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Bioética o Ética médica


Enviado por   •  6 de Octubre de 2012  •  Documentos de Investigación  •  2.452 Palabras (10 Páginas)  •  560 Visitas

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Bioética o Ética médica, principios o normas de conducta humana en el campo de la medicina. Se pensó durante una época que las cuestiones sobre la ética médica debían ser respondidas sólo por los profesionales de esta materia. Podían formularse preguntas, por ejemplo, sobre si alguna vez sería correcto violar el estricto código de confidencialidad que se mantenía, y todavía persiste, entre el médico y su paciente. ¿Debe ser informada la familia de un paciente si padeciera una enfermedad incurable o transmisible, y no fuera a decírselo con franqueza? Estos problemas aún se presentan, e incluso se han agudizado por el ascenso de la privacidad. Es todavía cierto que si un médico actúa de un modo escandaloso o reprochable, en el orden moral o profesional puede dejar de ejercer la profesión. Pero a finales del siglo XX, las cuestiones éticas han ampliado mucho su ámbito tanto en el campo de la investigación médica como en su práctica. Además, en general la gente está más preparada e informada que antes y, a través de organismos legislativos o comités éticos, dispone del poder necesario para participar en la toma de decisiones éticas o morales. La profesión médica ya no puede confiar por entero en su propia conciencia, porque las cuestiones a las que sus miembros deben responder ya no están relacionadas simplemente por la clásica relación médico-paciente.

INVESTIGACIÓN MÉDICA

Pocos discutirán la necesidad de la investigación médica, tanto para averiguar más sobre el modo en que funciona el cuerpo humano (por ejemplo, todavía se sabe poco sobre el modo en que la conciencia actúa en el cerebro) como para descubrir los efectos de nuevas drogas, sobre una base química o biológica, y de otros nuevos procedimientos. La investigación médica, sin embargo, a diferencia de la pura investigación científica, tiene siempre como objetivo primordial el alivio del sufrimiento humano, la curación de la enfermedad o el remedio de disfunciones vitales. Así, en todo proyecto de investigación el posible perjuicio que puede surgir de la propia investigación debe medirse en todos los casos en contraste con el bien que al final puede resultar de la misma. Sin embargo, en un proyecto nuevo y experimental tal contrapeso puede no dar una conclusión segura. Aquí radica el origen de los dilemas éticos de la investigación. Los dos ejemplos que siguen a continuación son muy ilustrativos.

En primer lugar, durante la década de 1980, hubo un gran debate sobre la ética en la investigación por el empleo de embriones humanos. Los beneficios eran manifiestos para las parejas estériles que, como resultado de la investigación, era factible que se plantearan la posibilidad de tener hijos mediante la fecundación in vitro (su índice de éxitos era al principio muy bajo), al igual que para niños que pudieran padecer de genes dañinos que degenerarían en enfermedades como la distrofia muscular de Duchenne. Sin embargo, los embriones empleados para la investigación, ya fueran 'sobrantes' (producidos por una superovulación de una madre fertilizada in vitro) o creados gracias a procedimientos especiales a partir de huevos clonados, eran destruidos una vez hubieran transcurrido 14 días desde su fertilización.

Antes de 14 días, las células de un embrión son totipotent, es decir, las células no se han diferenciado para cumplir con sus funciones específicas. Además, antes de ese tiempo una célula puede todavía dividirse, para formar una gemela idéntica. Por esta razón no es preciso, ni siempre posible, tratar a este embrión en un primer momento como una persona individual; y es cierto de forma taxativa que tal embrión no puede sentir ningún dolor o placer y no tiene intereses (en el sentido de cosas deseadas o proyectadas), ya que un embrión no puede experimentar nada hasta que el sistema nervioso central empieza a desarrollarse, alrededor del decimoquinto día desde la fertilización. La destrucción del embrión después del periodo en que podría ser utilizado para la investigación fue, por tanto, considerada menos importante que los beneficios que podían resultar de la investigación para otros humanos.

Había, y sigue habiendo, personas que cuestionan esto con vehemencia, argumentando que (sin pensar en si un embrión tiene o no tiene el sistema central nervioso), es humano y, por esta razón, debe ser tratado con la misma consideración, que los que hayan nacido o vayan a nacer. No procede sopesar los beneficios, ya que toda vida humana es sagrada, y no debe ser destruida. Estos argumentos son utilizados también por quienes se oponen al aborto bajo cualquier circunstancia. Aquí se produce una discrepancia moral. La legislación en ambos casos ha pretendido regular más que prohibir la destrucción de embriones o fetos. Como es lógico, hay personas, incluso algunos médicos, que rechazan tener algo que ver con la utilización de embriones para investigar (o, incluso, con el aborto), pero para aquellos que consideran tales prácticas como permisibles desde una perspectiva moral, pero sólo hasta un punto, existen de todas formas límites que no pueden sobrepasar en el orden moral.

Un tipo diferente de ejemplo es el de la investigación sobre medicamentos, cuando éstos necesitan ser probados sobre pacientes humanos. Es indispensable que nuevas sustancias continúen siendo desarrolladas para la cura de patologías que hasta ahora no responden a tratamientos específicos. Sin embargo, los medicamentos no pueden validarse prescindiendo de las pruebas, y experimentar en otros animales sólo es adecuado de un modo parcial. Además, no existe una línea nítida que diferencie entre administrar una nueva droga como parte de un proyecto de investigación y administrarla como un nuevo o insólito tratamiento; en ambos casos hay una gran esperanza en que resulte ser de valor terapéutico. El principio ético más importante en este caso es que los pacientes que colaboren en el proyecto de investigación deben dar su consentimiento tras haber sido informados en detalle. Hay que comunicarles que algunos de los que den su aprobación recibirán la nueva droga y otros continuarán con el antiguo tratamiento, y que no sabrán a qué grupo pertenecen. Esto es a veces difícil de explicar, y además, puede haber pacientes que se encuentren muy enfermos, o tengan una baja capacidad intelectual, y no sean por entero competentes para dar su consentimiento por no ser conscientes de lo que hacen en realidad. Cómo asegurar que se recibe el consentimiento apropiado constituye un gran problema para los comités éticos de los hospitales que pretenden, como deben hacer, no permitir a los médicos utilizar a sus pacientes igual que simples herramientas de investigación, sino que se les trate como a personas autónomas y con voluntad.

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