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ECONOMÍA ECOLÓGICA Y DESARROLLO RURAL SOSTENIBLE

macanextli19 de Abril de 2013

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ECONOMÍA ECOLÓGICA Y DESARROLLO RURAL SOSTENIBLE

DR. XAVIER SIMÓN FERNÁNDEZ DR. PEDRO MURO BOWLING

DEPARTAMENTO DE ECONOMÍA APLICADA DEIS. SOCIOLOGÍA RURAL

UNIVERSIDAD DE VIGO, UNIVERSIDAD AUTÓNOMA CHAPINGO,

ESPAÑA. MÉXICO.

1. INTRODUCCIÓN.

ECONOMÍA CONVENCIONAL Y ECONOMÍA ECOLÓGICA.

La Revolución científica que favoreció el inicio de la ciencia económica data de los siglos XIII y XIV cuando se desarrollaron algunos métodos experimentales y matemáticos, culminando durante los siglos XVII y XVIII. Esta revolución dio impulso a ciencias como la física, la química y la biología, y constituyó una radical transformación en la manera de ver el mundo, pues asume la filosofía atomista-mecanicista de Descartes y Newton, y su concepción unificadora del universo como un todo integrado, susceptible de ser explicado por principios mecánicos universales aplicables igualmente a los organismos animados e inanimados, a las partículas microscópicas y a los cuerpos celestes (Crombie, 1974).

Esa revolución científica que permitió la profundización en el conocimiento de las distintas ciencias y disciplinas fue, sobre todo, una revolución mental que llevó a aceptar la existencia de un orden natural en el Universo. Un orden que, aunque mantuvo el papel de Dios como supremo creador, cuestionó dos aspectos básicos de la visión hasta entonces prevaleciente: el criterio de verdad y el método de razonamiento. A partir de entonces la verdad se hizo provenir de la razón y del empirismo racionalista – no admitir como verdadera cosa alguna sin conocer con evidencia que lo es, como primer precepto cartesiano – y no de la autoridad. Paralelamente, el organicismo, en el que el todo explica a las partes, fue paulatinamente sustituido por el mecanicismo: un orden natural (el “reloj universal” de Newton), donde el todo se explica por la suma de las partes, de ahí la importancia del precepto cartesiano de “...dividir cada una de las dificultades que examinare en tantas partes como fuese posible y en cuantas requiriese su mejor solución” (Descartes, 1991: 83).

Así, el conocimiento fue progresivamente apegándose a un enfoque atomista y procuró aislar los elementos del universo observado con la esperanza de que volviéndolos a juntar, conceptual o experimentalmente, resultaría el sistema o totalidad, y sería inteligible. La preocupación se centra entonces en el estudio de las propiedades de cada uno de los elementos y no de las relaciones que existían entre ellos. Este nuevo planteamiento abre la puerta a una parcelización del conocimiento en el que se da por supuesta la existencia de una parcela dedicada exclusivamente a lo económico dotada de entidad propia y separada de la naturaleza (lo físico y lo biológico) y de la sociedad en un sentido amplio, es decir, de lo social, de lo ético y, en el siglo XIX, del poder.

Con todo ello se inicia lenta pero seguramente la redefinición de las nociones fundamentales de la ciencia económica y una selección de los fenómenos a analizar centrada en aquellos fenómenos que son fácilmente expresables en valores de cambio y que son autorregulables a través del mercado, aspecto fundamental del sistema de libertad natural (Aguilera, 1996). Como resultado, todas las nociones y fenómenos que no pueden expresarse en términos monetarios ni son autorregulables, son considerados como no económicos y quedan excluidos del campo de la economía. Se consolida entonces un sistema de pensamiento o una determinada racionalidad económica que, si bien, y en un primer momento trata de imitar a las ciencias naturales, acaba por olvidarse de ellas, llegando incluso al reduccionismo que, en buena medida, impide el estudio y comprensión adecuada de aquello que inicialmente es considerado como su principal objetivo: la producción y distribución de la riqueza.

En su conjunto, este resultado se muestra todavía más paradójico si se tiene en cuenta que mientras las ciencias naturales siguen avanzando, sustituyendo la visión mecánica por la termodinámica y el enfoque sistémico, la ciencia económica se muestra remisa a aceptar el reto de la reformulación conceptual que va precisando ante los cambios que van sucediendo. En cuanto hace a la naturaleza, la economía intenta mantenerse, en tanto que construcción intelectual, por el procedimiento de ir ampliando y extendiendo la valoración monetaria a todos los fenómenos que inicialmente son excluidos de su campo de estudio. De esta manera se hace un fetiche de la medición monetaria – ignorando la dimensión físico-cualitativa – y, en lugar de profundizar en las cuestiones conceptuales que atañen a la misma, el problema se traslada al ámbito externo del perfeccionamiento de los métodos estadísticos que supuestamente facilitan dicha medición monetaria.

La consecuencia de tal proceder es que la economía sufre un serio reduccionismo, que se consolida con los autores llamados neoclásicos, y que afecta a tres campos fundamentales (Kapp, 1978): los alcances del análisis convencional, la formulación de los conceptos básicos y la delimitación del panorama de su materia de estudio, con lo que se trastocan la noción, el objeto de la economía y sus conceptos, a partir de lo cual ya no se habla más de una economía (siquiera sea indirectamente) relacionada con la naturaleza, sino de una economía de sistema cerrado que la ignora gradualmente hasta que se olvida de ella por completo.

Además de esta separación entre lo económico y lo físico, la separación se amplía a la ética y el poder ya que se supone que el estudio conjunto de todos ellos carece de sentido en un mundo en el que sólo existen relaciones entre átomos independientes. Es el propio Adam Smith el que al referirse al establecimiento del Gobierno Civil reconoce que, “en la medida en la que [éste gobierno] se instituye para la seguridad de la propiedad, se constituye, en realidad, para la defensa del rico contra el pobre o de quienes tienen alguna propiedad contra quienes carecen de ella” (Smith, 1965: 674). Y cuando nos referimos al poder, no estamos pensando sólo en términos de poder político o económico. Tiene más capacidad explicativa distinguir entre poder relacional y poder estructural, aunque ambos están relacionados. El primero se refiere al poder que posee A, es decir, cualquier persona, empresa u organismo público, para obligar a B a hacer algo que B no haría por su propia voluntad. El segundo se refiere al poder “...para conformar y determinar las estructuras de la economía política global, dentro de las cuales otros Estados, sus instituciones políticas, sus empresas y (no menos importante) sus científicos y otros profesionales, tienen que trabajar. El poder estructural confiere, en suma, el poder de decidir cómo habrán de hacerse las cosas, el poder de conformar los marcos dentro de los cuales los Estados se relacionan entre sí, se relacionan con la gente o se relacionan con las corporaciones. Esto es así porque en una relación, el poder relativo de cada parte es mayor o menor si una de las partes tiene también la capacidad de determinar la estructura que enmarca a la relación” (Strange, 1988. En: Aguilera, 1996).

En este sentido, si aceptamos que la economía constituye una actividad institucionalizada, en el sentido de que está regulada o sometida a unas normas, leyes o reglas de juego, su estudio no debería limitarse a las transacciones de mercancías “dado un marco legal” sino, también, al estudio de la formación de ese marco y de cómo influye y condiciona al conjunto de las transacciones de mercancías, es decir, al estudio de las “transacciones institucionales” (Bromley, 1989), puesto que cada estructura de derechos define una estructura de costos y de beneficios, de oportunidades y de restricciones.

Por cuanto respecta a la separación entre economía y naturaleza, Naredo (1987), ha expresado de manera acertada el reduccionismo practicado al mostrar cómo partiendo de la economía de la naturaleza o de la biosfera se pasa, tras sucesivos recortes a una economía en la que sólo se tienen en cuenta los objetos que se consideran producibles. No obstante, en la actualidad se está intentando hacer un viaje de vuelta desde la economía de los objetos producibles a la de la naturaleza, pero sin cambiar las nociones que sustentan ambos conjuntos, algo que, si bien y en principio, parece tener un cierto éxito académico con la extensión de las llamadas técnicas de valoración monetaria del medio ambiente, dudamos de su viabilidad pues el problema al que nos enfrentamos no es tanto de técnicas como de renovación conceptual y de apertura de los estrechos límites en los que se ha encerrado la economía. De hecho, “debido a que el campo de los fenómenos con los que trata la economía es tan estrecho, los economistas están continuamente dándose cabezazos contra sus límites” (Hicks, 1979: 22).

2. ECONOMÍA ECOLÓGICA Y RACIONALIDAD ALTERNATIVA.

De la ciencia económica deben desterrarse las premisas filosóficas de los siglos XVIII y XIX; reformularse y ampliar el significado de los conceptos básicos de riqueza, producción y renta; y complementar el análisis de los precios de mercado con el estudio del valor social, para alcanzar la comprensión crítica e imparcial del proceso económico que le permita ser útil a cualquier forma de organización económica (Kapp, 1970). Y esto incluye los costos sociales, los rendimientos sociales y el valor social en el análisis, con lo que la ciencia económica llegará a ser “economía

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