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San Ildefonso


Enviado por   •  24 de Mayo de 2013  •  1.153 Palabras (5 Páginas)  •  381 Visitas

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San Ildefonso

De padres nobles, vino al mundo San Ildefonso a principios del siglo vii y fue educado en la escuela isidoriana de Sevilla. Muy pronto manifestóse en él su recto carácter, su espíritu recatado, su afecto a la vida monástica. Sus padres se opusieron a su vocación. Para defenderla, tuvo que huir del hogar. El padre, montado en cólera, sale de su palacio, con brillante escolta, en su persecución y búsqueda, pero sus pesquisas resultan inútiles; Ildefonso ha logrado refugiarse en el monasterio de Agali. Allí ha suplicado su admisión, con llanto de sus ojos. El abad reunió a todos los monjes, que unánimemente apoyaron la súplica. Ha vestido el hábito de San Benito.

Si sus maestros anteriores, San Eladio de Toledo y San Isidoro en Sevilla, habían sido cautivados por el suave porte de Ildefonso y por su amor a las ciencias sagradas, ya en sus primeros estudios, ahora, entregado plenamente a ellas, en la dulce paz del Monasterio, cabe las alamedas del Tajo, atraerá mucho más la admiración de todos por la delicadeza de su espíritu y por su pasión cada día creciente hacia los libros y su avidez de toda suerte de conocimientos dignos.

Sus rasgos característicos pronto le hacen destacar entre los demás monjes: constante atención y casi incesante tensión contemplativa, entrega cordial al estudio, andar grave, perfil ascético, estatura majestuosa... Pero muy pronto maravillosos frutos de su vitalidad espiritual: escritos sazonados, profundos, sobre todo el «Libro de la Virginidad de María», canto impetuoso y rutilante contra los negadores de la perpetua integridad de la Madre divina.

Todos le miran ya como un portento de saber. No es de extrañar que sea pronto elegido abad del Monasterio, que por él será regido durante largos años, con pulso firme, prudencia y certera clarividencia... Y ello justifica que al fallecer en el año 657 San Eugenio, arzobispo de Toledo, todas las miradas del clero, de los fieles, y aun de la corte, se fijen en un solo varón para la sustitución adecuada del gran prelado; y al monasterio agaliense se dirigen para recabar del abad Ildefonso cl consentimiento a ocupar la silla famosa. Se resisten la humildad, la sencillez, el amor al recogimiento, del requerido. Mas cuando comprende ser la voluntad de Dios su aceptación, accede con abierta simplicidad.

La consagración del nuevo metropolitano se celebra en la Catedral toledana el 26 de noviembre del apuntado año.

Su labor pastoral fue suave y enérgica a la vez. No olvidó ni desatendió lo más mínimo su vida interior: su apostolado mariano, su trabajo intelectual. Salen de su lengua y de su pluma lindezas tan exquisitas, que, aun transcurridos trece siglos, paladearlas constituye un gozo místico intenso.

Su libro «Caminando por el desierto», escrito para descubrir a los bautizados la senda que conduce a la soledad interior, es, sin haberlo pretendido, un comentario original al «Cantar de los Cantares». Y su prosa, admirable, podría decirse que inspiró, nueve siglos más tarde, los paralelismos y transposiciones que San Juan de la Cruz emplea en versos para su «Cántico Espiritual».

Otras obras de tan fecunda pluma, llegadas hasta nosotros, pues algunas se han perdido o nos son desconocidas: la continuación del libro de los «Varones Ilustres» de San Isidoro, documento el más precioso y completo para el conocimiento del Episcopologio toledano; el «Tratado sobre el Bautismo» y diversas cartas y composiciones litúrgicas.

El pontificado de San Ildefonso duró nueve años y dos meses. Casi sin enfermedad, más bien transportado por

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