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ELENA PONIATOWSKA

anita21 de Agosto de 2013

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ELENA PONIATOWSKA

El 19 de mayo de 1932: nace en París, como la princesa Hélène Elizabeth Louise Amélie Paula Dolores Poniatowska Amor, heredera al título de princesa de Polonia. Hija del príncipe Jean Joseph Evremond Sperry Poniatowsky y de María de los Dolores (Paula) Amor Escandón. En 1933 nace su hermana Sofía (Kitzia). En 1941 la madre de Elena huye de la Segunda Guerra Mundial con sus hijas. Después de pasar un tiempo en el sur de Francia parten hacia México, de donde procedía la familia de Paula. El padre de las pequeñas, alistado en el ejército, combatirá en la guerra y se reunirá con su familia al finalizar ésta – Paula (o Paulette) inscribe a sus dos hijas en una escuela privada de la capital, la Windsor School. Allí aprenden a hablar y a escribir en inglés. Se familiarizan con el castellano en la calle y mantienen su nivel de francés por las clases que les imparte la profesora de la universidad Betie Sauve.

Arribo a México de Elena Poniatowska al lado de su madre, Paulette Amor, y Kitzia Poniatowska, su hermana, en 1942, en una imagen tomada del libro No me olvides

También estudian piano y danza. Hacia el año 1943 Magdalena Castillo se hace cargo de las dos niñas y enseña a Elena a pronunciar bien el castellano. La joven nana de provincias influirá mucho en el desarrollo de Elena. 1947 nace Jan, el hermano pequeño de Elena y Sofía. 1949 Paula envía a sus dos hijas a un internado religioso cerca de Filadelfia, Estados Unidos. Elena escribe entonces On nothing en inglés, que aparecerá en 1950 en el volumen XV de la revista The Current Literary Coin. 1952 Elena regresa de Estados Unidos. 1953 Elena Poniatowska empieza a trabajar en el periódico Excélsior, publicando entrevistas, notas y crónicas sociales. Entre sus entrevistados, la cantante Amalia Rodrígues, la mujer de Alfonso Reyes Manuelita Reyes, la pintora María Izquierdo, el escritor Juan Rulfo, la actriz Dolores del Río o Gertrudis Duby. Publica, durante un año, una entrevista cada día.

Empieza a interesarse por temas sociales; escudriña la manera de ser de la mujer mexicana. – Casi dos años después de empezar a trabajar para Excélsior, acepta la oferta de Alejandro Quijano para empezar a publicar en Novedades. En 1954 aparece su primer libro, Lilus Kikus, una novela corta. Elena viaja a París, donde realiza diversas entrevistas a personajes de la cultura francesa. El 7 de julio de 1955 nace en Roma su primer hijo, Emmanuel. 1956 escribe Melés y Teléo (apuntes para una comedia), una obra teatral. 1957 recibe una beca del Centro Mexicano de Escritores para jóvenes creadores, en 1959 entrevista al astrofísico mexicano Guillermo Haro. Se casará con él en 1968; de su unión nacerán Felipe, en 1968, y Paula, en 1970. Para 1961 la editorial ERA publica una colección de sus mejores entrevistas, con el título Palabras cruzadas. La ciudad de México es parte inherente de casi toda su obra. En Todo empezó el domingo y en Nada, nadie, publicada en 1963 es lo fundamental. El primer libro lo realizó en colaboración con el dibujante Alberto Beltrán a partir de una propuesta periodística, en la que ella escribía las crónicas y él las ilustraba; así se aproximó por primera vez a nuestra ciudad, su paisaje, sus costumbres y sus personajes, como ya antes lo habían hecho Luis González Obregón, Heriberto Frías, Salvador

Novo, Ricardo Cortés Tamayo y muchos más Todo empezó el domingo es para algunos el detonador de los recuerdos y para otros la ventana al México que se nos fue; se piensa que la Villa, Chapultepec, Xochimilco, la Alameda, la Torre Latinoamericana, el Zócalo, el viernes santo en Iztapalapa, el palacio negro de Lecumberri, la Zona Rosa y el recorrido por los museos eran y son parte de los paseos más populares de ayer y hoy, no importando la clase social o la edad de los paseantes. En ellos confluye la tradición prehispánica y colonial y reflejan la evolución de la vida urbana; así como las peculiaridades de la ideosincracia de los habitantes de la ciudad de México. Por ello la reedición del libro resulta oportuna y de actualidad. Poniatowska logra atrapar en las crónicas de estos lugares su esencia, lo que hace de ellos parte de la tradición y la cultura. Pues no podemos pensar en Xochimilco y olvidarnos de sus trajineras, sus canales o de su vegetación y venta de plantas. Puede ser que el lugar ya no sea tan agradable, tan lejano de la mancha urbana como hace más de cuarenta años, pero sigue siendo un lugar turístico por excelencia con casi las mismas características. Al leer lo siguiente puede decirse que se escribió apenas:

“Dimos una vuelta por los canales más transitados. La Lupita, la Ofelia, la Carmela, la Reina (canoas o trajineras), con sus coronas de flores, iban repletas de pasajeros domingueros. Unos güeros y con cara de zonzos: los turistas. Otros, desde la abuelita hasta el recién nacido, comían en la canoa y se hacían acompañar por músicos acuáticos, seis u ocho, que a bordo de otra trajinera entonaban con voz fuerte La cama de piedra”... {Todo empezó el domingo,).

Tampoco podríamos pensar en la Villa sin recordar la fe de sus peregrinos, sus danzantes, la venta de milagros, de gorditas envueltas en papel de china y la foto del recuerdo:

[...] “Los niños se colocan muy serios al lado de su padre de sombrero de charro ladeado y toman la mano de su mamá que, bajo la falda de franela roja, lleva las rodillas ensangrentadas” (Todo empezó el domingo,).

La imagen que nos da de estos y otros paisajes urbanos nos invita a la reflexión en torno al espacio vital que la modernidad ha comprimido; ya que las calles han sido tomadas por el automóvil, las milpas y los riachuelos de los barrios lejanos al centro son ahora zonas y conjuntos habitacionales bordeados por amplias avenidas. Cabe señalar que desde su incursión en la crónica urbana, allá por los sesenta, su interés por estos lugares se ha mantenido de manera recurrente, pues los menciona en varias de sus obras, tal vez en otro momento pero con sus características fundamentales. Por ejemplo el Solano no sólo es mencionado como el sitio de las fiestas populares, también es uno de los tantos lugares en donde se llevó a cabo la represión a estudiantes en el 68 y es el lugar de las marchas institucionales. De tal forma que al leer cualquiera de sus libros tenemos pistas sobre el rompecabezas que es y ha sido la ciudad de México, su cultura y lo que nos une; por ejemplo el taco:

En México la taquería es el negocio que no tiene pierde; todos, albañiles, voceadores, pepenadores, basureros, violinistas, camioneros, monjas, periodistas

[...] todos le entramos a la taqueada, todos comemos tacos, todos los arrebatamos con la mano, los tragamos de prisa, nos chupamos los dedos porque están siempre de chuparse los dedos... («El último guajolote», Luz y luna,).

En1985 el 19 de septiembre, un terremoto asola la capital mexicana. Elena Poniatowska va componiendo artículos durante esos días, que constituirán más adelante una crónica colectiva de la catástrofe, publicada en 1988 bajo el título de Nada, nadie, las voces del temblor. reúne las crónicas del terremoto escritas en caliente; narradas a ella por los rescatistas, por algunos sobrevivientes y sus familiares, y desde luego, a partir de sus primeras impresiones. Ella, al igual que Carlos Monsiváis, Cristina Pacheco, Humberto Musacchio y otros, recuperó parte de la memoria de este terrible hecho social. Poniatowska no sólo muestra la ciudad desquebrajada, sino que pone al descubierto la corrupción institucional, la ineficacia de las autoridades, la existencia de fábricas clandestinas, la impotencia y desorganización ante la desgracia y la problemática existencial de los habitantes de esta urbe, entre otras cosas. Si bien el terremoto despertó la solidaridad del mexicano, también nos mostró que somos unos verdaderos desconocidos de nuestros vecinos y ellos de nosotros y que, en México como en otras grandes ciudades la modernidad trajo consigo la individualidad y el aislamiento. La ciudad también es dibujada por la movilidad de sus personajes; es marcada por los recorridos a pie o en autobús; por la referencia a lo que hacen, por los recuerdos de su niñez, por lo que había antes del terremoto, por lo que por azares del destino apenas observamos. Está ahí, siempre mezclada con nuestra vida cotidiana.

El perfil que construye Elena Poniatowska de los personajes de la ciudad de México es múltiple; abarca a los personajes tradicionales, a los subempleados, a los de la alta, a los intelectuales y al ciudadano común. Para ella, todos ellos son quienes hacen una ciudad y necesitan de su contraparte o de su interlocutor como lo muestra en sus crónicas. Por ejemplo, el vendedor ambulante al explotador, el burócrata al líder, la empleada doméstica a la patrona, el intelectual al discípulo, el comerciante al comprador, y por qué no, el desvalido a la mano amiga. Los personajes populares aparecen en sus crónicas como aquellos seres por los que parece no pasa el tiempo como el vendedor de nieves batidas en cajón de madera, el abonero que a pie o en bicicleta recorre los barrios populares o surte a las domésticas; el cilindrero que, en las esquinas de las calles y en los parques, recicla sus melodías girando la manivela del cilindro; el voceador que hereda el oficio del pregonero, etc. Ninguno de ellos depende de una moda, sino de una tradición. Los vieron nuestros abuelos, los vemos nosotros y probablemente se toparán con ellos las generaciones futuras:

El subempleo llegó a la ciudad de México con la modernidad

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