Sociedades Humanas
selee.026 de Abril de 2015
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ea cualquiera la manera de formarse una sociedad humana, la propiedad de las tierras donde se asienta pertenecerá necesariamente a un pequeño número de personas.
En las sociedades errantes, como en las hordas tártaras y los campamentos de indios, que se trasladan de un lugar a otro con sus ganados y familias, precisa que el caudillo o rey que los guía establezca límites a cada jefe de familia, y dé aposentamiento a cada uno alrededor del campo. De otro modo siempre habría disputas respecto a parcelas y productos, maderas, hierbas, agua, etc; pero una vez distribuidos los cuarteles y límites de cada uno, tal regulación será valedera, como una propiedad, durante el tiempo que allí permanezcan.
He aquí lo que ocurre en las sociedades más estables: cuando un príncipe, a la cabeza de un ejército, ha conquistado un país, distribuye las tierras entre sus oficiales o favoritos, de acuerdo con los méritos respectivos o siguiendo un arbitrario designio (en este caso se halló originariamente Francia); establece leyes para asegurar la propiedad de esas tierras para ellos o sus descendientes; o bien se reserva la propiedad de las tierras, empleando a sus oficiales o favoritos en el empeño de hacerlas producir; o las cede a condición de que le paguen sobre ellas todos los años censo o canon; o las entrega reservándose la libertad de gravarlas todos los años, según sus necesidades propias y la capacidad de sus vasallos. En cualquiera de estos casos, los oficiales o favoritos, ya sean propietarios absolutos o dependientes, ya sean intendentes o inspectores del producto de las tierras, no representarán sino un pequeño número, en comparación con el total de los habitantes.
En cuanto al uso a que debe destinarse la tierra, lo primero es dedicar una parte de ella al mantenimiento y alimentación de quienes la trabajan y la hacen producir; el destino del resto depende principalmente del arbitrio y del régimen de vida del príncipe, de los señores del Estado y del propietario; si les gusta beber, cultivarán viñas; si las sedas les encantan, plantarán moreras y criarán gusanos de seda; por añadidura precisa emplear ciertas parcelas de tierra para el sustento de quienes trabajan en ella; si les gustan los caballos, necesitarán praderas, y así sucesivamente.
Ahora bien, si suponemos que las tierras no pertenecen a nadie en particular no es fácil concebir que sobre ellas pueda asentarse una sociedad de hombres; por ejemplo, en las tierras comunales de un poblado, se determina el número de cabezas de ganado que cada uno de los habitantes puede enviar libremente a pastar en ellas; si se dejaran las tierras al primero que las ocupase, en una nueva conquista o descubrimiento de un país, siempre precisaría establecer una regla para fijar la propiedad, y vincular a ella una sociedad de hombres, ya fuese la fuerza o la política la que decidiese esta regla.
Capítulo III
De los pueblos
Cualquiera que sea el empleo que se haga de la tierra —pastos, cereales, viñas — los colonos agricultores que trabajan en ellas deben residir en sus cercanías; de otro modo el tiempo necesario para ir a sus campos y retornar a sus casas consumiría una porción muy importante de la jornada. De ahí la necesidad de poblados esparcidos por todos los campos y tierras cultivadas; en ellos debe haber también veterinarios, y carreteros para los útiles, arados y carreteras que se necesitan, sobre todo cuando la aldea está alejada de los burgos y de la villas. La magnitud de un pueblo se halla naturalmente proporcionada, en cuanto al número de habitantes, a la extensión de las tierras que de él dependen, a la mano de obra necesaria para trabajarla y al número de artesanos que encuentran ocupación suficiente en los servicios exigidos por colonos y agricultores; ahora bien dichos artesanos no resultan tan necesarios en la vecindad de las ciudades cuando los agricultores pueden trasladarse a ellas sin perder mucho tiempo.
Si uno o varios propietarios de las tierras dependientes del poblado establecen en éste su residencia, el número de los habitantes será mayor, en proporción a los criados y artesanos que formen su séquito y de las hosterías establecidas para comodidad de los criados y obreros que ganan su vida con estos
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