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Biografia San Agustin

pepovaca26 de Julio de 2012

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La conversión es, para los Padres de la Iglesia y para todo maestro de espíritu, un proceso fundamental y necesario en la vida espiritual de cualquier cristiano. La conversión es una liberación, que llega después de fases previas de dispersión y desorden, y de un periodo intermedio de crisis.

Ese sentido de liberación lo expresó así san Agustín:

"¡Qué dulce me resultó de golpe carecer de la dulzura de las frivolidades! Antes tenía miedo de perderlas y ahora me gustaba dejarlas Eras tú quien las iba alejando de mí! (Conf., 9.1.1)

No hablaríamos hoy de espiritualidad agustiniana, ni significaría nada en la Iglesia Agustín de Hipona, sin el hecho fundamental de su conversión, que significó un giro radical en su vida, para dedicarse enteramente a Dios. Se trata, sin duda, del hecho más determinante de su vida. A raíz de la conversión inició un estilo de vida que sirve de inspiración para quienes profesan su Regla. Gracias a este cambio, se convirtió en una de las columnas de la teología católica.

Leer y releer las Confesiones de san Agustín es una experiencia gozosa que nos pone en contacto no sólo con un alma privilegiada y sensible, sino que nos descubre un camino de penetración a los sentimientos más profundos de nuestra propia experiencia humana y religiosa.

"Agustín deja claro, a lo largo de las Confesiones que la evolución del "corazón" es la verdadera materia de su autobiografía"[1]

¿Qué cambió en la vida de Agustín con la conversión?

Cambiaron, ciertamente, algunos objetivos fundamentales, que habían guiado su vida hasta ese momento.

• a) En primer lugar, la búsqueda de una buena posición social. Se trata de una legítima aspiración de cualquier padre, que también compartieron Mónica y Patricio en relación con su hijo Agustín. Siendo un niño muy inteligente, sus padres hicieron importantes sacrificios para asegurarle una formación capaz de garantizarle una buena posición social. Agustín es muy severo en su juicio sobre la intencionalidad de los padres: Los que se empeñaban en que yo estudiara, no tenían otro fin que satisfacer los apetitos insaciables de una opulenta miseria y de una gloria denigrante" [Conf., 1,12,19]). La finalidad perseguida en los estudios era "hacerse famoso y sobresalir en el arte del lenguaje" para obtener "honores humanos y amontonar engañosas riquezas" (Conf.,1,9,14). Medrar, prosperar y triunfar eran los objetivos de los padres al estimular el estudio en su hijo. Como había concluido brillantemente la "escuela primaria" en Tagaste le mandan, con trece años, a estudiar a Madaura, una población cercana a su pueblo natal, donde cursó gramática hasta los dieciséis. Tras un año de ocio forzado en casa, siguió sus estudios en Cartago, de los 17 a los 20 años, gracias al apoyo económico de su generoso vecino Romaniano.

La ambición por alcanzar una buena posición social, que durante el periodo escolar reposaba en sus padres, hizo presa también en él y se embarcará en su búsqueda. Ambicionando dinero y prestigio enseñó primero en África, abriendo una escuela de gramática en Tagaste (años 374-375). Tenía entonces Agustín 20-21 años de edad. Pasó después a Cartago, donde enseñó retórica (375-383) [21 a 29 años]. La experiencia de enseñar le resultó difícil en Cartago, porque los alumnos eran inquietos y molestos. Por ese motivo se fue a enseñar a Roma (años 383-384) [29-30 de edad]. Aquí se encontró con otro grave problema: los alumnos no pagaban. Finalmente se trasladó a Milán, sede de la corte imperial, donde opositó a la "Cátedra Imperial de Retórica y Artes Liberales". Alcanzó el grado de "Magíster Sapientiae", una especie de catedrático numerario por oposición. Fundó además escuela propia, donde enseñaba el arte de la retórica. Tal y como había aspirado, Agustín llegó a alcanzar un gran prestigio social.

A los pocos meses de comenzar su docencia en Milán fue elegido para dirigir ante la corte y sociedad milanesa el panegírico del emperador Valentiniano II. Un encargo que le creó una grave crisis de conciencia, por tener que mentir elogiando a un emperador que era todavía un niño.

Como profesor, Agustín transmitía a sus alumnos las mismas motivaciones que le habían guiado hasta entonces. Reconoce en las Confesiones que le interesaba sólo "vender palabrerías destinadas a cosechar laureles" (Conf., 4,2,2). Enseñaba el manejo de la lengua con fines dialécticos, preparando a los alumnos para usar el instrumento del lenguaje. Lamenta no haber enseñado a utilizar adecuadamente la oratoria, al servicio de la verdad.

• b) Sexualidad. Podríamos hablar de afectividad, que es un concepto más global y superior, y que está también muy presente en las Confesiones, sobre todo cuando se refiere a su concubina. No obstante, cuando es prometido en matrimonio afirma que "no era un enamorado del matrimonio, sino esclavo de la pasión" (Conf., 6,15,25). Creo que traicionaríamos sus Confesiones si no nos refiriéramos a su sexualidad porque de ella habla Agustín en este libro autobiográfico de modo muy explícito. Recuerda con dolor el año que pasó libre en su pueblo, siendo ya un joven de dieciséis años, cuando regresó tras realizar sus estudios en Madaura y antes de continuarlos en Cartago. Un año de inactividad en casa, a los dieciséis años, por carecer de medios para seguir estudios, que es calificado por Agustín como "zarzal de lascivias" (vepres libidinum) (Conf., 2.3.6). Cuando, pasado el año y obtenida la ayuda económica de Rominiano, vaya a Cartago a continuar sus estudios, vivirá allí como un joven libertino de nuestros días, disfrutando de todo lo que le ofrecía la vida alegre y despreocupada de un estudiante, como espectáculos, literatura, teatro... Reitera que se dejó llevar sin freno por sus impulsos sexuales, sin que sus padres se preocuparan por casarle, para evitar sus desvaríos. "Su única preocupación era que yo aprendiera las mejores técnicas de la oratoria y de la persuasión por medio de la palabra" (Conf., 2,2,4). Dice además de sus padres: "me dieron demasiada rienda suelta y no supieron unir rigor y bondad" (Conf., 2,3,8). Empieza entonces a sentir el deseo de amar y ser amado. "Aunque no amaba aún, ya amaba el amar" (Conf., 3,1,1). También hay que considerar en este capítulo su afición al teatro, más que a los espectáculos más violentos del anfiteatro o el circo, de los que era entusiasta su íntimo amigo Alipio. El teatro, según describe Agustín en las Confesiones, estaba lleno de imágenes de sus miserias y de los incentivos del fuego de la lujuria que le consumía. Se sentía atraído por el teatro porque allí encontraba estímulo para su pasión carnal. No se trataba de un teatro serio, sino de pantomimas de carácter poco edificante. Con frecuencia representaban sólo las debilidades atribuidas a los dioses por los poetas[2]

Al fin Agustín cae en las redes del amor y se une a una concubina, a la que fue fiel durante los años 371 al 385, es decir, desde los 17 a los 31 años de edad. De ella tuvo un hijo, Adeodato, que nació al correr del tercer año de estudios en Cartago (curso 372-373), cuando Agustín tenía sólo 18 años. Llegado el momento en que Agustín debía casarse, por exigencia de su carrera profesional, no podía hacerlo con su concubina, según Gabriel del Estal, por impedimento legal, debido a la desigualdad social existente entre ambos[3]Lo afirma también Peter Brown: "un casamiento pleno era terriblemente complicado: exigía que los contrayentes fueran de igual posición social e implicaba complejos acuerdos dinásticos"[4]. Por ese motivo la concubina fue despedida, con intervención de su madre Mónica. Aquella generosa mujer, de la que desconocemos su nombre, se retiró prometiendo ante Dios no conocer a otro hombre. Agustín confiesa: "Cuando apartaron de mi lado, como impedimento para el matrimonio, a aquella mujer con quien solía compartir mi lecho, el corazón, rasgado precisamente en la parte por la que estaba pegado a ella, quedó llagado y manando sangre" (Conf., 6,15,25). Él mismo se considera "incapaz de imitarla" y la juzga "superior a sí propio" (Conf., Ibid). No sólo dejó a Agustín para no entorpecer su carrera, sino que dejó al hijo de ambos con Agustín. Mientras tanto, se buscó para Agustín la que iba a ser su mujer, aunque no tenía aún la edad núbil, faltándole dos años para poder contraer matrimonio. Agustín se unió, mientras tanto, a otra concubina, pues no podía vivir durante ese tiempo de espera sin una mujer a su lado.

Había confesado antes: "Me veía agarrotado por los achaques de la carne, arrastraba mis cadenas y temía verme libre de ellas" (Conf., 6,12,21). Su amigo Alipio le incitaba a que abrazara el celibato para dedicarse a la filosofía pero "Estaba tan apegado [a la pasta gelatinosa de los deleites carnales] que llegué a afirmar, siempre que surgía este tema de conversación, que yo no era capaz en absoluto de llevar una vida célibe" (Conf., 6,12,22). Agustín reconoce que no era "el objetivo del decoro y honestidad de la familia y la educación de los hijos" lo que le atraía. "Lo que a mí me atormentaba y esclavizaba principalmente y con dureza era la costumbre de saciar mi pasión insaciable" (Ibid.). Todavía no sabía -reconoce poco antes- que la continencia sólo es posible con la ayuda de Dios (Cf. Conf., 6,11,20). Dirá también: "Lo único que me detenía ante la sima más profunda de los placeres carnales era el miedo a la muerte y a tu juicio futuro. Este miedo nunca se apartó de mi

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