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Herbert Spencer, La ley de la Evolución

lecrantTutorial24 de Noviembre de 2013

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Herbert Spencer, La ley de la Evolución. Cap. XVI: Los primeros Principios

Capítulo XIV.

La ley de evolución.

107. Vamos, ahora, a comprobar la deducción con la inducción. Hemos dicho que todas las existencias sensibles deben, de uno u otro modo, y en tal o cual instante, llegar a poseer sus formas concretas, por operaciones de concentración, y hemos citado hechos que comprueban esa necesidad. Pero no habremos obtenido el conocimiento unificado que constituye la Filosofía, sino cuando sepamos cómo las existencias de todos los órdenes manifiestan una integración progresiva de materia y una pérdida simultánea de movimiento. Vamos, pues, a buscar la prueba directa de que el Cosmos en general obedece a esa ley; y para ello estudiaremos, cuanto la observación y el razonamiento lo permitan, los fenómenos que forman el objeto de la Astronomía y de la Geología, y también los que constituyen la materia de estudio de la Biología, la Psicología y la Sociología.

Nos ocuparemos preferentemente de las manifestaciones de la ley de evolución, más complejas que las hasta aquí manifestadas. Estudiando sucesivamente los varios órdenes de fenómenos, atenderemos menos al principio de que cada ser ha sufrido o sufre aún su integración, que al principio nuevo de que, en cada parte más o menos distinta de cada ser, la integración ha estado o está progresando. En vez de seres sencillos y de seres cuya complejidad se simplifica mentalmente, a propósito para estudiarlos, ahora nos ocuparemos de seres, tales cuales existen, compuestos, en su mayoría, de numerosos y variados elementos combinados de muchos modos; seguiremos sus transformaciones, bajo cada una de sus formas, notando el paso de la masa de un estado difuso a otro más concreto, y el de todas y cada una de las partes de la masa por una transformación análoga, durante la cual toman una individualidad propia, y una vez individualizadas, se hacen más complejas.

108. Desde luego, el sistema sidéreo, por su forma general, por sus grupos de estrellas que presentan todos los grados de densidad, por sus nebulosas en las que se ve todos los grados de condensación, y por todos cuantos aspectos se le considere, nos hace pensar que en él se opera doquier la concentración, en el conjunto y en las partes. Suponiendo que la materia del sistema sidéreo haya estado y esté sometida a la gravitación, se explican los grandes grupos de que está compuesto: desde las masas sólidas, hasta los grupos de copos rarificados que no se pueden distinguir sino con los más poderosos telescopios; desde las estrellas dobles, hasta los agregados tan complejos como las nebulosas. Pasemos al sistema solar, sin insistir más en el sidéreo, del cual basta con la prueba ya aducida.

Admitir el sistema tan aceptable de que el sistema solar proviene de una nebulosa, es admitir que está formado por integración de materia y pérdida concomitante de movimiento. El paso del sistema solar de un estado incoherente, y difuso, en una gran extensión, a un estado sólido y coherente, es un ejemplo claro y sencillo del primer aspecto de la evolución. Según la hipótesis nebular, al mismo tiempo que se verificaba la concentración gradual del sistema solar en todo su conjunto, se verificaba también otra concentración en cada una de sus elementos parcialmente independientes. La materia de cada planeta, metamorfoseándose sucesivamente en anillo nebuloso, en esferoide gaseoso, en esferoide líquido y, finalmente hasta ahora, en esferoide solidificado exteriormente, ha reproducido los rasgos principales de la integración del sistema solar. Lo propio sucede a cada satélite. Además, al mismo tiempo que la materia del conjunto del sistema, como también la de cada uno de sus elementos parcialmente independientes, se integraban, se verificaba también otra integración, manifestada por el incremento de la complejidad de combinaciones entre las partes. Así, los satélites de cada planeta forman con él un grupo en equilibrio; los planetas y sus satélites forman con el Sol un grupo más complejo, cuyas partes están más fuertemente ligadas que lo estaban en la nebulosa de que provienen.

Aun prescindiendo de la hipótesis nebular, el sistema solar nos suministra actualmente pruebas de su integración. Sin tener en cuenta la materia cósmica meteórica, que se precipita continuamente sobre la tierra y muy probablemente sobre los demás planetas y sobre el Sol, en gran cantidad, hay otros dos hechos ya comprobados: uno el retardo apreciable de los cometas por el Éter y el retardo probable de los planetas, retardos que, con el tiempo, deben hacer caer sobre el Sol dichos astros y otro la pérdida incesante del movimiento solar bajo la forma de calor radiante, pérdida que acompaña la integración incesante de su masa.

109. Pasemos ahora de la evolución que podemos llamar astronómica a la evolución geológica. La historia de la Tierra, tal como la revela la estructura de su costra sólida, nos conduce a considerar ese estado de fusión de que habla la hipótesis nebular, y ya hemos visto (69) que los fenómenos geológicos ígneos son efectos de la consolidación progresiva de la sustancia terrestre, y de la pérdida de movimiento latente que la acompaña. Presentemos algunos ejemplos de los efectos generales y locales de esos dos grandes hechos.

Prescindamos del período, durante el cual los elementos más volátiles, actualmente sólidos, estaban, en virtud de la gran temperatura, en estado gaseoso; y comencemos desde la época en que, siendo aún la temperatura de la Tierra superior a 100º C., la inmensa masa de agua que hoy recubre los 3/5 de su superficie, existía en estado de vapor. Ese enorme volumen de agua desintegrada se integró cuando la disipación del movimiento latente de la Tierra hizo descender su temperatura a menos de 100º C.; dejando, sin embargo, una parte aún no integrada, parte sumamente pequeña de la masa primitiva, y que sería aún mucho menor, si no absorbiese continuamente parte del movimiento molecular que el Sol nos comunica. La formación de la costra terrestre es otro ejemplo de análogos efectos y causas. En ella vemos una delgada película sólida, hendida por muchas partes, y agitada continuamente por la materia fundida y gaseosa que recubre, irse haciendo tan fuerte y espesa, que sólo puede ser rota o removida en alguno que otro sitio, y en pequeña escala, relativamente, por las fuerzas perturbatrices. Esa solidificación exterior o superficial es un ejemplo de la concentración que acompaña a la pérdida de movimiento latente; la disminución de volumen, que revelan las arrugas de la costra terráquea, es otro.

A la par que esa integración general, se han verificado otras parciales. Un esferoide en fusión, simplemente recubierto de unas pocas materias sólidas, no podía presentar sino pequeñas islas y pequeñas masas de agua; para que las diferencias de nivel tengan una magnitud que permita la formación de vastas islas y de grandes mares, es necesaria una costra de algún espesor y rigidez; y así, solamente después que la costra sólida terráquea hubo adquirido suficiente espesor, se formaron los continentes separados por los Océanos. Lo mismo ha sucedido a las grandes montañas: la aplicación íntima de una costra delgada sobre su contenido, que seguía enfriándose y contrayéndose, no podía producir sino crestas poco elevadas; era preciso una costra, ya de espesor y resistencia relativamente grandes, para que fuese posible la formación de las grandes cadenas de montañas. Análogamente también se habrán formado los terrenos llamados de sedimento: en las épocas primitivas la descomposición no actuaba sino sobre pequeñas superficies, y por tanto, sólo producía depósitos de extensión y espesor poco considerables. La reunión de los depósitos en inmensos estratos y de éstos en vastos terrenos, implica la existencia de mares y de continentes, como también la de extensas y profundas elevaciones y depresiones; luego también las integraciones de ese orden han debido ir siendo más pronunciadas, a medida que se espesaba la costra terráquea.

110. Sabemos ya, que la evolución orgánica es, en su esencia, la formación de un agregado por la incorporación continua de materia esparcida antes en mucho más espacio. No hay sino recordar que cada planta crece, concentrando en sí elementos difundidos en una gran extensión, la mayoría gaseosos, y que cada animal se nutre, asimilándose esos elementos ya concentrados en las plantas o en otros animales. Pero es conveniente completar esa idea general de la vida, haciendo ver que la historia de la planta y del animal nos confirman: se verifica en ellos la misma operación fundamental, y con más fuerza o intensidad en sus primeros que en sus últimos estados. En efecto, el germen microscópico de cada organismo, permanece mucho tiempo sin experimentar otros cambios que los producidos por la absorción y la nutrición; las células implantadas en el tejido del ovario no se convierten en óvulos, sino creciendo a expensas de las materias adyacentes; mas, después de la fecundación, comienza una evolución más activa, cuyo carácter más notable es la atracción hacia el centro germinativo de toda la sustancia del huevo.

Pero, en este caso, debemos dirigir nuestra atención sobre las integraciones secundarias que acompañan habitualmente a la primaria; hemos de notar cómo, a la par que el incremento de las masas, se verifica una concentración y una consolidación de la materia bajo la forma de partes distintas unas de otras, una combinación más y más íntima de esas, partes. Por ejemplo, en el embrión de los mamíferos, el corazón, que no es primeramente sino un largo vaso sanguíneo pulsátil, se tuerce poco a poco

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