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Pancho Villa

Andylunatu8 de Julio de 2014

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Adolescencia y Bandolerismo De Un Caudillo

Francisco Villa nació el 5 de Junio de 1878 en La Coyotada, Rio Grande, municipio de San Juan del Río, Durango. Fue bautizado con el nombre de José Doroteo Arango Arámbula.

En aquella época era conocido con el nombre de Doroteo Arango, y no con el de Francisco Villa. Su padre, el mediero don Agustín Arango, muere joven y deja sin amparo a su mujer y a cinco hijos, fue hijo natural de don Jesús Villa, que por la ilegitimidad de su origen, llevaba el apellido de su señora madre, que era el de Arango, y no el que directamente le correspondía. Es decir, don Agustín Arango solo era hijo de su madre y no de Jesús Villa, por lo tanto no fue reconocido por este y no llevo su apellido.

Sus hermanos Antonio, Hipólito y él, eran hijos legítimos (hijos nacidos durante el matrimonio) y llevaban el apellido de Arango, hasta que las tenaces persecuciones que él sufrió le obligaron a ampararse con otro nombre que despistara a sus perseguidores. Él sabía, como jefe de su familia, cuál era el apellido verdadero que debía haber llevado su padre, y resolvió, mejor que ocultarse bajo otro nombre cualquiera, restaurar el que realmente le correspondía, de esta manera se hizo llamar, con toda justificación, Francisco Villa.

Villa era corpulento, blanca su epidermis, redonda su cabeza (braquicéfalo). Su pelo era castaño ondulado que habitualmente le caía con descuido sobre una frente bombeada y amplia. Sus orejas eran regulares y bien formadas. Sus ojos cafés, tenían una rara expresión: grandes y boludos, como de domino o de reto, casi de fiereza cuando se irritaba; pues entonces, inyectados, los abría desmesuradamente en forma amenazada; en cambio, acostumbrados a soportar la luz intensa del sol y a escudriñar el horizonte hasta de noche, o a leer en los rostros ajenos la actitud o el pensamiento, cuando hablaba afablemente o reía, casi los cerraba, frunciendo el seño. Su nariz, era recta y poco prominente; su boca era grande, con un bigote caído a los lados; su mentón era de barba partida. Alto de cuerpo, esbelto y bien conformado, con pecho atlético, brazos fuertes y largos terminados por manos afiladas y ágiles, capaces de cualquiera maniobra de fuerza, como lazar, derribar un potro o res, herrar, manejar armas y cabalgaduras con vigor y destreza. No tenía vicios: no fumaba, no jugaba, ni ingería alcohol.

La tragedia de su vida comenzó el 22 de septiembre de 1894, cuando tenía 16 años de edad. Lo que le dicta su experiencia, es que la tragedia empezó mucho antes de aquella fecha que marcó la primera sangre derramada por sus manos: arranca del día en que nació dentro de la extrema pobreza que rodeó su cuna. Donde la infancia de los hijos del campo, que nacen en un montón de tierra la cual se levanta con el arado, es ahí donde se desarrollan, no es una alborada risueña de la vida: es la lucha que se avecina debido al infierno continúo de la servidumbre y a la falta de voluntad e iniciativa.

“Para Villa la infancia de los niños pobres, es una lucha, es un combate, es un duelo a muerte que inicia contra el hambre, contra el frío, contra la desnudez, contra la indolencia perpetua de esa raza tristona y cabizbaja, huraña y hosca, que con el fardo de su vasallaje a cuestas, va rumiando sus penas, va exhibiendo sus necesidades, va proclamando el soberano refugio de sus vicios.”

Villa vivía en 1894 en la Hacienda de Gogojito, municipalidad de Canatlán, del estado de Durango. Era mediero de los poderosos señores López Negrete, cuyo feudalismo abarcaba todas las formas de la opresión agraria. Su hogar cuya jefatura ejercía desde la muerte de su padre, estaba formado por su madre, sus hermanas Martina y Marianita, de 12 y 15 años de edad, y sus hermanos Antonio e Hipólito.

El 22 de septiembre de ese mismo año Villa, había ido a su casa dejando la labor donde por entonces trabajaba quitándole la hierba. Al llegar a esta descubrió que don Agustín López Negrete se quería llevar a su hermana Martina de su casa. Él loco de furia salió de su casa y descolgó una pistola de la habitación de su primo hermano Reinaldo Franco, y volviéndose apresuradamente a su casa le disparo a don Agustín hiriéndolo gravemente en una pierna.

Debido a los gritos que daba Agustín López Negrete, acudieron cinco hombres armados al lugar y se lo llevaron en un elegante carruaje a la Hacienda de Santa Isabel de Berros. Por otro lado, la reacción de Villa fue huir y buscar refugio entre las soledades de Sierra de la Silla, que se encontraba frente a la hacienda de Gogojito.

De esta manera se desataron las persecuciones contra Villa. En todos los distritos del estado se señalaba como un criminal muy peligroso, y a todos ellos les llegaba la orden de que se apoderaran de él, donde quiera que lo hallasen, vivo o muerto.

A sus 17 años, comenzó su vida de bandolero, a esta edad se vio obligado a vivir alejado de la sociedad, perseguido por la policía que lo buscaba como a una fiera, lo cual le obligaba a habitar en lo más abrupto de la montaña a veces sin más trato humano que el de otros perseguidos, comiendo carne cruda, en vida trashumante y de continua alarma y de peligro, que lo hizo conocer todos los refugios de una gran extensión del país, en especial en los enormes estados de Durango y Chihuahua.

A sus 22 años su fama ya había corrido muy rápido, por los estados anteriormente mencionados, a esta edad ya era todo un bandolero guerrillero cuyo destino habría de procurarle redención cuando su experiencia de lucha, astucia, valor personal y su don de mando lo llevan a abrazar la noble causa de la revolución.

Villa no tenía un instante de reposo. Emigraba sin descanso, se pasaba los días y las semanas y los meses cruzando de la Sierra de la Silla a la de Gamón. Comía lo que buenamente le deparaba la fortuna, y muchas veces, su alimento era solo de carne asada, sin sal. El acoso no decaía un solo momento, por dondequiera que llegaba, corría el peligro de ser delatado y aprehendido, no se aventuraba por los lugares poblados, donde podría proveerse de lo más indispensable, al menos, para su subsistencia.

Llevaba la ropa toda rota y desgarrada, sin zapatos, en perpetuo insomnio, llevaba una vida muy espantosa que le hacía pedazos el cuerpo y el alma, la cual reducía su odio formidable contra los opresores del proletariado, contra los malos gobiernos que se imponían al pueblo por la fuerza aplastante de sus bayonetas, contra los señores hacendados, sostenedores resueltos de esos malos gobiernos.

Un día fue sorprendido por tres hombres armados, quienes se apoderaron de él y lo condujeron a San Juan del Río, internándolo en la cárcel de esa región. Donde tenían pensado fusilarlo, por el decreto que el gobierno de Durango había expedido en su contra.

Pero se fugó la mañana del día siguiente, cuando lo sacaron de su encierro para que moliera un barril de nixtamal. Sin más arma que sus manos corrió sobre los hombres de la guardia y escapo hacía el cerro de Los Remedios, que se encontraba a espaldas de la cárcel. Siguió corriendo, y al bajar un río, encontró un potro que acababan de agarrar de las manadas; lo sujeto por las orejas, brinco sobre él y emprendió rio arriba. Se dirigió a San Juan del Río, brinco del extenuado potro, que a duras penas podía mantenerse en pie, jadeando y sudoroso. Lo dejo que se fuera a su capricho y a buen paso se dirigió a su casa, que estaba río arriba y cerca del punto llamado Río Grande. En la noche bajo a casa de un primo hermano suyo, le describió la situación y él le proporcionó caballo, montura y alimentos para que se fuera. Así aviado, se retiró nuevamente a sus picachos, a sus abruptas y suntuosas posesiones donde tan confortablemente se encontraba: las Sierras de la Silla y de Gamón, en las que paso todo el año siguiente.

En los primeros días de octubre de 1895, y por denuncia de un tal Pablo Martínez, estando dormido en la labor de La Soledad, que está pegada a la Sierra de la Silla, siete hombres armados lo hicieron prisionero. Cuando despertó ya tenía siete carabinas abocadas a su pecho y una voz tonante le intimaba rendición.

En el lugar en que se hallaban los aprehensores y Villa, no podían ver que como 400 metros del lugar tenía su caballo y su montura ocultos entre recortes y los surcos. Además, ellos ignoraban que, debajo de la cobija en que él estaba acostado, tenía su pistola. Cuando vio que dos de ellos se habían ido a cortar los elotes, otros dos a traer la leña y solamente tres quedaban allí con él, repentinamente saco la pistola y se echó sobre ellos, haciéndolos rodar hasta un pequeño arroyo; Villa corrió hacia donde estaba su caballo, y cuando se reunieron nuevamente para darle alcance, él iba a media rienda rumbo a la sierra, mientras ellos se quedaban en el plano mirando cómo se alejaba.

Tres meses después de estos acontecimientos, Villa se mantenía en la Sierra de la Silla, las autoridades lo sabían y para resolverlo decidieron echarle encima la Acordada de Canatlán, para ver si podían apoderarse de él. Pero no lo lograron.

Así que resolvió cambiar su alojamiento a la Sierra de Gamón. El cambio temporal de residencia no le ofrecía mayores atracciones que la posible seguridad en que por lo pronto se hallaría. Para proveer su subsistencia se llevó doce reses, las hizo carne seca, y se estableció regiamente por unos cinco meses.

Vendía una parte de la carne seca por mediación de unos madereros que trabajaban en un lugar llamado Pánuco de Avino, y aquellos hombres, que le eran muy fieles amigos, se encargaban de proveerlo de café, tortillas y otros alimentos.

Pero Francisco Villa no resistió a la

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