Salinas De Gortari
Bonizeus12 de Enero de 2014
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Introducción.
Actualmente en México, hemos truncado el desarrollo socio-económico, debido al rezago de gobiernos anteriores, debido a la falta de compromiso y empeño para el logro de objetivos sustentables.
Fuera de lograr dar pasos largos se ve como si solamente se dieran pequeños pasos y después se titubeara y regresaramos nuevamente.
El objetivo a alcanzar no es lejano ya que contamos con los recursos sociales, naturales y económicos para hacer esto posible.
Daremos un pequeño viaje hacia la cadena de logros y errores que hemos enfrentado en nuestro país.
Gobierno de Carlos Salinas de Gortari y su política económica.
El 4 de octubre de 1987 Salinas cesó como secretario de Programación y Presupuesto al ser destapado, esto es, personalmente e inapelablemente seleccionado por de la Madrid como el candidato del oficialismo para las elecciones presidenciales de julio de 1988, imponiéndose sobre otros dirigentes que, se había creído, contaban con buenas posibilidades de ser agraciados por el célebre procedimiento vertical del dedazo. Eran los casos de Alfredo del Mazo González, ex gobernador del estado de México y actualmente secretario de Energía, Minas e Industria Paraestatal, Manuel Barlett Díaz, secretario de Gobernación (Interior), y Ramón Aguirre Velásquez, jefe del Departamento (Gobierno) del Distrito Federal. De manera meramente ritual, el Comité Ejecutivo Nacional (CEN), máxima instancia directiva del PRI, formalizó la designación de Salinas.
Tan sólo días después del destape de Salinas se produjo el hundimiento de la bolsa mexicana y el arranque de una espiral inflacionista, obligando al equipo económico del Gobierno a adoptar medidas de control y austeridad consistentes en el reajuste a la baja del tipo de cambio del peso, la congelación de salarios, tarifas y precios, y la reducción de la gigantesca plantilla federal de funcionarios. El año terminó registrando una inflación promedio del 160%.
El impacto social de estas medidas de contingencia emborronó las perspectivas electorales del PRI, confrontado ya con el envejecimiento natural de un modelo político que se estaba mostrado ineficaz para responder a los retos de la economía global en ciernes y a las aspiraciones sociales de cambios profundos, y las de Salinas, tanto más cuanto que le salió un contrincante de gran peso, Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, el carismático hijo del reverenciado ex presidente Lázaro Cárdenas del Río (1934-1940), recientemente defenestrado del PRI por demandar la democratización de las estructuras del partido y subido a la lid presidencial con el respaldo de una coalición de fuerzas progresistas e izquierdistas llamada Frente Democrático Nacional (FDN). Además, la formación derechista que hasta ahora había desempeñado el rol solitario de única fuerza de oposición al PRI digna de llamarse así, el Partido Acción Nacional (PAN), presentaba al popular empresario y político sinaloense Manuel Jesús Clouthier del Rincón. En otras palabras, era la primera vez que el priísmo debía librar una verdadera competición, y muy cerrada, en las urnas federales.
La incertidumbre presidió el día de los comicios, el 6 de julio de 1988. Luego de cerrarse las urnas, y al poco de avanzarse los primeros resultados parciales que sonreían a Cárdenas, se produjo una sospechosa avería temporal en el sistema electrónico de computación del voto. La Comisión Federal Electoral (CFE), órgano dependiente de la Secretaría de Gobernación, interrumpió la emisión de datos. Fue la famosa caída del sistema, expresión que en su sentido literal aludía al inexplicable colapso informático y en su sentido metafórico al final de una era política, la de la incontestable hegemonía del PRI.
El FDN denunció, no sin fundamento, que el partido del Gobierno había cometido un gran fraude y que había arrebatado la victoria a su candidato, certeza que no flaqueó después de que la CFE anunciara, el 13 de julio, los resultados oficiales: Salinas resultó ganador con el 50,4% de los votos seguido de Cárdenas con el 30,8% y Clouthier con el 17,1%. De nada sirvieron las multitudinarias manifestaciones de protesta conducidas por la oposición. En las elecciones al Congreso, el PRI conservó la mayoría absoluta en ambas cámaras, si bien en el hemiciclo bajo el retroceso fue muy notable, hasta los 260 diputados sobre 500. El oficialismo, por primera vez, perdió la mayoría de dos tercios requerida para aprobar reformas constitucionales.
El porcentaje adjudicado a Salinas en las presidenciales superaba la mitad de los votos computados, pero se trataba del más exiguo conseguido por el PRI en una elección de cualquier tipo. En 1982 de la Madrid se había proclamado presidente con el 74,3% de los sufragios, cifra ciertamente apabullante pero que ya en su momento había dado mucho que hablar por ser la más moderada obtenida por un candidato priísta desde hacía tres décadas. Que seis años atrás el país hubiese reaccionado con sorpresa ante el bajo volumen de votos sacado por de la Madrid daba una idea de la trascendencia de los resultados de ahora. Podía hablarse sin reservas de terremoto político en México, aun en el caso de que Salinas hubiera ganado a Cárdenas limpiamente y sin asomo de duda. Las elecciones de 1988 supusieron para México el comienzo de la transición desde un sistema de partido hegemónico –el cual, por otra parte, había hecho de él el país más estable de América Latina dentro de su peculiar democracia formal- a otro de partido predominante o simplemente mayoritario.
El 1 de diciembre de 1988 Salinas tomó posesión con un mandato sexenal y, a sus 40 años, como el más joven presidente de México desde Lázaro Cárdenas. En sus primeras alocuciones, el flamante mandatario se comprometió a hacer más transparente la vida política, fortaleciendo la legitimidad del proceso electoral y modernizando el sistema de partidos, y a lanzar un ambicioso plan de reformas económicas para vigorizar el anémico crecimiento y acelerar la reducción de la inflación, que en 1988 registraron las tasas respectivas del 1,1% del PIB y el 52%. Los comentaristas destacaron que con Salinas triunfaba, por primera vez desde la fundación del partido, la tecnocracia y el economicismo sobre la ideología y la política, tan bien representados por los diez mandatarios anteriores, todos ellos abogados de formación.
En principio, Salinas no contemplaba menoscabar la supremacía política del PRI en aras de la depuración democrática del sistema mexicano, pero su perfil técnico, su distanciamiento del lenguaje populista y nacionalista, y su determinación reformista en lo económico le granjearon desde el principio la hostilidad apenas contenida de sectores tradicionalistas de su partido así como de la vieja burocracia sindical priísta presente en la Confederación de Trabajadores de México (CTM), guardiana de las conquistas sociales y laborales de la Revolución. Los temores de estos poderes fácticos no eran caprichosos. En efecto, la ofensiva desreguladora y liberalizadora lanzada por Salinas iba a conseguir desmantelar, salvo en el sector petrolero, la estructura estatal-corporativista del PRI, el cual, debilitado, ya nunca sería el mismo, cayendo, tras una última muestra de arraigo electoral, en una crisis irreversible. Retrospectivamente, cabe situar en el sexenio de Salinas la semilla del histórico desalojo del PRI del poder federal en las elecciones del año 2000.
Bajo la Administración de Salinas se ejecutaron las grandes transformaciones estructurales que el presidente consideraba ineludibles para conformar el México moderno del próximo siglo. De entrada, se aceleró la campaña de privatizaciones comenzada en 1982, viéndose afectadas ahora todas las grandes empresas del Estado. Así, fueron entregados al capital privado la telefonía (Telmex, una compañía plagada de denuncias por negligencia en el servicio que en diciembre de 1990 fue adjudicada en pública subasta a un consorcio encabezado por el magnate Carlos Slim Helú), las comunicaciones viales y las aerolíneas, el sector químico, el siderúrgico (Altos Hornos de México), los seguros, las cadenas hoteleras, los medios de radiodifusión (Imevisión, que dio lugar a la TV Azteca) y, finalmente, la banca.
La histórica reforma del sistema bancario, emprendida en mayo de 1990 y rematada en diciembre de 1993, supuso la reversión total de la nacionalización realizada en 1982 por López Portillo, que había reducido las 764 entidades entonces existentes a menos de una veintena, encabezando las sobrevivientes el Banco Nacional de México (Banamex) y el Banco del Comercio (Bancomer). Asimismo, el Banco central de México, Banxico, fue dotado, reforma constitucional mediante, de un régimen jurídico que, con arreglo al modelo liberal, garantizaba su autonomía funcional y administrativa.
Eminentemente pragmático, Salinas explicó que las privatizaciones convenían al país a efectos de ingresos en la caja del Estado, ganancias que luego el Gobierno destinaría a abonar la deuda interna y a costear las necesidades sociales, pero la gigantesca operación produjo unos réditos incluso mayores de los esperados: sólo en 1991 el Estado recaudó 10.700 millones de dólares por ese concepto. Al final del mandato de Salinas, más del 90% del parque empresarial del país tenía dueños privados, quedando como únicas excepciones relevantes la Comisión Federal de electricidad (CFE) y el emblemático monopolio
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