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El objeto de la psicopatología

unviolindetintaInforme26 de Marzo de 2017

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El concepto de conducta anormal

GERARDO CAMPO CABAL, MD., MMEd. Jefe Departamento de Psiquiatría.

Escuela de Medicina – Facultad de Salud – Universidad del Valle.

El objeto de la psicopatología

Observación, descripción y explicación

El objeto de la Psicopatología está vagamente delimitado. De hecho existen muy pocas definiciones formales de la misma y su delimitación con otras disciplinas es más bien problemática. No obstante, esta situación es semejante a la existente en áreas afines.

El objeto de la Psicopatología es la descripción y evaluación de la conducta anormal y, lo que es más importante, la investigación sobre las causas del comportamiento anormal y los procesos (por ejemplo, memoria, atención, etc.) característicos de éste. El componente etiológico mencionado nos parece básico para distinguir la Psicopatología de otras áreas científicas fronterizas. En definitiva, podríamos afirmar que el objeto de la Psicopatología es tanto la observación, descripción y evaluación de la conducta anormal como, fundamentalmente, la investigación sobre su origen. Para esta tarea, la Psicopatología se ha de valer necesariamente de los procedimientos y técnicas de investigación propios de disciplinas científicas básicas (Bioquímica, Psicología, Neurología, etc.)

La Psicopatología se nutre de información convergente de disciplinas científicas diversas (Psicología, Neurología, Genética, Fisiología, etc.). Ninguna de estas disciplinas, aisladamente, se basta por sí sola para explicar la conducta anómala. Sin embargo, al analizar desde su propia perspectiva dicha conducta, están todas construyendo la Psicopatología.

Definición de la conducta anormal

Bajo los términos genéricos de “conducta anormal”, “trastorno mental”, “enfermedad mental”, etc., se engloban manifestaciones muy diversas. Ahora bien, podemos preguntarnos si tienen alguna característica común que nos permita calificarlos a todos como “trastornos mentales” o como “comportamiento anormal”. En otras palabras, ¿cuál es el denominador común, si es que existe, de la conducta anormal? Definir la conducta anormal no es una tarea sencilla y de hecho ha sido algo muy controvertido. Esta dificultad inherente en el acotamiento de lo anormal se refleja, como veremos en capítulos sucesivos de este manual, en la dificultad de definir con límites precisos los elementos diagnósticos de los trastornos mentales.

El criterio de “funcionamiento normal” es plural y multiforme, y por tanto es ilusorio hallar un criterio uniforme y preciso de la normalidad. En definitiva, no es posible definir la anormalidad mediante un sencillo criterio de exclusión.

Características identificadoras de la conducta patológica

¿Por qué se califica como “anómalo” un comportamiento determinado (por ejemplo, tener ideas de suicidio)? Sin pretender ser exhaustivos, se puede señalar una serie de características que habitualmente están presentes en aquello que calificamos como conducta “anormal” (Rosenhan&Seligman, 1984;  Mahoney, 1980). Estas características raramente están presentes en su totalidad en un comportamiento anómalo dado. Por el contrario, lo más frecuente es que una determinada conducta anormal conlleve tan sólo un subconjunto de estos elementos:

  • Sufrimiento personal.
  • Falta de adaptación al entorno.
  • Irracionalidad e incomprensibilidad.
  • Malestar en el observador.
  • Violación de los códigos ideales y morales

Uno de los elementos definitorios más importantes es el del malestar subjetivo o la “infelicidad” (Ey, 1979). De hecho, una de las características más obvias de una conducta patológica es que suele conllevar un estado de sufrimiento para quién la padece y, en muchas ocasiones, se siente impulsado a buscar ayuda. Este estado de sufrimiento para quién lo padece y, en muchas ocasiones, se siente impulsado a buscar ayuda. Este estado de sufrimiento sin duda contribuye de modo importante a deslindar lo normal de lo anormal.

En segundo lugar, las conductas que consideramos anómalas por lo general tienen consecuencias negativas para el ajuste armonioso de la persona con su entorno. Lo “anómalo” suele interferir en mayor o menor medida con el equilibrio emocional, laboral o interpersonal de quién padece el problema (San Marín, 1982)

Otra característica frecuente de las conductas anómalas es que nos llaman la atención por su peculiaridad o por su aparente irracionalidad o inexplicabilidad (Moore, 1975). Sea cual sea la causa última de un trastorno, podríamos estar de acuerdo con el filósofo Inmanuel Kant cuando afirmaba que “la única característica común de todos los trastornos mentales graves es la pérdida del sentido común (sensuscommunis) y el desarrollo compensatorio de un peculiar sentido privado (sensusprivatus) de razonamiento” (véase en Meichenbaum, 1977, pág. 183)

Otra característica que ayuda a definir un comportamiento como anormal es la molestia que causa en otros. Por último la violación de los códigos de comportamiento habituales, también puede ser motivo de demarcación de lo anormal (por ejemplo, muchas de las variaciones sexuales, como la zoofilia,, son calificadas como anómalas básicamente en función de éste criterio). De modo más general, algunos teóricos de la sociología de la enfermedad mental (Scheff, Szaxz, etc.) sostienen que la ruptura de ciertas reglas no escritas o “residuales”, es el principal elemento que la sociedad tiene para identificar a alguien como “enfermo mental” (Price, 1981). Así pues la violación de las reglas residuales, que de hecho son las más numerosas en la regulación de nuestro comportamiento social, constituye otra vía fundamental en la identificación del comportamiento anómalo.

Definición multifactorial de la anormalidad

En el apartado anterior hemos expuesto los elementos definitorios más comunes de lo que denominamos conducta desviada. A continuación expondremos una serie de principios generales sobre cómo han de utilizarse éstos u otros elementos en la calificación del comportamiento anómalo.

PRINCIPIO 1: No existe ningún elemento aislado que se requiera para definir la conducta anormal.

En otras palabras, no se requiere la presencia concreta y aislada de ninguno de los elementos anteriormente mencionados (infelicidad, inadaptación, etc.) Para la definición de la anormalidad.

PRINCIPIO 2: No existe ningún elemento suficiente para definir la conducta anormal.

No existe ningún elemento cuya sola presencia (esté o no presente en otras conductas anómalas) baste  para calificar como patológico un comportamiento.

Estos dos principios iniciales son importantes pues nos advierten de la consustancial vaguedad del concepto de normalidad. La nueva epistemología del conocimiento indica que, en efecto, las categorías que utilizamos cotidianamente no son claros conceptos ideales, sino que, por el contrario, tienen límites muy borrosos y más bien indefinidos (Fierro, 1988)

PRINCIPIO 3:La anormalidad de una conducta dada ha de venir siempre dada por la combinación de varios criterios.

La anormalidad de una conducta nunca se debe a la presencia aislada de algún criterio, como debe quedar claro tras la enumeración de los dos principios anteriores. Para la caracterización de una conducta como “anormal” habitualmente hay que tener en cuenta la intervención de diversos elementos simultáneos (Cles, 1982). Siempre hay varios criterios, aunque el peso de cada uno puede varias para diferentes trastornos.

La consideración de criterios cambiantes no debe ser un motivo de desaliento. En realidad, rinde tributo a la enorme plasticidad y versatilidad del comportamiento humano. La acción y el pensamiento de los seres vivos es muy diversa y analizable desde diferentes perspectivas. No asumir este punto de partida nos puede conducir al estéril intento de querer imponer criterios únicos homogeneizadores (sean biológicos, psicológicos, sociales) en la definición de la anormalidad.

PRINCIPIO 4: Ninguna conducta es por sí misma anormal.

Este principio es muy importante pues denota la relatividad del significado de cualquier comportamiento. Si no se asume que el comportamiento humano ha de entenderse siempre atendiendo a las variables contextuales, se puede pretender la búsqueda absurda de criterios “objetivistas” (por ejemplo, el resultado de un test biológico o psicológico) para definir lo que es anormal.

Lo que debe adjetivarse como normal o anormal no es la conducta sino el binomio contexto-conducta (Mahoney, 1980). No se puede definir la “anormalidad” de una conducta en base a sus atributos manifiestos, a sus propiedades objetivas externas. A diferencia de las enfermedades físicas, la adjetivación de una conducta como “anormal” siempre está ligada al contexto o la situación en que se produce y, por supuesto, a la intencionalidad del que efectúa dicha acción (recordemos de nuevo el ejemplo de la huelga de hambre).

En la determinación de la anormalidad de un determinado comportamiento se tienen en cuenta  elementos valorativos sobre la circunstancia en que éste se produce, su frecuencia, intensidad, etc. Incluso los sistemas más formales de diagnóstico no pueden sustraerse a esta actividad valorativa intrínseca a la actividad clínica. No en vano a esta tarea de ponderación habitual del clínico acerca de la importancia o el alcance de una conducta determinada se le denomina juicio clínico. Pensar que llegará un momento en que esto no sea así es ilusorio. Ahora bien, como veremos en capítulos sucesivos, afortunadamente la tendencia actual y futura  del diagnóstico consiste en, sin prescindir del juicio clínico, explicitar y clarificar esos atributos o criterios diagnósticos.

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