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Ensayos Sobre El Posmodernismo

eduardcofi14 de Octubre de 2012

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PsiKolibro

Ensayos sobre el

posmodernismo

Fredric Jameson

Traducido por Esther Pérez,

Christian Ferrer y Sonia Mazzco.

Compilado por Horacio Tarcus.

Ediciones Imago Mundi, Buenos Aires, 1991

Ediciones originales:

Posmodernism, or, The cultural Logic

of Late Capitalism, 1984

The politics of Theory, Ideological

Positions in the Posmodernism Debate, 1984

Marxism and Postmodernism, 1989

La paginación se corresponde

con la edición impresa. Se han

eliminado las páginas en blanco.

PsiKolibro

PRÓLOGO

Fredric Jameson, contra la tentación de la nada

Editar una selección de escritos de Fredric Jameson —necesaria-

mente parcial y arbitraria en el buen sentido de someter a arbitraje las mu-

chas selecciones posibles— puede ser una desmesura: es arriesgarse a poner

sobre el tapete toda la complejidad, la ambigüedad y el sustrato conflictivo y

(por ahora) indecible de la distinción, y la simultánea articulación, entre “mo-

dernidad” y “posmodernidad”, dos nociones de las que lo menos que puede

decirse es que —si se las toma en serio— ponen a prueba la capacidad inte-

lectual de la sutileza vigilante contra el cómodo refugio de los teoremas siem-

pre de antemano demostrables: aquello que Pascal llamaba el espíritu de fine-

za en su combate contra el espíritu de geometría.

El riesgo, sin embargo, bien vale la pena. Y no se nos oculta que la

pena es mucha: digamos, para permanecer pascalianos, que es el destino mis-

mo de esos “juncos pensantes” que somos todos, lo que está en juego en épo-

cas como la nuestra, caracterizadas, como diría el propio Jameson, “por un

milenarismo de signo inverso, en que las premoniciones catastróficas o reden-

toras del futuro han sido reemplazadas por la sensación del fin de esto o aque-

llo (el fin de las ideologías, del arte o las clases sociales; la “crisis” del leni-

nismo, de la socialdemocracia o del estado de bienestar, etc.)”. Es decir, una

época en la que la forma que adopta la ideología dominante es la de un pensa-

miento del fin de todas las cosas sin que se prevea el comienzo de ninguna: la

declamada “muerte de la Historia” es la promoción de una horizontalidad sin

horizonte, de una planicie sin accidentes —y ya decir “accidentes” es asumir

una cierta concepción de la historia, en la que el acontecimiento es siempre

indeterminado y azaroso— por eso, hablar del “destino” del pensamiento en

una época que ha perdido —que ha olvidado— el sentido de la tragedia, es

hacerse cargo de que la cultura se ha vuelto irresistiblemente cómica : con una

comicidad que podría ser la de la mueca grotescamente congelada del “hom-

bre que ríe” de Víctor Hugo, pero que (avatar último de una parodia que se

vuelve imposible cuando toda la realidad deviene parodia de sí misma) resul-

ta ser más bien la del grosero espectáculo revisteril en el que la risa es reduci-

da a la pura reacción mecánica, nerviosa, ante el ridículo de una existencia

despojada de ilusiones.

.

De esa comicidad habla, en cierto modo, Jameson. Pero lo hace se-

riamente, buscando en el posmodernismo “la lógica cultural del capitalismo

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tardío” (título programático si los hay): vale decir, la consistencia material de

esa “confusión espacial y social” —otra fuente de comicidad opiácea— que

neutraliza nuestra capacidad para pensar, actual y luchar. Consistencia mate-

rial: eso se dice fácil, pero es apenas el enunciado, el plan, para la construc-

ción de lo que Jameson llamaría la “cartografía” de un nuevo “arte político”

que “tendrá que asimilar la verdad del posmodernismo, esto es, de su objeto

fundamental —el espacio mundial del capital multinacional— al tiempo que

logra abrir una brecha hacia un nuevo modo aún inimaginable de representar-

lo...”.

Múltiple y laberíntico haz de cuestiones en este breve párrafo. Ante

todo, hay una verdad del posmodernismo: “verdad”, en el sentido de lo verda-

dero del síntoma, en el que se expresa —se articula— el “retorno de lo repri-

mido” de aquella tragedia olvidada. El posmodernismo es, entre otras cosas,

la recuperación (no siempre del todo conciente), por parte de la ideología do-

minante, del hecho de que se ha operado efectivamente, en el mundo, una

metamorfosis —y la resonancia kafkiana del término no es desestimable—

por la cual ni la esfera de la producción, ni las clases sociales, ni la praxis po-

lítica, ni el orden simbólico en su conjunto, son ya lo que eran: una “puesta a

punto” con respecto a la cual, hay que decirlo con claridad, el reloj de la iz-

quierda atrasa sensiblemente. No es el caso, por supuesto, como se ve cotidia-

namente en tantos intelectuales, de renunciar irresponsablemente —una cosa

es interrogar las antiguas posiciones, otra muy distinta cambiar de lugar— a

ninguna de las cuestiones, ni de las nociones, que siguen haciendo del marxis-

mo, como diría Sartre, un horizonte inevitable de nuestra época: ni la ver-

güenza de haber sido ni el dolor de ya no ser pueden rescatamos de la obliga-

ción ética de decidir dónde estamos. En el riesgo, incluso en la incertidumbre,

de ese “estar”, la nueva relación del marxismo con la cultura parece abrir, pa-

ra alguien como Jameson, el camino de un desafío estimulante en el que la

descarga adrenalínica que provoca el descubrimiento se inscribe en el rescate

de lo mejor de una tradición —casi ya de un “clasicismo”—, de esa riquísima

tradición del anglosaxon marxism (uno piensa en nombres como E. P.

Thompson, Raymond Williams o Perry Anderson), para la cual el viaje por

los laberintos del orden simbólico, lejos de constituir un paseo ornamental por

la “superestructura” (el progresivo abandono de ese término es en sí mismo

indicativo), es la zambullida en el vértigo de una totalización de la experien-

cia (la expresión es, claro, thompsoniana) de los sujetos sociales.

“Nueva relación”, pues, del marxismo con la cultura: no porque esa

relación sea una novedad (de Marx y Engels a Gramsci, de Lukacs a Trotsky,

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de Lenin a Sartre, de Korsch o Adler o los frankfurtianos a Goldmann, Alt-

husser o della Volpe, no hubo teórico o político marxista de alguna importan-

cia que no se planteara el problema), sino porque, entre otras cosas, hay una

nueva relación de fuerzas mundial —o “planetaria”, como se dice ahora—

que, al redefinir el estatuto mismo de eso que llamamos “cultura”, obliga a

recomponer las “cartografías”, los “mapas congnitivos”, con los cuales inten-

tar la reconstrucción de un piso de inteligibilidad para dar cuenta de las ina-

barcables transformaciones producidas. La reacción neoconservadora mun-

dial no es un mero cambio en el modelo de acumulación económica, social e

ideológica, una mera transformación —y devaluación— de los modos tradi-

cionales de hacer política: es una vasta empresa de refundación cultural. Si

ya Gramsci, en la década del 30 (en un contexto también “refundacional” del

capitalismo), había elastizado el concepto leninista de “hegemonía” para in-

cluir el poder de orientación de las pautas morales y conductales de la socie-

dad en su conjunto —es decir, de la cultura en el sentido antropológico más

amplio posible—, con mayor razón aún se hace necesaria ahora (en la era de

la “globalización”, de la “mediatización”, en la que las técnicas de construc-

ción de lo simbólico constituyen una fuerza productiva central) una redefini-

ción de la lógica material refundadora, de las nuevas formas de hegemonía,

de los nuevos instrumentos de poder: un buen marxista, Jameson tienen pre-

sente siempre que aquélla recomposición de las “cartografías” es, por supues-

to, una cuestión política. Como es una cuestión política —y, en cierto sentido,

la cuestión política más urgente— el necesario replanteo, bajo la “situación

posmoderna”, de las relaciones entre (¿cuál?) cultura y (¿cuál?) marxismo:

“lo que queremos es, no reescribir todos estos fenómenos culturales, que son

nuevos, en términos de las categorías viejas, sino reconocer que esas catego-

rías en sí mismas eran históricas. Hubo un marxismo que correspondió al pe-

ríodo clásico de la Segunda Internacional, hubo un marxismo que ahora se

llama marxismo occidental, que correspondió al modernismo y la etapa impe-

rialista, y creo que ahora necesitamos un marxismo para esta nueva etapa. Me

parece que todo este planteo es perfectamente consistente con Marx”.1

Y lo es, efectivamente: ¿no era Marx el que afirmaba que los hom-

bres hacen su propia historia en circunstancias que no siempre pueden elegir?

Pero sí podemos, hasta cierto punto, elegir que hacer con (o contra) esas “cir-

...

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