Aritmetica
jairxtorey28 de Enero de 2013
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INTELIGENCIA. PSICOLOGÍA.
El término y el concepto. La palabra i., fue introducida por Cicerón para significar el concepto de capacidad intelectual (Platón, Aristóteles). Su espectro semántico es amplísimo, reflejando la idea clásica según la cual, por la i. el hombre es, en cierto modo, todas las cosas (Aristóteles, De anim. III,8).
En filosofía ha significado principalmente: 1) nivel o facultad, diferente de otras facultades (vegetativas, sensitivas, apetitivas); 2) función intelectual simple (aprehensión, abstracción, intelección de ideas y esencias), a diferencia de otras funciones compositivas (juicio, raciocinio); 3) nota esencial y diferencia específica del hombre, denotativa del acceso al ser y a la verdad; 4) principio espiritual; y 5) ente inmaterial y separado (coristos, gr., neoplatónico y escolástico). Es un concepto capital en metafísica, epistemología y antropología, que divide a los sistemas filosóficos
El estudio filosófico ya se ha hecho en I, donde se pone de relieve el carácter de la i. como conocimiento espiritual y, por tanto, como facultad trascendente a la materia, irreductible a lo orgánico. Aquí, en cambio, vamos a hablar de la i. en el sentido que lo hace la Psicología empírica contemporánea que la considera en cuanto capacidad de estructuración de datos, medibles mediante procedimientos empíricos o bajo perspectivas análogas, lo que obviamente no agota toda la riqueza de la i. sino que solamente nos habla de uno de sus niveles y, por cierto, no el más radical. Se puede señalar que en parte de la terminología científica de la época se tiende a referirse a los aspectos más hondos con los términos razón (v.), conocimiento (v.), etc., reservando el de i. para el nivel psicológico mencionado.
La definición psicológica. La i. ha sido estudiada en tres perspectivas principales: a) la psicología experimental del pensamiento y de la solución de problemas, interesada en las leyes generales cognoscitivas y del comportamiento inteligente; b) la psicología diferencial, de matiz psicométrico, que trata de medir y explicar las diferencias entre los hombres y de fundamentar en ellas diagnósticos y pronósticos; y c) la psicología genética, ocupada en estudiar los procesos de constitución y desarrollo. Las tres han permanecido casi aisladas y sólo en los últimos años se insinúa una convergencia que intenta integrar asimismo la faceta neurofisiológica y los modelos cibernéticos y de cálculo electrónico (Hunt, Sears, Butcher, Miller, Galanter y Pribram).
Las definiciones que ofrecen estos trabajos pueden clasificarse en tres grupos: biológicas, psicológicas y operativas. Las biológicas consideran a la i. como la «capacidad de adaptación» a situaciones nuevas (Spencer, Hall, Stern, Claparéde). La i. se presenta así como índice filogenético y ontogenético de progresiva autonomía y dominio del medio; caracterización fundamental, pero incompleta, pues no toda adaptación es inteligente (homeostasis, instintos, acomodaciones sensomotoras, cte.). Las definiciones psicológicas son innumerables. Muchas, de tipo conductista y reflexológico, se refieren a la «capacidad de aprendizaje» (Pavlov, Thorndike, Hull, Skinner, Ferguson, Luria). Otras, más abundantes todavía, acentúan los «procesos cognoscitivos»: riqueza de la población de elementos cognoscitivos, de la que son muestras aleatorias las actividades inteligentes (Thomson); inhibición de la acción, y ensayo y error mental (Thurstone, Tolman); capacidad cognoscitiva general innata (Burt); reorganización perceptiva de la situación, generadora de una comprensión súbita (Gestalttheorie); jerarquía sucesiva de estructuras de creciente reversibilidad, desde los esquemas sensomotores al pensamiento lógico (Piaget). Otras muchas, en fin, designan algún proceso o atributo distintivo: capacidad de buena respuesta desde el punto de vista de la verdad y los hechos (Thorndike); comprensión, invención, dirección y crítica (Binet); abstracción (Terman); neogénesis o capacidad abstractiva y relacionante (Spearman).
D~ esta diversidad cabe deducir dos conclusiones. Una, que la diversidad misma indica el carácter polimorfo y abierto de la i. (Miles), la cual no es designable por enumeración de procesos o atributos (Ryle). Toda conducta puede ser o no inteligente, desde beber un vaso de agua hasta discutir las antinomias kantianas de la razón pura: depende del modo. De ahí los intentos de definición abierta, que pueden resumirse en uno solo: capacidad de adquirir capacidad (Woodrow). Más aún, la i., como se ha dicho de los programas electrónicos de «pensamiento simulado», incluye siempre un componente no especificado, pues para especificarlo haría falta otro componente de orden superior, y así ad in f initum: «el intelecto humano debe estar siempre un grado más allá en complejidad y riqueza que cualquiera cosa que pueda crear» (Beloff, The existente of Mind, 1962, 124). La segunda conclusión es que, dado este carácter abierto, quizá no sea posible una delimitación verificable del concepto. De ahí, el atenerse a la definición operativa de Bridgman: «inteligencia es lo que miden los tests de inteligencia». Esta definición, sin duda circular, es un instrumento metodológico fecundo. El estudio experimental y matemático de los tests que supuestamente midan la i. irá indicando, progresiva y autocorrectivamente, qué miden los tests y hasta qué punto miden una misma cosa. Así se ha construido el concepto de i. psicométrica que se expone a continuación.
La estructura psicométrica de la inteligencia. Los resultados del análisis estadístico y factorial de los tests de i., superlativamente abundantes, pueden resumirse como sigue. La i. psicométrica (la que miden los tests) es un campo de covariación continuo, heterogéneo y jerarquizado. Continuo: todas las actividades inteligentes tienden a covariar entre sí. Heterogéneo: en este continuo se originan, de forma característica en cada grupo humano y, en parte, en cada individuo, zonas de intensa covariación (aptitudes), según la interacción entre la dotación genética y las circunstancias personales (edad, sexo, experiencia) y ambientales (sociedad, clase, cultura), sin que se excluya que algunas aptitudes sean, al menos parcialmente, universales.- Jerarquizado: a cualquier nivel que se estudien, las diferencias individuales pueden expresarse en función de varias aptitudes o factores, que no son ni simples, ni independientes; el análisis de cada aptitud descubre otras más numerosas y específicas; el estudio de las interdependencias entre las aptitudes descubren otras menos numerosas y más generales. Todo indica que hay una jerarquía de aptitudes, desde la general y común a todas las actividades hasta las singulares de cada actividad, pasando por múltiples niveles de generalidad descendente.
La organización jerárquica de la i. en nuestra cultura occidental, predominantemente escolarizada, urbana, industrial y competidora, está dominada por un factor general, caracterizado por la actividad abstractiva, relacionante, integradora y flexible. Puede ser apreciado mediante tests especiales (Raven) y por escalas de i. general (Binet, Terman, Wechsler), y permite una estimación global de la i. (cociente intelectual: CI). En un segundo nivel destacan dos grandes subfactores que cubren dos amplios campos de la actividad inteligente: el verbal y el no verbal (espacial, mecánico y manipulativo), cuya medida, junto con el CI, proporciona la mejor información disponible para el diagnóstico actual y el pronóstico futuro del nivel y rendimiento intelectuales. Estos son los factores típicamente defendidos y usados por la escuela factorial inglesa (Spearman, Burt, Vernon. V. fig. 1). Por debajo de estos niveles existen otros varios, cada vez más especiales, como los llamados «aptitudes primarias»: verbal, numérico, espacial, de razonamiento, mnemónico, perceptivo, psicomotor, que se subdivide a su vez en otros muchos (Thurstone, Cattel, French). La clasificación más sistemática y comprensiva de estos factores múltiples es la llamada, por Guilford, estructura del intelecto (fig. 2). Estos factores permiten efectuar pronósticos eficaces en aspectos más especializados del rendimiento escolar y profesional, si bien hay que advertir que, en el lenguaje de la teoría de la comunicación, cuanto más se gana en «fidelidad», más se pierde en «amplitud de banda» (Cronbach).
En suma, el modelo factorial indica, provisionalmente y en tanto se confirma por otros medios más directos, que la i. es única (una estructura, un factor general) y múltiple. Su unidad lo es de una multiplicidad de dimensiones, las cuales, a partir de un continuo potencial, se estructuran jerárquicamente en diversas aptitudes interdependientes que varían, al menos en parte, según la dotación genética, la experiencia y la cultura de los hombres y los grupos.
La distribución de la inteligencia. La fig. 3 muestra la distribución de los resultados de los tests de i. general en muestras amplias e imparciales de poblaciones de una misma edad y grupo cultural. Es una curva muy aproximadamente normal, con una ligera asimetría positiva y una mayor asimetría negativa (tipo IV de las curvas de Pearson). Con la cautela que exigen sus numerosas limitaciones metodológicas, esta curva indica que la i. se distribuye según la probabilidad de sucesos determinados por un gran número de pequeños factores aleatorios (combinaciones de genes y condiciones ambientales), a lo que se añade la acción de unos pocos factores mayores, cuyo efecto predominante
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