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Si me amas, lo vas a hacer


Enviado por   •  27 de Enero de 2016  •  Ensayos  •  8.383 Palabras (34 Páginas)  •  326 Visitas

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"Si me amas, lo vas a hacer"

Mariela, una guapa joven veracruzana, fue esclavizada por un tratante de Tlaxcala que la obligó a prostituirse en La Merced. Su verdugo fue detenido en un operativo el año 2009 junto con otros diez lenones. La hoy estudiante de Derecho relata cómo fue seducida por el delincuente, capo de la prostitución en el DF y Tijuana cuyo testimonio, desde la cárcel, aparecerá en estas páginas la próxima semana. AquÃ, la primera de dos partes.

Fecha: 2015-10-18 19:04:54

Mariela y Ana salieron de la preparatoria una tarde en que el sol de Acayucan aturdÃa al pueblo. Caminaron al centro, sosegaron los treinta grados con un helado Holanda y se sentaron en la escalinata del kiosco. Abrieron su cuaderno e hicieron unos apuntes. “Lo vi de lejos acercándose”, recuerda Mariela. Bajó la mirada y en segundos la volvió a levantar: el joven ya estaba frente a ambas.

—Hola. ¿Conoces un lugar para divertirse? —le preguntó sólo a ella, una hermosa adolescente de piel apiñonada.

—¿Divertirte cómo?

—Una discoteca, algo asÃ.

—No, sinceramente.

—¿Por?

—No salgo.

—¿Aceptan que les invite un refresco?

Hoy Mariela sonrÃe mucho, como si de ese modo liberara la angustia que aún le traen esos dÃas. Mira con sus grandes ojos cafés hacia el parque Luis G. Urbina, el lugar donde cuenta su historia, y tonifica sus frases moviendo mucho las manos. “Nos invitó y le contestamos: no, estamos haciendo un trabajo”.

El joven se presentó ese dÃa de 2008 como Rogelio, les contó que era un textilero poblano que aquella semana hacÃa negocios en ese punto de Veracruz. Se mantuvo de pie frente a ellas pese a su indiferencia. Incómodas, se levantaron. “Y ahà va él, atrás nuestro, haciendo plática”. Las estudiantes de diecisiete años volvieron a la heladerÃa, donde hacia las 17:00 horas vieron a otros compañeros. “Le dije a un amigo: hazte pasar por mi novio”. Rogelio seguÃa firme en la entrada: “Ahà está mi novio, no puedo aceptarte nada”, le explicó.

—Dame tu número, no es tu novio.

Playera ceñida que estrujaba su torso de gimnasio, rayos rubios en la negra melena, Rogelio, de veintiocho años, sonrió ante la mentira. “Y entonces acepté darle mi número de teléfono —dice Mariela—. Primer error”.

El joven partió de Acayucan y a la semana mandó un mensaje de texto. “Hola, ¿qué haciendo?”. Mariela desconoció el número. “¿Quién eres?”. “El chico que conociste en el parque”, respondió y le pidió permiso para marcarle. Desde entonces las llamadas no pararon: “Me hablaba cada dÃa saliendo de la escuela”. AsÃ, se enteró que de niña Mariela fue entregada por su madre a su abuela, la mujer que la crió. Esta murió y la mamá recuperó la custodia: “Me volvà rebelde con ella y empezaron los pleitos. Yo le contaba a Rogelio que mi mamá me hizo esto o lo otro”.

—¿Qué decÃa él?

—Siempre tenÃa un consejo.

Por tres meses el contacto se limitó al celular. “Se portó siempre lindo, atento”. La propuesta del primer encuentro llegó cerca de Navidad: “El 6 de enero cumplo años —le contó él—. Me gustarÃa que vengas a mi fiesta y conozcas a mis papás. Mi mejor regalo serÃas tú”.

La madre de Mariela se negó y Mariela llamó a Rogelio para contarle. Le contestó: inténtalo otra vez. La segunda petición bastó, pero la mamá le pidió viajar con su amiga Ana. Rogelio se opuso: “Va a ser un estorbo”. “Yo me extrañé —dice Mariela: ¿estorbo para qué? Era un foco rojo, pero mentà y me fui sola. Sólo le pedà que fuera por mà a Acayucan”.

Mariela hizo una maleta para tres dÃas y caminó a la plaza. A las 20:00 horas Rogelio apareció. “Mi coche está por allá, es rojo”. Metros adelante, amagó abrir un viejo “vocho” de ese color. “Mentira”, rio, y abrió el auto de atrás: un Mitsubishi Eclipse Spyder convertible. “Lo vi y guau. Me impactó”, admite ella.

En el viaje, Mariela le contó de un novio con el que hacÃa poco habÃa terminado, oyeron música, pararon para comprar piña picada.

—¿Ya te gustaba? —pregunto a la joven que hoy tiene veinticuatro años.

—Me empezaba a involucrar. Me encantaba por atento y caballeroso.

A las 15:00 horas, tras casi siete horas de viaje, llegaron a una zona urbanizada que no parecÃa una ciudad importante. “Rogelio dijo: 'Esto es Puebla'. HabÃamos llegado ahÃ, supuestamente”.

—¿Supuestamente?

—Mucha gente ya sabe de dónde son los tratantes.

El joven jamás omitió que el destino era Tlaxcala, en concreto el pueblo de San Cosme Mazatecochco —en náhuatl “en el escondite”—, vecino de Tenancingo, cuna de tratantes en México y Estados Unidos.

El auto frenó al pie de una casa de tres pisos con cuarto para juegos. “Superlujosa —recuerda—. Cuando la vi dije: son de dinero”.

Rogelio le presentó a su familia: “Su mamá, muy atenta. Sus papás siempre me llamaban 'hija'. Su hermana superamable, y sus sobrinos lindos me llamaban 'tÃa'. Me sentÃa muy bien: nunca habÃa tenido una familia asà y yo la veÃa como ¡guau!, quiero una familia donde hay amor”.

Por la noche Rogelio le avisó: “Vas a dormir conmigo”. “Le dije: 'No duermo con un hombre sin estar casada'”. De madrugada, un golpeteo sobre la madera la despertó. “Estuvo toque y toque para que lo dejara entrar, pero no lo hice: no querÃa deshonrar a mi familia. No podÃa dormir del miedo”.

A la mañana desayunó con la familia. La mamá se dirigió a su hijo: “Qué mal que tu mujer no durmiera contigo”. “Le dije: 'Señora, no soy su mujer'”.

El resto del dÃa Rogelio no quiso dirigirle la palabra a Mariela. “Como estaba enojado yo me preguntaba cómo lo contento. Empecé a asumir que yo habÃa hecho mal”. No obstante, en un mercado recibió una propuesta: “Si le avisas a tu mamá que te quedas a vivir conmigo, ahorita mismo te compro toda la ropa que quieras”.

—¿Dudaste?

—Como que sà querÃa, pero no acepté. Le dije: hagamos las cosas bien.

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