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Mijaíl Bulgákov


Enviado por   •  20 de Octubre de 2014  •  2.942 Palabras (12 Páginas)  •  167 Visitas

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Entre estos últimos, Mijaíl Bulgákov, el gran escritor de El Maestro y Margarita, dotado como pocos para la tragicomedia, autor de una de las sátiras más extraordinarias sobre la fecunda matriz de "hombres nuevos" en la que había degenerado el Estado soviético: En Corazón de perro emerge gradualmente el lado tenebroso, abismal, de la "nueva humanidad" pretendida por el totalitarismo bajo la parábola del ilustre cirujano que opera a un perro callejero y le trasplanta las glándulas sexuales y la hipófisis de un delincuente que acaba de morir (editada recientemente por Círculo de Lectores-Galaxia Gutenberg en la colección La Tragedia de la Cultura, dirigida por Vitali Shentalinski y Ricardo San Vicente, y destinada a recuperar textos prohibidos por la censura soviética).

Una obra, por lo demás, cuyos avatares parecen integrarse perfectamente en el propio argumento puesto que la criatura engendrada en el quirófano milagroso del profesor Preobrazhenski, revelándose muy pronto como un ser oportunista, cínico y despreciable, representa muy bien el talante de aquel poder que impidió, en su momento, la publicación del libro. El manuscrito de Corazón de perro fue secuestrado, junto con los diarios de Bulgákov, en 1926, tras irrumpir la policía secreta en el domicilio de éste; y no salió a la luz sino 60 años después, ya en el periodo de Mijaíl Gorbachov.

Pequeña obra maestra de la tragicomedia, Corazón de perro abría asimismo una dimensión tragicómica en el futuro de su autor: el extraño pulso, doloroso a veces, directamente surreal otras, mantenido por Mijaíl Bulgákov con las autoridades y, en particular, con Stalin. Tras el robo de los manuscritos el escritor da inicio a una sucesión de cartas, reivindicando su devolución y, con posterioridad, también su libertad de viajar al extranjero. El 28 de marzo de 1930 envió una solemne carta al Gobierno de la URSS en la que hacía una auténtica declaración de principios. Para su sorpresa, 20 días después recibió la llamada telefónica de Stalin que le propuso, entre otras cosas, "reunirse para charlar".

El curioso y retorcido respeto de Stalin por algunos artistas - Shostakóvich, Prokófiev, Pasternak- en medio de los crímenes y de las deportaciones formaba parte quizá de la vanidad de quien se sabía poseedor del poder absoluto. Al fin y al cabo, su bisturí llegaba mucho más lejos que el del héroe de ficción pensado por Bulgákov. No era un creador más; era el Creador que trasplantaba corazones de perro a su antojo. Y con este rango su influencia turbaba incluso a las mentes que más lúcidamente percibían su maleficio.

Por sus cartas y diarios todo parece indicar que Mijaíl Bulgákov esperó ansiosamente 10 años, hasta su muerte en 1940, la llamada del dictador para concretar la cita prometida.

Mijaíl Bulgákov.

El camarada ministro

A partir de 1928, Bulgákov fue víctima de una campaña orquestada contra él por Anatoli Lunacharski, entonces ministro de Cultura de la Unión Soviética. Ese mismo año Bulgákov comenzó a escribir El maestro y Margarita. La novela puede leerse como una burla contra su enemigo y la gente que lo rodeaba. El personaje del maestro fue bautizado primero como Fausto, lo que se ha interpretado como una referencia al más famoso de los dramas "revolucionarios" escritos por el ministro: Fausto y la ciudad. Más aún: Fausto pactó con el diablo y Gorki se unió a los comunistas. La propaganda soviética no tardó en adjudicar a Gorki el título de 'maestro'. Otro de los personajes de la novela de Bulgákov, el crítico Latunski, comparte rasgos con Lunacharski, quien sería nombrado embajador en España en el año 1933.

El espíritu de la sátira

La irrepetible generación de escritores rusos en la que despuntan los nombres de Borís Pilniak, Isaak Bábel, Andréi Platónov, Anna Ajmátova, Osip Mandelshtam, Borís Pasternak y Mijaíl Bulgákov sufrió en carne propia la terrible experiencia del stalinismo. Los que no murieron fusilados en la Lubianka, la cárcel del KGB, o destruidos por el frío de Siberia, pasaron a ser maestros del "género del silencio". Sólo el paso del tiempo ha permitido rescatar obras del calibre del Réquiem, de Ajmátova, El maestro y Margarita, de Bulgákov, y Chevengur, de Platónov.

Los supervivientes del terror de los años treinta se enfrentaron a la miseria y al anonimato con el constante temor a ser detenidos en cualquier momento. Situaciones tan patéticas como la llamada telefónica de Stalin a Pasternak, en la que el dictador le recrimina su tibia actitud ante el "asunto de Mandelshtam", finalizada con la petición del novelista de verse para hablar "de la vida y de la muerte",

ejemplifican dramáticamente cómo las tiranías destruyen el espíritu sometiéndolo a una presión insoportable. Y, más aún, las de tenor ideocrático pues, para éstas, la palabra libre, no oficial, supone una amenaza directa a las bases de su propio poder.

Un Bulgákov desolado escribe en una carta a su hermano Nikolái fechada en 1929: "He sido liquidado literariamente. He hecho un último esfuerzo y he pedido al Gobierno que me deje salir al extranjero. (...) Si se me deniega esa petición, habrá que pensar que el juego ha terminado. (...) Sin la menor cobardía, te informo, hermano, de que mi ruina es sólo cuestión de tiempo".

En carta a Gorki, Bulgákov le pregunta "¿por qué se retiene en la URSS a un escritor cuyas obras no se autorizan? (...) Ya sólo falta, para concluir, que me destruya a mí mismo. ¡Sólo pido que se tome una decisión humana conmigo y se me deje salir (del país)!".

Pero Bulgákov, haciendo gala de ese "espléndido desprecio" con que Ajmátova definió su actitud ante el poder, no se amedrenta y envía una carta al mismo Stalin, en la que afirma, con un tono rotundo y desafiante lleno de ironía, que "la prensa soviética tiene toda la razón del mundo" en la campaña lanzada contra él. Y es que, reconoce Bulgákov, en su obra La isla purpúrea "se yergue una sombra tenebrosa, la sombra del Comité Superior de Repertorios. Es él quien crea esclavos, panegiristas y servidores asustados. Es él quien mata el pensamiento creador". El autor de El maestro y Margarita llega a decir que su "obligación en cuanto escritor es luchar contra la censura, sea cual sea ésta y sea cual sea el poder bajo el cual se dé". Sorprendentemente, la respuesta a esta carta no fue desfavorable: Bulgákov no recibió la autorización

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