Alberto Tauro - Ensayos De Cultura Bibliotecaria
yeseniaqs14 de Julio de 2014
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Alberto Tauro –
Ensayos de Cultura Bibliotecaria
Durante algunos años dicté un curso sobre Historia de la Imprenta en
la Escuela Nacional de Bibliotecarios; y, aunque albergué el proyecto de
compendiar mis lecciones en un texto, hube de admitir que no estaría a la
altura de la excelente bibliografía que allí se ponía al alcance de los
alumnos. En consecuencia, me limité a redactar algunos ensayos, para
presentar los vastos horizontes del tema, y conducir el interés del
bibliotecario hacia los imponderables alcances de su quehacer profesional.
Son ellos: Elogio del libro, La Imprenta en el Quijote y Antonio Ricardo,
primer impresor limeño. En el primero sinteticé las ideas expuestas en un
discurso preliminar sobre el tema, enderezado a esclarecer la fundamental
influencia del libro en la formación personal y el progreso humano; el
segundo muestra al libro como una hazaña de la razón, a cuya influencia se
debe la transición de los ideales marciales de la caballería hacia la
luminosidad del humanismo; y el tercero tiende a destacar el impulso
dinámico que gracias al libro experimentó en el Perú el proceso de
transculturación. Si se los considera aisladamente, podrá advertirse que
cada uno de ellos presenta un episodio de la lucha permanente que la
inteligencia libra contra la superstición y la intolerancia.
A esta breve compilación agregamos un ensayo sobre La fundación de la
Biblioteca Nacional, que debió formar parte de un estudio global sobre la
historia de la institución. A ésta pertenece también nuestro asedio a
Manuel de Odriozola: prócer, erudito, bibliotecario (Lima, 1964). Pero no
hemos completado la exposición de las restantes vicisitudes de ese hogar
cultural, porque no contamos todavía con una satisfactoria compilación de
documentos y referencias.
Además desarrollamos en la Escuela Nacional de Bibliotecarios un
curso sobre Bibliografía Peruana. Lo iniciábamos con una Introducción a la
Bibliografía Peruana (en Fénix: Nº 8, pp. 395-418; 1952), que incluimos en
un extenso estudio sobre las «bases de la historiografía peruana» (hasta
ahora inconcluso). Iniciamos una presentación de las bibliografías
nacionales de América Latina (en Anuario Bibliográfico Peruano de 1945;
pp. 7-23) y aun trazamos reseñas históricas sobre Dos grandes bibliotecas,
(en Anuario Bibliográfico Peruano de 1947: pp. VII-XVI), a saber, la del
Congreso de Washingtony la Biblioteca Nacional de París, e intentamos
agregar [6] a ellas las noticias pertinentes a la Biblioteca del Museo
Británico, la Biblioteca Lenin, e instituciones similares de Berlín,
Praga, México y Santiago de Chile. Pero estas preocupaciones corresponden
a un ambicioso programa que ya no podremos completar, y que hoy
mencionamos a manera de recapitulación y elegía.
Elogio del libro
Muchas veces he deseado hallarme ante un auditorio reducido e
inteligente, sin estar previamente comprometido a desenvolver algún tema
determinado por la expresión de un interés circunstancial. Y, hecho ya el
silencio que a todos impusiera la expectativa, he imaginado que sería
posible crear una nueva y fecunda relación con los oyentes, mediante el
ofrecimiento de sujetar mi disertación a la respuesta que en común pudiera
formularse para dilucidar una cuestión cultural. Equivaldría a revivir el
sereno y sutil diálogo que animó Platón, entre los aromas y los halagüeños
susurros del jardín de Akademos; o la activa participación que cupo a los
discípulos de Aristóteles en el metódico esclarecimiento de los problemas
filosóficos. Sería aproximarse a la emulación de un ideal clásico en el
cual se impondría el respeto a la opinión ajena y el libre ejercicio de la
razón. Pero íntimamente no dejo de considerar cuántos peligros se
derivarían del nerviosismo, las tendencias dogmáticas y las explosiones
tumultuarias: pues tan frecuentes son en nuestros días, que suelen
contradecir a la cortesía y el discernimiento.
La cuestión que así habría deseado proponer, es muy sencilla; pero no
es difícil que en torno a ella se susciten controversias, debido a la
influencia que sobre la mente del hombre mantienen las ideas adquiridas o
la acción persistente de la propaganda. Antes de enunciarla habría
extendido una cálida invitación, para que nadie aventurase una respuesta
sin haberla meditado, y sin preparar los argumentos que en su defensa
pudiese alegar. Y sólo entonces -con la claridad, la pausa y la
reiteración necesarias- habría planteado mi pregunta: ¿cuál es el invento
que se ha proyectado sobre la vida del hombre con mayor intensidad? Nada
más. Y repito: ¿cuál es la creación del ingenio humano, que ha ocasionado
consecuencias más notorias en el desenvolvimiento de la existencia
individual y social? Ostentando en su gesto una sonrisa desdeñosa, por
estimar elemental y obvia la respuesta, no faltaría en mi auditorio quien
pugnase por demostrar su vivacidad y afirmaría que la más trascendental
conquista del hombre se halla en la energía atómica. Ciertamente, lograr
la fusión de los elementos naturales para crear otros antes inexistentes y
con propiedades a las cuales se deberá progresos todavía incalculables, es
grandioso; liberar las fuerzas cósmicas, para ponerlas al servicio del
hombre y dirigir su audacia a mundos ignotos, parece superior a toda
fantasía. Pero aún es prematuro sostener que tal sea el hallazgo más
extraordinario de la inteligencia, porque los rendimientos de esa energía
colosal apenas son hasta ahora objetos de previsiones que la realidad no
confirma. Y, sobre todo, porque todavía se pretende mantener el secreto en
tomo a la generación de esa potencia, para afianzar la subyugación de los
pueblos débiles; y porque ha sido principalmente aplicada a preparar la
muerte y extender sobre el [7] mundo la amenaza del exterminio. En verdad,
la inteligencia del hombre es traicionada cuando sus elucubraciones no
favorecen la propagación de la vida y cuando en ella es noble y bello.
Jamás han sido fecundos los impulsos inspirados por el egoísmo y el odio,
y, para que la energía atómica favorezca el destino humano, es preciso
superar las causas de la zozobra que hoy se cierne sobre el mundo.
Sé que este punto de vista provocará reacciones antagónicas. Pero me
interesa animar el debate. Y ya me parece escuchar cómo sostiene otro que
la más notable maravilla debida al ingenio del hombre es la televisión. No
sólo permite contemplar en el retiro hogareño algún atractivo espectáculo
o un suceso callejero, sino mirar la imagen del interlocutor situado al
otro extremo de un hilo telefónico, controlar a distancia el trabajo de
los empleados y obreros o la disciplina de un salón de clase, o prevenir
las sorpresas que pueden causar los inesperados visitantes que llaman a la
puerta. Acortará definitivamente las distancias, facilitará la comprensión
y el conocimiento de las gentes, dará a la familia un nuevo elemento de
cohesión. Todo ello es innegable. Pero ya se piensa en aprovechar la
rápida sucesión de las imágenes para influir en los límites subliminales
de la personalidad y servir así a los intereses comerciales; ya se
previene que la contemplación de los espectáculos televisados puede
disminuir los hábitos de la sociabilidad, y aun los márgenes del estudio y
la conversación; ya se advierte que el individuo puede ser arrastrado
hacia un mundo de ficción y color, y ser paulatinamente alejado de la
realidad. Por eso la televisión es sólo un progreso potencial, cuyas
benéficas proyecciones requieren una seria y enérgica orientación
educativa.
Por otra parte, sostiene alguien que la aviación es lo más
sorprendente que haya creado el hombre, porque en ella se han
materializado fabulosas concepciones de los cuentos infantiles, tales como
el caballo volador, la alfombra mágica y las botas de siete leguas. O
juzga otro que el descubrimiento del radio es lo que más ha influido en el
mejoramiento de la vida humana, en cuanto ha determinado el avance de la
ciencia en su lucha contra las enfermedades, y ha permitido conocer el
organismo del hombre en sus más ocultas
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