dedo por la tela. Está perfecta. Incluso podrían venderse en berty's.
—El dinero es para ti. Ahora el trabajo es tuyo.
—Ahí es donde te equivocas —-precisa con expresión de triunfo—- Ya tengo uno.
Se acerca a la cama, busca detrás del montón de marcos y saca algo. Es un portarretratos, pero no se parece en nada a los Marcos con Estilo. Está forrado con una tela plateada, como de peluche, lleva la palabra ángel escrita en color rosa en la parte de arriba y de las esquinas cuelgan unos pequeños pompones color plata. Es lo más divertido y kitsch que he visto en mi vida.
— ¿Te gusta? —pregunta un poco nerviosa.
— ¡Me encanta! —respondo quitándoselo de las manos para verlo de cerca.
— ¿Dónde lo has comprado? —Lo he hecho yo. -sí —¿Qué? ¿Que lo has hecho tú?
—Sí, mientras veía Neighbours. El mismo rollo de siempre. Béth se ha enterado de lo de Joey y Slye. Me quedo atónita. ¿Cómo es posible que sea tan mañosa?—¿Qué opinas? —pregunta cogiéndolo de nuevo y dándole vueltas con las manos—. ¿Crees que podría venderlos? ¿Que si podría?
—Suze —afirmo seriamente—. ¡Te vas a hacer rica!
Pasamos el resto de la tarde bebiendo y planificando su ca¬rrera como empresaria. Casi nos morimos de risa al decidir si tendrá que vestir Chañe o Prada en las recepciones de la reina. Cuando finalmente nos vamos a la cama, he olvidado por com¬pleto a Luke Brandon, el Banco de Helsinki y el resto de mi de¬sastroso día.
Pero, a la mañana siguiente, vuelvo a recordarlo todo como una película de horror. Me despierto pálida y temblorosa, pensando, a la desesperada, en cogerme la baja. No quiero ir a trabajar. Quiero quedarme en casa, debajo del edredón, viendo la tele, y ser una empresaria millonaria como Suze.
El problema es que estamos en la semana de más trabajo del mes y Philip no se creerá que estoy enferma.
Me arrastro como puedo fuera de la cama, me meto en la ropa y llego al metro. En Lucio's pido un capuchino, una magdalena y un bizcocho de chocolate y nueces. No me importa que engorden. Ne¬cesito azúcar, cafeína y chocolate, en grandes dosis.
Por suerte, en la oficina hay tanto trabajo que nadie está muy hablador y no tengo que explicar nada sobre lo que hice ayer, en mi día libre. Clare está escribiendo y sobre mi mesa hay un mon¬tón de pruebas esperando que las corrija. Después de ver si tengo mensajes de correo electrónico (ni uno) me hundo en la silla, cojo la primera y empiezo a leer:
«Sopesar los riesgos y beneficios de las inversiones en bolsa puede ser una empresa peligrosa, en especial para los inversores novatos.»
Vaya peñazo.
«Aunque las ganancias sean elevadas en algunos sectores del mercado, nada está garantizado y para los inversores a corto pla¬zo...»
—Rebecca. —Levanto los ojos y veo que Philip se acerca a mi mesa con una hoja de papel en la mano. No parece muy con¬tento y, por un momento, pienso que ha hablado con Jill Foxton, lo ha descubierto todo y me va a despedir. Pero, conforme se aproxima, veo que sólo se trata de un comunicado de prensa sin ningún atractivo en especial.
—Me gustaría que fueses a esto. Es el viernes y yo estaré bas¬tante ocupado aquí, en el Departamento de Marketing.
—Vaya —suelto sin entusiasmo cogiendo la información—. ¿De qué se trata?
—La Feria de la Economía Personal, en el Olympia. Siempre escribimos sobre ella.
Soporífero...
—Barclays da un cóctel a la hora de comer.
— ¡Vale! — Digo con más entusiasmo—. No suena mal. Qué es exactamente...
Miro el papel y mi corazón se detiene cuando veo el logotipo de Brandon Communications en el encabezamiento.
—Es simplemente una gran feria. Cubre todos los aspectos de la economía personal. Charlas, stands, reuniones. Escribe so¬bre lo que te parezca interesante. Lo dejo en tus manos.
—De acuerdo.
Qué me importa si Luke Brandon está allí. No le haré ni caso. Le mostraré el mismo respeto que tuvo conmigo. Y si trata de ha¬blarme, levantaré con dignidad la barbilla, me daré la vuelta y...
— ¿Cómo van las pruebas?
—Muy bien —contesto cogiendo la primera otra vez—. Aca¬baré enseguida.
Philip asiente con la cabeza, se aleja y empiezo a leer otra vez.
«... para el pequeño inversor, los riesgos que conlleva ese tipo de mercado pueden ser mayores que las posibilidades de benefi¬cio.»
Esto es mortal. Ni siquiera puedo concentrarme en lo que quieren decir las palabras.
«Cada día son más los inversores que exigen la combinación de rentabilidad en bolsa con alto nivel de seguridad. En cuanto a los fondos de liquidación...»
Mmm. Busco mi agenda, la abro y marco el número directo de Elly, en Wetherby's.
—Eleanor Granger. —Su voz suena un poco lejana y como con eco. Debe de haber problemas en la línea.
— ¡Hola, Elly!, soy Becky. ¿Te has enterado de que en French Connection están de liquidación?
Al otro extremo se oye un ruido como de interferencia y me quedo boquiabierta con el teléfono en la mano. A lo lejos puedo oír la voz de Elly que dice: «Lo siento, debe de ser una...»
—Becky —masculla—, tenía conectado el altavoz y el jefe de departamento estaba en la oficina.
—Vaya, lo siento. ¿Está todavía ahí?
—No, pero vete a saber lo que habrá pensado.
—Bueno —digo para tranquilizarla—, supongo que tendrá sentido del humor.
Elly no responde.
—Esto... —farfullo con menos seguridad—, ¿tienes tiempo para tomar una copa a la hora de comer?
—Pues no. Lo siento, tengo que dejarte. —Cuelga.
Nadie me quiere ya. De repente siento un estremecimiento y me estrujo todavía más en la silla. Menudo día. Todo me sale mal. ¡Quiero irme a caaasa!
He de confesar que cuando llega el viernes me siento mucho me¬jor, fundamentalmente porque:
Es viernes.
Voy a pasar todo el día fuera de la oficina.
Elly me llamó ayer para disculparse por haber sido tan brusca (alguien entró en su oficina justo cuando estábamos hablando y tuvo que
...