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SAN AGUSTIN


Enviado por   •  21 de Marzo de 2013  •  1.336 Palabras (6 Páginas)  •  308 Visitas

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AGUSTÍN (SAN)

Biografías. Obispo y doctor de la Iglesia. Nació en Tagaste (África), a mediados del siglo cuarto; murió en Hipona en el año 430. Su familia era honrada, pero pobre; su padre era pagano, su madre cristiana. De la juventud de este santo nada puede dar idea más cabal ni más exacta que las palabras del mismo en sus admirables Confesiones. «Trataba yo, diceSan Agustín, de satisfacer el ardor que sentía por las mas groseras voluptuosidades; me entregaba a multitud de pasiones que, pululando de día en día en mi corazón, produjeron en él una especie de oscuro bosque donde él mismo se perdía y no entraba nunca la luz del sol. De este modo quedó desfigurada toda la belleza de mi alma, y a fuerza de agradarme a mí mismo y de tratar de agradar si los demás, no era ante Dios más que corrupción y miseria.»

De cómo se verificó su conversión da noticia también el mismo santo en el mismo libro admirable que el mundo conoce con el titulo de Las Confesiones de San Agustín, aunque fervorosos católicos y atribuyen el mérito de esta conversión a los ruegos de Santa Mónica, madre del joven corrompido que había de ser uno de los más esclarecidos y más virtuosos doctores de la Iglesia. «Un día, dice San Agustín, vino a visitarme Ponticiano, cristiano muy acreditado en la corte del emperador; y como hallase sobre mi mesa, mesa del joven disoluto: Las Epístolas de San Pablo, celebró muy sinceramente y con grandes extremos que yo me consagrase a esa lectura. Aprovechó, pues, tan oportuna ocasión para hablar de Antonio, aquel piadoso solitario de Egipto, que principiaba ya a ser muy célebre; me habló asimismo de los ilustres monasterios que han hecho fértiles los desiertos en frutos de santidad y donde la vida tan pura de tantas santas almas exhalaba un olor de santidad que llegaba hasta el trono de Dios.» Prosigue diciendo San Agustín que escuchaba a Ponticiano y que al mismo tiempo examinaba su propio corazón y se sentía confundido y avergonzado por hallar en su fondo tanta depravación y tal perversidad: llegó a tener horror de sí mismo. Partió Ponticiano y levantándose Agustín lleno de entusiasmo, dijo a un su amigo nombrado Alipio, que allí se encontraba y que lo había visitado: «¿Qué hacemos, amigo? Los ignorantes ganan el cielo; y nosotros, con toda nuestra ciencia, estamos sumidos en la carne y la sangre. ¿Tendremos vergüenza de seguirlos?» Pronunciadas estas palabras, sintió vehementísimos deseos de estar solo y de entregarse a serias meditaciones; en un jardín próximo a su casa permaneció durante algunas horas ensimismado y entregado a profunda meditación: siguió paso a paso todos sus extravíos, recordó una a una todas sus locuras, y de tal suerte se avergonzó de la miseria en que había caído, que empezó a verter abundantes lágrimas, y refiere él que como suplicase fervientemente a Dios que le apartase de aquella senda de perdición, oyó (sin saber de dónde partía) una voz inefable que le decía: TOLLE, LEGE (toma, lee). Esto fue considerado por Agustín como una revelación; tornó a su casa, tomó en su mano las Epístolas de San Pablo, abrió al azar el libro y leyó en una de sus páginas: «No viváis en los festines y la embriaguez, ni en las disoluciones e impurezas, ni en espíritu de deseo y de envidia; sino revestíos del Señor Jesucristo y no tratéis de contentar a la canse en sus deseos.» Aquello bastó, según confesión propia, para efectuar la conversión de San Agustín: cerró el libro y como quien ha tomado ya resueltamente su partido, manifestó a su amigo Alipio, allí presente, lo que pasaba en su espíritu. Alipio, después de leer las palabras de San Pablo que tan profundamente habían impresionado a su amigo, siguió leyendo estas otras: «Ayudad y sostened al que aún es débil en la fe» y de tal suerte se las aplicó y con tal fe entendió que providencialmente le habían sido dirigidas que, sin vacilaciones ni dudas, se asoció desde entonces al pensamiento

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