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Autobiografia De MARIA GUERRERO


Enviado por   •  19 de Julio de 2012  •  11.497 Palabras (46 Páginas)  •  738 Visitas

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Maria Guerrero en silla de ruedas, enferma de cáncer, entrega notas de preescolar a la niña Rebeca Castillo.

LA

MAESTRA

AUTOBIOGRAFÍA

Yo fui la hija número diecinueve de mis padres. Nací en la finca de Ticomo, comarca a diez kilómetros del centro de Managua, el 6 de diciembre de 1909, fui inscrita, por olvido de mis padres, el 6 de Diciembre de 1910,un año después. Mi partida de nacimiento resta un año de vida a mi verdadera edad. Esto ocurría a menudo en aquella época cuando los familiares vivían poco vinculados con la vida de la ciudad y su régimen de vida no exigía la urgente inscripción de los hijos en los registros civiles. Muchos padres campesinos nunca inscribían a sus hijos. A nosotros nos inscribían un poco tarde. En el parto que yo nací, mi madre fue atendida en la finca ‘’La Fortuna’’del pueblo de Ticomo por una ‘’comadrona’’ .

En la época de mi nacimiento, la familia había alcanzado la estabilidad económica. Mi padre había pasado de ser un simple peón de hacienda a propietario de 2 fincas cultivadas en Ticomo y Nejapa, una casa en la ciudad de Managua y una finca en la costa del pacífico. Todas ellas con ganado, cultivadas de árboles frutales, con una buena producción de cereales, plátanos, aves de corral, ganado porcino y la producción de leche. Todo fruto de años de lucha de mi padre desde su niñez, quien había quedado huérfano a temprana edad. Venancio Guerrero, mi papá, se vio obligado a trabajar a edad temprana para mantener a sus hermanos menores. Su vida difícil desde la infancia le formó un carácter duro ante la vida que lo hizo desafiar las adversidades para abrirse paso en la vida y alcanzar el éxito. La niñez y la juventud de mi padre se puede decir que fue de lucha.

Las fincas eran cultivadas con arado de tiro y labores agrícolas heredadas desde la colonia española. Mi padre tenía como principio económico la producción para el auto consumo. Por eso, mostró poco interés en tecnificar sus propiedades e instruir a sus hijos. Se limitaba a enseñar el trabajo ancestral del campesino. A los varones les enseñó el trabajo agrícola y a nosotras, mi madre, el trabajo doméstico. No obstante y por insistencia de ella, permitió que todos mis hermanos mayores aprendieran las primeras letras y lograra ser maestra graduada de la Normal de Institutoras de la Divina Pastora. Fui la excepción en la regla y esto ocurrió, porque fui la última y había nacido en otras condiciones socioeconómicas.

En los primeros años de mi vida comencé a familiarizarme con la vida campesina, jugaba con muñecas de olote que vestía con pedazos de tela, granos de maíz, casitas de madera fabricadas con pequeñas ramas secas de montes y otros materiales que recogía de aquí y de allá para dar rienda suelta a las más inimaginables aventuras infantiles. Mi padre nos levantaba a las 5 de la mañana a ordeñar las vacas. Mi primera responsabilidad en el trabajo de la finca fue llevar el balde y el banco que mi padre utilizaba para ordeñar, mas tarde me designaron el cuidado del jardín de la casa, lavar algunos utensilios, ayudar a pasar objetos domésticos a mi madre, darle de comer a las gallinas, y así poco a poco me integré al trabajo cotidiano de la familia.

Mis primeras letras las aprendí con mi cuñada Hortensia , después a los 8 años me matricularon en la escuela mixta de Ticomo, donde mis dos primeras maestras fueron la Srta. Ofelia Landaverde y Doña Evelinda de Baltodano.

Camino a la escuela pasábamos por un cauce muy peligroso. Esto obligó a mi madre enviarnos acompañados a la escuela. Al regreso de clases, al mediodía, me tenía lista una pelotita de masa de maíz para que hiciera una tortilla. Por la tarde, también, al regreso de clase, me tenía un guacal de maíz tostado para que lo moliera en la piedra. Muchas veces anochecía moliendo el maíz alumbrada por un candil. Mi madre nos designaba la crianza de determinados cerdos y gallinas, para que cada hijo aprendiera la alimentación y cuido de estos animales.

Entrábamos a clases a las 8 de la mañana, se cantaba el Himno Nacional en el patio de la escuela y en el aula antes de iniciar las clases se rezaba esta oración:

“Dios mío con tu permiso hoy

a clase voy

de vuestra gracia

Dame tu bendición.’’

A la Escuela íbamos mañana y tarde. Orábamos al inicio de clases y al salir. A las 10 a.m. y 3 p.m. era el recreo y a las 11 a.m. y 4 p.m. salíamos de la escuela. Cada estudiante llevaba una botella de agua o refresco a la escuela, porque en ella no había agua. Después de la oración, nos sentábamos y guardábamos silencio esperando que la profesora iniciara su clase. Siempre comenzaba con una breve charla, en la que recomendaba dar los buenos días al salir y al entrar a la casa o a la escuela. Estudiar en voz baja, explicar la lección en voz alta y en su ausencia guardar silencio y compostura. Ella era una maestra que estaba atenta a corregir el más mínimo error en el lenguaje. Cuando ella decía que repitiéramos los ejercicios, yo afirmaba con la expresión campesina “otra vuelta’’ a lo que ella replicaba diciendo: ‘’Se dice: ¡ Otra vez!’’. Era cuidadosa con el aseo, cuidaba que la basura estuviera en su lugar. Éramos un grupo aproximado de 32 niños, la primera clase era, lectura, escritura y aritmética. Después las lecciones de urbanidad y civismo, estas lecciones tenían que ser aprendidas al pie de la letra. Ella manejaba en su mano una regla, pero pocas veces la ocupó para castigar, la mayoría de los niños éramos disciplinados. Por la tarde se entraba a las 2 p.m. se entregaban las tareas y las lecciones de Español y Matemáticas, una por una pasábamos al frente ante la pizarra a repetir de memoria las lecciones. Después procedía a dar las lecciones de Ciencias Naturales y Geografía o Historia. Todos los días Jueves nos enseñaban a las niñas costura, deshilar, a tejer y bordar y a los varones a dibujar en cuadernos grandes y blancos sin raya. Don Carlos Quezada, esposo de la maestra Evelinda, una vez semana de por medio, llevaba a los varones al campo, a jugar con bolas de Tenis.

Después de la jornada escolar de la tarde, llegaba a mi casa a moler maíz tostado para pinol. Después de la cena había unos minutos de charla familiar y pasábamos a dormir. Por la noche no estudiaba en casa porque las lecciones me las aprendía en el curso del camino a casa, cuando llegaba ya sabía la lección. Las tareas de aritmética las hacía de 5 a 6 p.m. y de 6 a 8 p.m. cenaba, molía el maíz y nos acostábamos. Estudiar las lecciones mientras caminaba de regreso a casa era necesario, porque en la casa no había luz eléctrica y el candil lo apagaban temprano. Después de moler el maíz no me lavaba las manos por la creencia del resfrío en los huesos.

Los fines de semana me dedicaba a estudiar lo de la semana y alistar mi ropa, no salía a ninguna parte, era poca para ir a fiestas o hacer visitas, a la primera fiesta que asistí fue a la edad de 25 años. Mi uniforme estaba formada de dos piezas, la blusa blanca y la falda azul unidas por una sola costura, la falda llegaba debajo de la rodilla, con zapatos cerrados negros. En la casa me mantenía con chinela de trapo que tenían el costo de C$ 1 córdoba. Usaba pelo largo con trenzas hasta la cintura, cabello negro, con algunos ganchos de alambre, comprados en los almacenes de Managua, que los ocupaba para prensarme una moña para cuando molía el maíz. En esta actividad usaba delantal con bolsas; a los 13 años y gracias a la enseñanza de mi maestra había aprendido a tejer y bordar zapatetas, corpiños que los vendía en los pueblos vecinos; En esa época el ovillo de tejer valía 0.25 cts., la aguja de tejer C$ 1.00 córdoba, un bastidor grande C$ 1.50, un paquete de agujas 0.25 cts. y la aguja mágica C$ 2.00.

Mis hermanas también se interesaron en aprender el tejido y la costura con la maestra Baltodano, ellas aprendieron a bordar bellísimo, hacían pañuelos tejidos y bordados con puntada de raso.

En la escuela mixta de Ticomo aprobé el quinto grado a la edad de 15 años, para continuar los estudios había que viajar a la ciudad de Managua a la Normal de Institutoras de la Divina Pastora, porque en la escuela de Ticomo los estudios culminaban con el quinto grado. Continuar mis estudios fue motivo de discusión entre mis padres. Mi papá se oponía a que yo continuara estudiando, afirmaba que con lo que sabía ya era suficiente para vivir, mi madre por el contrario apoyaba mis deseos de continuar los estudios.

En esa discusión y por falta de apoyo paterno perdí un año de estudios pero, lo gané en experiencia magisterial a temprana edad , fui contratada como maestra de la escuela donde había estudiado. Resulta que Don Silvestre Cornavaca, casado con mi tía en segundo

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