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SEMBLANZA DE ROBERTO CASTILLO IRAHETA


Enviado por   •  7 de Marzo de 2014  •  2.041 Palabras (9 Páginas)  •  477 Visitas

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SEMBLANZA DE ROBERTO CASTILLO IRAHETA

Gustavo Zelaya.

Varios meses atrás en Tegucigalpa se realizó la Primera Conferencia Nacional de Filosofía, además de los estudiantes y los egresados de la Escuela de Filosofía, estuvieron presentes familiares y amigos de Roberto Castillo Iraheta. Previo al evento el doctor Oscar Soriano me sorprendió con el encargo de hacer una semblanza de Roberto. Al principio creí que el asunto no sería complicado ya que se acostumbra mostrar el inventario de lo producido, imaginar virtudes, resaltar la obra y la personalidad de alguien y en el caso de Castillo Iraheta hay material en abundancia para una cuestión de protocolo que parece formal y muy objetiva.

El problema que encontré fue que con Roberto mantuvimos una relación diferente, no sólo fue mi profesor de Pensamiento Latinoamericano y de Estética, en especial de Raíces Griegas, uno de los cursos más complicados y exigentes que tuve pero el más placentero de todos. Eso generaba nuestro profesor en esa asignatura: placer puro cuando hablamos de la cultura griega y nos ubicaba en el lugar preciso. Se iluminaba y casi poseído nos transfería su emoción. Tal encantamiento sólo era posible porque nos hacía creer que si nos sumergíamos en una lectura era para disfrutarla, casi digerirla y enfrentarla hasta llegar a conocer sus limitaciones.

Pero el vínculo que establecimos se fortalecía mucho más cuando el encuentro iba más allá de lo puramente académico, con queso y vino de por medio, con cerveza y ceviche la plática se ponía más sabrosa cuando hablábamos de la ciudad y sus barrios, de la gente y sus dichos, de picantes anécdotas aderezadas con mucha ironía. Sin ser cirujanos, practicábamos disecciones de muchos personajes que parecían respetables y de los cuales conocíamos sus debilidades y sus virtudes. Con él fortalecí una técnica que ahora me sirve como un potente instrumento para desmitificar figurones: el fino sarcasmo, el demoledor sentido del humor del barrio. Y todo ello sin ofensas hirientes pero si con mucha risa. En Roberto Castillo habitaba un huraño y atrevido daimon, ese misterioso espíritu burlón inventado por los griegos y que nos impulsa a buscar los elementos lúdicos y divertidos de la vida.

Como muestra de ese elemento presente en Roberto recuerdo su estricta vestimenta, los gruesos aros de los anteojos y su formalidad que no podían ocultar la abierta sonrisa y el buen decir, agudo, corto, letal, que nos arrancaba nuevos comentarios divertidos. Y como si fuera accidente, en uno de sus más acabados libros de cuentos, casi biográficos, y que pude conocer antes de ser publicado con el nombre provisional de Genios, faltó muy poco para que en ese documento apareciera el departamento de filosofía en pleno, por ahí van y vienen distintas iniciales que se corresponde con muchos amigos y amigas, estudiantes y profesores, más o menos retratados en el texto o al pie de página en “Traficantes de Ángeles”. Más todavía: existe una foto de Roberto en el metro de Paris, con esa vestimenta de siempre, y atrás el tren que no se sabe de su movimiento y el hombre, mirándonos y deteniendo la burlona sonrisa, nuestro agudo daimon que tanto ayudó a que podamos expresarnos de forma auténtica.

Y eso que Roberto no era alguien que se entregara inmediatamente a las personas, primero oteaba el terreno y si había firmeza en el lugar caminaba poco a poco y al fin se daba, y no esperaba más que franqueza en el trato. Creo que la mejor y más rica experiencia compartida fue durante los últimos meses de vida de Roberto Castillo, los momentos de más urgente frecuencia en donde nos vimos con otras perspectivas y él, más humano y divertido que nunca, pero sufriendo con gran intensidad, me tomaba la mano y el dolor era evidente. Le preguntaba si tenía claridad acerca de lo que vendría, y no tenía duda alguna. Comentábamos que esta clase de circunstancia era importante para ir poniendo cada cosa en su lugar, cada pieza vital bien engarzada y hacer lo que pocas veces podemos: reírnos de todo lo que nos parecía formal y trasgredir hábitos, costumbres, tradiciones impuestas por ese banal sentido de la corrección. En esos meses Leslie Jiménez y Roberto, sin proponérselo, se dedicaron a alimentar mi ego con un gesto único: yo llegaba sin anunciarme y a cualquier hora la puerta siempre estaba abierta.

Nuestro amigo tuvo la exquisita fineza de saber despedirse en enero, en ese mes que en la mitología romana estaba dedicado a Jano, el dios que poseía dos caras, una mirando al pasado y la otra al futuro, el año que se fue con Roberto y el que estaba inaugurando para la perduración de su obra. Era el dios de las puertas siempre abiertas a la agricultura, a las leyes y a las buenas predicciones. Pero también es el de la puerta abierta para que entrara o saliera el amigo y la otra totalmente cerrada para el que provocaba incomodidad.

En esa doble funcionalidad de enero, de las caras de Jano y las puertas de la ciudad de los libros, esa ciudad expresada en Roberto, fue donde muchos supimos que leer consiste en un diálogo fecundo con el autor y con otros; y que si existe alguna finalidad en ese ejercicio no es más que aprender a conocer la realidad para cuestionarla y hacer algo para cambiarla. Pero tal actividad cobrará mayor sentido si lográbamos en los demás el interés por acercarse a los libros, y así, seguir por ese camino de conocimiento y transformación de nuestra realidad. Ese fue uno de los proyectos de Roberto Castillo, hacer que nosotros, sus alumnos, supiéramos movernos en ese bosque urbano de los libros, después de penetrar en su espesura y elegir lo más frondoso, se debía pensar acerca de cada propuesta y encontrar puntos de encuentro.

Puntos de encuentro, lugares de llegada, las grandes síntesis obtenidas a pesar de las diferencias, a pesar de las carencias bibliográficas y de las escazas políticas públicas que estimulen el estudio. Uno de esos elementos fundantes los encontró en temas como la identidad nacional y la incorporación de la cultura universal. Esto tendría que lograrse con el esfuerzo continuo y ordenado de la investigación para llegar a desarrollar pensamiento propio. En palabras suyas: “Pensar es sentar las formas bajo las cuales los hombres

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