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Afinidad Mutua De Los Seres Organicos

27110922 de Septiembre de 2013

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Capítulo 14

Afinidades mutuas de los seres orgánicos

Clasificación

Desde el período más remoto en la historia del mundo se ha visto que

los seres orgánicos se parecen entre sí en grados descendentes, de manera

que pueden ser clasificados en grupos subordinados unos a otros. Esta

clasificación no es arbitraria, como el agrupar las estrellas en constelaciones.

La existencia de grupos habría sido de significación sencilla si un

grupo hubiese estado adaptado exclusivamente a vivir en tierra y otro en

el agua; uno a alimentarse de carne y otro de materias vegetales, y así sucesivamente;

pero el caso es muy diferente, pues es notorio que, muy comúnmente,

tienen costumbres diferentes miembros hasta de un mismo

subgrupo. En los capítulos II y IV, acerca de la Variación y de la Selección

Natural, he procurado demostrar que en cada país las especies que

más varían son las de vasta distribución, las comunes y difusas, esto es,

las especies predominantes que pertenecen a los géneros mayores dentro

de cada clase. Las variedades o especies incipientes, producidas de este

modo, se convierten, al fin, en especies nuevas y distintas, y éstas, según

el principio de la herencia, tienden a producir especies nuevas y dominantes.

Por consiguiente, los grupos que actualmente son grandes, y que

generalmente comprenden muchas especies predominantes, tienden a

continuar aumentando en extensión. Procuré además demostrar que, como

los descendientes que varían de cada especie procuran ocupar los

más puestos posibles y los más diferentes en la economía de la naturaleza,

tienden constantemente a divergir en sus caracteres. Esta última conclusión

se apoya en la observación de la gran diversidad de formas que

dentro de cualquier pequeña región entran en íntima competencia y en

ciertos hechos de naturalización.

También he procurado demostrar que en las formas que están aumentando

en número y divergiendo en caracteres hay una constante tendencia

a suplantar y exterminar a las formas precedentes menos divergentes

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y perfeccionadas. Ruego al lector que vuelva al cuadro que ilustra, según

antes se explicó, la acción de estos diferentes principios, y verá que el resultado

inevitable es que los descendientes modificados, procedentes de

un progenitor, queden separados en grupos subordinados a otros grupos.

En el cuadro, cada letra de la línea superior puede representar un

género que comprende varias especies, y todos los géneros de esta línea

superior forman juntos una clase, pues todos descienden de un remoto

antepasado y, por consiguiente, han heredado algo en común. Pero los

tres géneros de la izquierda tienen, según el mismo principio, mucho de

común y forman una subfamilia distinta de la que contiene los dos géneros

situados a su derecha, que divergieron partiendo de un antepasado

común en el quinto grado genealógico. Estos cinco géneros tienen, pues,

mucho de común, aunque menos que los agrupados en subfamilias, y

forman una familia distinta de la que comprende los tres géneros situados

todavía más a la derecha, que divergieron en un período más antiguo.

Y todos estos géneros que descienden de A forman un orden distinto

de los géneros que descienden de I; de manera que tenemos aquí muchas

especies que descienden de un solo progenitor agrupadas en géneros, y

los géneros en subfamilias, familias y órdenes, todos en una gran clase. A

mi juicio, de este modo se explica el importante hecho de la subordinación

natural de los seres orgánicos en grupos subordinados a otros grupos;

hecho que, por sernos familiar, no siempre nos llama lo bastante la

atención. Indudablemente, los seres orgánicos, como todos los otros objetos,

pueden clasificarse de muchas maneras, ya artificialmente por caracteres

aislados, ya más naturalmente por numerosos caracteres. Sabemos,

por ejemplo, que los minerales y los cuerpos elementales pueden ser clasificados

de este modo. En este caso es evidente que no hay relación alguna

con la sucesión genealógica, y no puede actualmente señalarse ninguna

razón pam su división en grupos. Pero en los seres orgánicos el caso

es diferente, y la hipótesis antes dada está de acuerdo con su orden

natural en grupos subordinados, y nunca se ha intentado otra

explicación.

Los naturalistas, como hemos visto, procuran ordenar las especies, géneros

y familias dentro de cada clase según lo que se llama el sistema natural;

pero ¿qué quiere decir este sistema? Algunos autores lo consideran

simplemente como un sistema para ordenar los seres vivientes que son

más parecidos y para separar los más diferentes, o como un método artificial

de enunciar lo más brevemente posible proposiciones generales, esto

es, con una sola frase dar los caracteres comunes, por ejemplo, a todos

los mamíferos; por otra, los comunes a todos los carnívoros; por otra, los

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comunes al género de los perros, y entonces, añadiendo una sola frase,

dar una descripción completa de cada especie de perro. La ingenuidad y

utilidad de este sistema son indiscutibles. Pero muchos naturalistas creen

que por sistema natural se entiende algo más: creen que revela el plan

del Creador; pero, a menos que se especifique si por el plan del Creador

se entiende el orden en el tiempo o en el espacio, o ambas cosas, o qué

otra cosa se entiende, me parece que así no se añade nada a nuestro conocimiento.

Expresiones tales como la famosa de Linneo, con la que frecuentemente

nos encontramos en una forma más o menos velada, o sea

que los caracteres no hacen el género, sino que el género da los caracteres,

parecen implicar que en nuestras clasificaciones hay un lazo más

profundo que la simple semejanza. Creo yo que así es, y que la comunidad

de descendencia -única causa conocida de estrecha semejanza en los

seres orgánicos- es el lazo que, si bien observado en diferentes grados de

modificación, nos revelan, en parte, nuestras clasificaciones.

Consideremos ahora las reglas que se siguen en la clasificación y las

dificultades que se encuentran, dentro de la suposición de que la clasificación,

o bien da algún plan desconocido de creación, o bien es simplemente

un sistema para enunciar proposiciones generales y para reunir

las formas más semejantes. Podía haberse creído -y antiguamente se creyó-

que aquellas partes de la conformación que determinan las costumbres

y el lugar general de cada ser en la economía de la naturaleza habría

de tener suma importancia en la clasificación. Nada puede haber más falso.

Nadie considera como de importancia la semejanza externa entre un

ratón y una musaraña, entre un dugong y una ballena, o entre una ballena

y un pez. Estas semejanzas, aunque tan íntimamente unidas a toda la

vida del ser, se consideran como simples caracteres de adaptación y de

analogía; pero ya insistiremos sobre la consideración de estas semejanzas.

Se puede incluso dar como regla general que cualquier parte de la

organización, cuanto menos se relacione con costumbres especiales tanto

más importante es para la clasificación. Por ejemplo, Owen, al hablar del

dugong, dice: «Los órganos de la generación, por ser los que están más

remotamente relacionados con las costumbres y alimentos de un animal,

he considerado siempre que proporcionan indicaciones clarísimas sobre

sus verdaderas afinidades. En las modificaciones de estos órganos estamos

menos expuestos a confundir un carácter simplemente de adaptación

con un carácter esencial». ¡Qué notable es que, en las plantas, los órganos

vegetativos, de los que su nutrición y vida dependen, sean de poca

significación, mientras que los órganos de reproducción, con su producto,

la semilla y embrión, sean de suma importancia! De igual modo

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también, al discutir anteriormente ciertos caracteres morfológicos que no

tienen importancia funcional, hemos visto que, con frecuencia, son de

gran utilidad en la clasificación. Depende esto de su constancia en muchos

grupos afines, y su constancia depende principalmente de que las

variaciones ligeras no han sido conservadas y acumuladas por la selección

natural, que obra sólo sobre caracteres útiles. El que la importancia

meramente fisiológica de un órgano no determina su valor para la clasificación

está casi probado por el hecho de que en grupos afines, en los cuales

el mismo órgano -según fundadamente suponemos- tiene casi el mismo

valor fisiológico, es muy diferente en valor para la clasificación. Ningún

naturalista puede haber trabajado mucho tiempo en un grupo sin

haber sido impresionado por este hecho, reconocido plenamente en los

escritos de casi todos los autores. Bastará citar una gran autoridad, Robert

Brown, quien, al hablar de ciertos órganos en las proteáceas, dice

que su importancia genérica,. «como la de todas sus

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