Ignacio López Tarso Semblanza

Ignacio López Tarso

Semblanza

Ignacio López Tarso es un hombre con dos nombres, nació dos veces. Su presencia ha habitado los escenarios de la tragedia, la comedia y el musical, a través de más de 150 obras de teatro, más de 100 películas y 30 telenovelas.

La primera vez nació cinco años después de finalizar la Revolución Mexicana, el 15 de enero de 1925, en una casa de la calle Moctezuma, junto a la Villa de Guadalupe, en el Distrito Federal. Es hijo de Alfonso López Bermúdez e Ignacia López Herrera. Sus hermanos se llaman Alfonso y Marta. Su infancia y juventud transcurrieron entre Veracruz, Hermosillo, Navojoa, Valle de Bravo y Guadalajara.

La segunda vez nació en el Palacio de Bellas Artes, cuando decidió estudiar teatro por recomendación de su admirado poeta Xavier Villaurrutia, quien entonces era el director de la Escuela de Arte Teatral del Institituto Nacional de Bellas Artes. Como Juan el Bautista, Villaurrutia le sugirió que adoptara un nuevo nombre. No de su vocación sacerdotal, pero sí de su evocación espiritual como seminarista, el joven Ignacio recordó la vida del apóstol romano Pablo, o Saulo, en Hebreo, originario del pueblo italiano de Tarso.

En diversas ocasiones, con los buenos oficios de su memoria prodigiosa, Don Ignacio ha evocado cuatro momentos que reflejan la mística de su relación con los escenarios, la palabra escrita y el mundo de la actuación.

El primero es una alegoría a la manera del mito de la caverna de Platón: con apenas unos años, el pequeño Ignacio acude con sus padres a una función de teatro de carpa en Analco, el barrio en donde él vivía en Guadalajara. Quedó impactado por la construcción del espacio-tiempo a partir de la luz que se apaga ante el amanecer del escenario iluminado. La obra como hipnosis de una realidad producida por ese efecto pendular del telón que abre y cae; el segundo momento es una ensoñación: cuenta López Tarso que cuando era niño, su padre le leía con recurrencia un cuento que aprendió de memoria. Tanto, que incluso soñaba con él. El cuento era El ahijado de la muerte. Años más tarde, interpretaría a Macario, el personaje de la obra del mismo nombre, del escritor alemán Bruno Traven, situada en el costumbrismo del Día de Muertos en el México del siglo XVIII, basada en La muerte madrina de los hermanos Grimm. En un principio, el papel sería personificado por Pedro Armendariz, quien lo rechazó debido a otras propuestas de trabajo en Europa; el tercer momento fue cuando tuvo su primera experiencia como actor estando en el seminario de Temascalcingo, en donde un sacerdote, proveniente de Estados Unidos, formó un grupo de teatro en beneficio de la institución. En el Seminario Conciliar, en donde conoció al rector don Sergio Méndez Arceo, quien después fuera obispo de Cuernavaca, fue lector oficial; el joven Ignacio leyó en voz alta, con dicción y métrica, la poesía de autores como Lope de Vega y Calderón de la Barca; el cuarto fue una cita con el destino, el descubrimiento de su vocación, a partir de su encuentro con sus grandes maestros: Xavier Villaurrutia, Xavier Rojas, Carlos Pellicer, Salvador Novo, Celestino Gorostiza, André Maurois, Seki Sano, Fernando Wagner, entre otros.

En 72 años como actor ha interpretado todos los rostros y las voces de personajes creados por Sófocles, Eurípides, Shakespeare, Juan Ruiz de Alarcón, Lope de Vega, Calderón de la Barca, José Zorrilla, León Felipe, Arthur Miller, Gogol, Edmundo Rostand, Luigi Pirandello, Eugène Ionesco, Fernando de Rojas, Guillén de Castro, Emilio Carballido, Luisa Josefina Hernández, Sergio Magaña, Florián Seller, Martín Luis Guzmán, Vicente Leñero, entre muchos otros. Espacios que a través de la literatura universal, desde la dramaturgia y la poesía,

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