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“Un amor de años”


Enviado por   •  14 de Septiembre de 2016  •  Apuntes  •  19.612 Palabras (79 Páginas)  •  315 Visitas

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“Un amor de años”

Desde hace algunos años sheccid y joseph se gustaban, 8 años atras ella habia llegado a la colonia de joseph en la colonia se decia que joseph era muy mujeriego como ella era nueva joseph decidio hacercarse y ser su amigo, Andrea –amiga de sheccid- era una niña muy linda y tierna a ella le gustaba Joseph nunca se animo a decirle lo que sentia por el, Andrea le contaba todo a Sheccid pero como a Sheccid tambien le gustaba el mismo chico major decidio cayar lo que sentia para no lastimar a su amiga. Un dia joseph invito a salir a sheccid ella hacepto a Andrea no le gusto eso y fue y le conto a Edgardo –hermano de sheccid- que sheccid habia salido con joseph como a Edgardo no le caia bien joseph el fue al lugar donde se encontraban sheccid y joseph ellos no se esperaban eso porque sheccid nunca penso que la traicionaria su major amiga al ver llegar a Edgardo sheccid y joseph se quedaron paralisados ellos sabian muy bien que a Edgardo no le caia bien joseph el hermano de sheccid se aserco y jalo a sheccid y se la llevo a casa en todo el transcurso de donde estaban asta casa sheccid no mensiono ninguna palabra al llegar a casa sheccid le pregunto a su hermano poque havia echo eso a lo que el contesto –joseph a lastimado a muchas de mis amigas y no quiero que te haga lo mismo a ti, el no se merece que tu sufras por alguien que no te va a sabaer valorar- Daniela le contest –tu no tienes ningun derecho de meterte en mi vida dejame vivirla a mi manera tu ya viviste la tuya como quisistey si se trata de sufrir sufrire pero gracias a ello no volvere a cometer el mismo error, en cambio si no me dejas vivir mi vida a cada etapa que debo vivirla no sabre defenderme ante alguien y tu no estaras para siempre a mi lado para protegerme. El contesto –tal vez tengas razon debo de dejarte vivir tu vida como major te paresca pero debes de entender que eres mi hermanita y mi deber es protegerte de que no te lastimen pero si tu quieres te dejo vivir tu vida a tu manera.

ALGUNOS AÑOS DESPUES…….

Daniela estaba estudiando medicina en un congreso se encontro a joseph sintieron tantas cosas al volverse a ver y quedaron de ir a tomar un café, al llegar el le pregunto porque se habia apartado de el, ella le contesto que porque no queria qie la lastimara. El le contestoque el la ama mucho que desde que se habian separado el no habia podido dejar de pensar en ella que es la unica persona que e amado y me e enamorado realmente. Unos años despues ellos decidieron casarse y asta la fecha viven muy felices con sus hijos….

 

PROLOGO

Acercarnos al cuento breve es abordar una forma que se remonta a los orígenes mismos de la literatura. Esta antología de cuentos contiene sólo cuentos de la autora:Gabriela Garcia Marquez, yo escogui estos cuentos porque al momento de leerlos me gustaron mucho pues nos hablan de cosas muy lindas que nos pueden ayudar a reflexionar sobre algunas cosas que hacemos y después nos arrepentimos de averlas echos, el primer cuento nos hablara de “El ahogado mas hermoso del mundo” este cuento nos habla hacerca de unos niños que miraron que del mar se hacercaba un barco y ellos pensaban que eran barcos enemigos….. El segundo nos habla de “La mujer que llegaba a las seis” este cuento trata de una señora que dia con dia iba a un restuarant este restaurant lo abrían a las 6 de la tarde el movimiento se empzaba a ver apartir de las 6.30….. El tercero nos habla “Me alquilo para soñar” este nos hablara de que en una playa en plena luz de dia hubo un tremendo golpe de mar que levanto varios autos y que resultaron lastimadas algunas personas…. El cuarto nos habla de “El rastro de tu sangre en la nieve” el cual nos habla que al llegar la noche,cuando habían llegado a la frontera Nena Daconte se dio cuenta que en donde estaba el anillo de bodas no le dejaba de sangrar….. El quinto nos habla de “Algo muy grave va a suceder en este pueblo” el cual nos habla de una señora que despertó con un presentimiento algo raro de que presentia que algo malo iba a suceder en el pueblo toda la gente pensaba que estaba loca…… El ultimo cuento fue inventado por mi el cual se llama “Un amor de años” nos habla de una pareja de amigos que con el paso de los años se empezaron a gustar se sepraron por un largo tiempo y después se volvieron a encontrar y tuvieron una familia hermosa y que asta la fecha vivien muy felices…

Prologo

En esta antología de cuentos hablaremos hacerca de unos cuentos los cuales escogui porque me llamaron la atención el primer cuento nos habla hacerca de una dama que se encontraba sola por la calle decidio entrar a un bar el cual se encontraba completamente basio mas que ella y el cantinero… El segundo nos habla hacerca de que los abuelitos de un niño se encontraban sepultados en el mismo sementerio para ser mas precisos en la misma fosa uno sobre otro, por eso en dia de muertos decidia llevarles unas calaveritas de azúcar….. el tercero nos habla de que todas las tardes son iguales, la misma algria, la misma luz, el mismo canto de los pajaros en fin que todas las tardes son iguales…. El cuarto nos habla de de que un dia de noche recibieron una llamada los bomberos de que en un edificio ocupaban su ayuda inmediatamente pues una fuga de gas había destrosado el primer piso del edifico amarillo….. el quinto nos habla de una niña que tenia 9 años de edad vivía con sus dos padres, obtenia buenas calificaciones, su vida era tranquila y pacifica en fin la vida de ella era “El roble”

Gabriel García Márquez
(Aracataca, Colombia 1928 - México DF, 2014)


El ahogado MÁS hermoso del mundo

         Los primeros niños que vieron el promontorio oscuro y sigiloso que se acercaba por el mar, se hicieron la ilusión de que era un barco enemigo. Después vieron que no llevaba banderas ni arboladura, y pensaron que fuera una ballena. Pero cuando quedó varado en la playa le quitaron los matorrales de sargazos, los filamentos de medusas y los restos de cardúmenes y naufragios que llevaba encima, y sólo entonces descubrieron que era un ahogado.
         Habían jugado con él toda la tarde, enterrándolo y desenterrándolo en la arena, cuando alguien los vio por casualidad y dio la voz de alarma en el pueblo. Los hombres que lo cargaron hasta la casa más próxima notaron que pesaba más que todos los muertos conocidos, casi tanto como un caballo, y se dijeron que tal vez había estado demasiado tiempo a la deriva y el agua se le había metido dentro de los huesos. Cuando lo tendieron en el suelo vieron que había sido mucho más grande que todos los hombres, pues apenas si cabía en la casa, pero pensaron que tal vez la facultad de seguir creciendo después de la muerte estaba en la naturaleza de ciertos ahogados. Tenía el olor del mar, y sólo la forma permitía suponer que era el cadáver de un ser humano, porque su piel estaba revestida de una coraza de rémora y de lodo.
         No tuvieron que limpiarle la cara para saber que era un muerto ajeno. El pueblo tenía apenas unas veinte casas de tablas, con patios de piedras sin flores, desperdigadas en el extremo de un cabo desértico. La tierra era tan escasa, que las madres andaban siempre con el temor de que el viento se llevara a los niños, y a los muertos que les iban causando los años tenían que tirarlos en los acantilados. Pero el mar era manso y pródigo, y todos los hombres cabían en siete botes. Así que cuando se encontraron el ahogado les bastó con mirarse los unos a los otros para darse cuenta de que estaban completos.
         Aquella noche no salieron a trabajar en el mar. Mientras los hombres averiguaban si no faltaba alguien en los pueblos vecinos, las mujeres se quedaron cuidando al ahogado. Le quitaron el lodo con tapones de esparto, le desenredaron del cabello los abrojos submarinos y le rasparon la rémora con fierros de desescamar pescados. A medida que lo hacían, notaron que su vegetación era de océanos remotos y de aguas profundas, y que sus ropas estaban en piitrafas, como si hubiera navegado por entre laberintos de corales. Notaron también que sobrellevaba la muerte con altivez, pues no tenía el semblante solitario de los otros ahogados del mar, ni tampoco la catadura sórdida y menesterosa de los ahogados fluviales. Pero solamente cuando acabaron de limpiarlo tuvieron conciencia de la clase de hombre que era, y entonces se quedaron sin aliento. No sólo era el más alto, el más fuerte, el más viril y el mejor armado que habían visto jamás, sino que todavía cuando lo estaban viendo no les cabía en la imaginación.
         No encontraron en el pueblo una cama bastante grande para tendero ni una mesa bastante sólida para velarlo. No le vinieron los pantalones de fiesta de los hombres más altos, ni las camisas dominicales de los más corpulentos, ni los zapatos del mejor plantado. Fascinadas por su desproporción y su hermosura, las mujeres decidieron entonces hacerle unos pantalones con un pedazo de vela cangreja, y una camisa de bramante de novia, para que pudiera continuar su muerte con dignidad. Mientras cosían sentadas en círculo, contemplando el cadáver entre puntada y puntada, les parecía que el viento no había sido nunca tan tenaz ni el Caribe había estado nunca tan ansioso como aquella noche, y suponían que esos cambios tenían algo que ver con el muerto. Pensaban que si aquel hombre magnífico hubiera vivido en el pueblo, su casa habría tenido las puertas más anchas, el techo más alto y el piso más firme, y el bastidor de su cama habría sido de cuadernas maestras con pernos de hierro, y su mujer habría sido la más feliz. Pensaban que habría tenido tanta autoridad que hubiera sacado los peces del mar con sólo llamarlos por sus nombres, y habría puesto tanto empeño en el trabajo que hubiera hecho brotar manantiales de entre las piedras más áridas y hubiera podido sembrar flores en los acantilados. Lo compararon en secreto con sus propios hombres, pensando que no serían capaces de hacer en toda una vida lo que aquél era capaz de hacer en una noche, y terminaron por repudiarlos en el fondo de sus corazones como los seres más escuálidos y mezquinos de la tierra. Andaban extraviadas por esos dédalos de fantasía, cuando la más vieja de las mujeres, que por ser la más vieja había contemplado al ahogado con menos pasión que compasión, suspiró:
         —Tiene cara de llamarse Esteban.
         Era verdad. A la mayoría le bastó con mirarlo otra vez para comprender que no podía tener otro nombre. Las más porfiadas, que eran las más jóvenes, se mantuvieron con la ilusión de que al ponerle la ropa, tendido entre flores y con unos zapatos de charol, pudiera llamarse Lautaro. Pero fue una ilusión vana. El lienzo resultó escaso, los pantalones mal cortados y peor cosidos le quedaron estrechos, y las fuerzas ocultas de su corazón hacían saltar los botones de la camisa. Después de la media noche se adelgazaron los silbidos del viento y el mar cayó en el sopor del miércoles. El silencio acabó con las últimas dudas: era Esteban. Las mujeres que lo habían vestido, las que lo habían peinado, las que le habían cortado las uñas y raspado la barba no pudieron reprimir un estremecimiento de compasión cuando tuvieron que resignarse a dejarlo tirado por los suelos. Fue entonces cuando comprendieron cuánto debió haber sido de infeliz con aquel cuerpo descomunal, si hasta después de muerto le estorbaba. Lo vieron condenado en vida a pasar de medio lado por las puertas, a descalabrarse con los travesaños, a permanecer de pie en las visitas sin saber qué hacer con sus tiernas y rosadas manos de buey de mar, mientras la dueña de casa buscaba la silla más resistente y le suplicaba muerta de miedo siéntese aquí Esteban, hágame el favor, y él recostado contra las paredes, sonriendo, no se preocupe señora, así estoy bien, con los talones en carne viva y las espaldas escaldadas de tanto repetir lo mismo en todas las visitas, no se preocupe señora, así estoy bien, sólo para no pasar vergüenza de desbaratar la silla, y acaso sin haber sabido nunca que quienes le decían no te vayas Esteban, esperate siquiera hasta que hierva el café, eran los mismos que después susurraban ya se fue el bobo grande, qué bueno, ya se fue el tonto hermoso. Esto pensaban las mujeres frente al cadáver un poco antes del amanecer. Más tarde, cuando le taparon la cara con un pañuelo para que no le molestara la luz, lo vieron tan muerto para siempre, tan indefenso, tan parecido a sus hombres, que se les abrieron las primeras grietas de lágrimas en el corazón. Fue una de las más jóvenes la que empezó a sollozar. Las otras, asentándose entre sí, pasaron de los suspiros a los lamentos, y mientras más sollozaban más deseos sentían de llorar, porque el ahogado se les iba volviendo cada vez más Esteban, hasta que lo lloraron tanto que fue el hombre más desvalido de la tierra, el más manso y el más servicial, el pobre Esteban. Así que cuando los hombres volvieron con la noticia de que el ahogado no era tampoco de los pueblos vecinos, ellas sintieron un vacío de júbilo entre las lágrimas.
         — ¡Bendito sea Dios —suspiraron—: es nuestro!
         Los hombres creyeron que aquellos aspavientos no eran más que frivolidades de mujer. Cansados de las tortuosas averiguaciones de la noche, lo único que querían era quitarse de una vez el estorbo del intruso antes de que prendiera el sol bravo de aquel día árido y sin viento. Improvisaron unas angarillas con restos de trinquetes y botavaras, y las amarraron con carlingas de altura, para que resistieran el peso del cuerpo hasta los acantilados. Quisieron encadenarle a los tobillos un ancla de buque mercante para que fondeara sin tropiezos en los mares más profundos donde los peces son ciegos y los buzos se mueren de nostalgia, de manera que las malas corrientes no fueran a devolverlo a la orilla, como había sucedido con otros cuerpos. Pero mientras más se apresuraban, más cosas se les ocurrían a las mujeres para perder el tiempo. Andaban como gallinas asustadas picoteando amuletos de mar en los arcones, unas estorbando aquí porque querían ponerle al ahogado los escapularios del buen viento, otras estorbando allá para abrocharse una pulsera de orientación, y al cabo de tanto quitate de ahí mujer, ponte donde no estorbes, mira que casi me haces caer sobre el difunto, a los hombres se les subieron al hígado las suspicacias y empezaron a rezongar que con qué objeto tanta ferretería de altar mayor para un forastero, si por muchos estoperoles y calderetas que llevara encima se lo iban a masticar los tiburones, pero ellas seguían tripotando sus reliquias de pacotilla, llevando y trayendo, tropezando, mientras se les iba en suspiros lo que no se les iba en lágrimas, así que los hombres terminaron por despotricar que de cuándo acá semejante alboroto por un muerto al garete, un ahogado de nadie, un fiambre de mierda. Una de las mujeres, mortificada por tanta insolencia, le quitó entonces al cadáver el pañuelo de la cara, y también los hombres se quedaron sin aliento.
         Era Esteban. No hubo que repetirlo para que lo reconocieran. Si les hubieran dicho Sir Walter Raleigh, quizás, hasta ellos se habrían impresionado con su acento de gringo, con su guacamayo en el hombro, con su arcabuz de matar caníbales, pero Esteban solamente podía ser uno en el mundo, y allí estaba tirado como un sábalo, sin botines, con unos pantalones de sietemesino y esas uñas rocallosas que sólo podían cortarse a cuchillo. Bastó con que le quitaran el pañuelo de la cara para darse cuenta de que estaba avergonzado, de que no tenía la culpa de ser tan grande, ni tan pesado ni tan hermoso, y si hubiera sabido que aquello iba a suceder habría buscado un lugar más discreto para ahogarse, en serio, me hubiera amarrado yo mismo un áncora de galón en el cuello y hubiera trastabillado como quien no quiere la cosa en los acantilados, para no andar ahora estorbando con este muerto de miércoles, como ustedes dicen, para no molestar a nadie con esta porquería de fiambre que no tiene nada que ver conmigo. Había tanta verdad en su modo de estar, que hasta los hombres más suspicaces, los que sentían amargas las minuciosas noches del mar temiendo que sus mujeres se cansaran de soñar con ellos para soñar con los ahogados, hasta ésos, y otros más duros, se estremecieron en los tuétanos con la sinceridad de Esteban.
         Fue así como le hicieron los funerales más espléndidos que podían concebirse para un ahogado expósito. Algunas mujeres que habían ido a buscar flores en los pueblos vecinos regresaron con otras que no creían lo que les contaban, y éstas se fueron por más flores cuando vieron al muerto, y llevaron más y más, hasta que hubo tantas flores y tanta gente que apenas si se podía caminar. A última hora les dolió devolverlo huérfano a las aguas, y le eligieron un padre y una madre entre los mejores, y otros se le hicieron hermanos, tíos y primos, así que a través de él todos los habitantes del pueblo terminaron por ser parientes entre sí. Algunos marineros que oyeron el llanto a distancia perdieron la certeza del rumbo, y se supo de uno que se hizo amarrar al palo mayor, recordando antiguas fábulas de sirenas. Mientras se disputaban el privilegio de llevarlo en hombros por la pendiente escarpada de los acantilados, hombres y mujeres tuvieron conciencia por primera vez de la desolación de sus calles, la aridez de sus patios, la estrechez de sus sueños, frente al esplendor y la hermosura de su ahogado. Lo soltaron sin ancla, para que volviera si quería, y cuando lo quisiera, y todos retuvieron el aliento durante la fracción de siglos que demoró la caída del cuerpo hasta el abismo. No tuvieron necesidad de mirarse los unos a los otros para darse cuenta de que ya no estaban completos, ni volverían a estarlo jamás. Pero también sabían que todo sería diferente desde entonces, que sus casas iban a tener las puertas más anchas, los techos más altos, los pisos más firmes, para que el recuerdo de Esteban pudiera andar por todas partes sin tropezar con los travesaños, y que nadie se atreviera a susurrar en el futuro ya murió el bobo grande, qué lástima, ya murió el tonto hermoso, porque ellos iban a pintar las fachadas de colores alegres para eternizar la memoria de Esteban, y se iban a romper el espinazo excavando manantiales en las piedras y sembrando flores en los acantilados, para que los amaneceres de los años venturos los pasajeros de los grandes barcos despertaran sofocados por un olor de jardines en altamar, y el capitán tuviera que bajar de su alcázar con su uniforme de gala, con su astrolabio, su estrella polar y su ristra de medallas de guerra, y señalando el promontorio de rosas en el horizonte del Caribe dijera en catorce idiomas: miren allá, donde el viento es ahora tan manso que se queda a dormir debajo de las camas, allá, donde el sol brilla tanto que no saben hacia dónde girar los girasoles, sí, allá, es el pueblo de Esteban.

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