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INTEGRIDAD


Enviado por   •  15 de Junio de 2015  •  1.097 Palabras (5 Páginas)  •  141 Visitas

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INTEGRIDAD

Habiéndome inscrito a la carrera de ingeniería en la Universidad Ibero Americana, dentro del plan de estudios figuraba la materia “Metodología de la Ciencia”. La materia se percibía prometedora, necesaria y fundamental, toda vez que el conocimiento de las ciencias, los métodos y técnicas para su obtención, evaluación y crítica, es imprescindible para el desarrollo profesional de todo ingeniero.

Mi propósito, y esperanza, era el de profundizar en la aplicación de la ciencia; de los métodos empíricos; la formulación de hipótesis y las pruebas a la mismas, así como el planteamiento de las hipótesis nulas; los criterios de falsabilidad, es decir, la posibilidad de la refutabilidad; la apasionante heurística, y la aplicación práctica de la lógica formal y la no formal. En fin, conocer un océano maravilloso que a su vez abriría las puertas a otros inmensos nuevos océanos.

El primer día de clases fue extraño. El profesor era un hombre de aspecto caucásico, arriba de los sesenta años, impecablemente vestido y pulcro, pero no de traje. No tenía apariencia de ingeniero ni de científico. Sus manos las mantenía la mayor parte del tiempo juntas a la altura del pecho. Su tono de voz era monótono, impositivo y dogmático. Según iba exponiendo y dejando con ello manifestar su realidad personal, me percaté que mis sospechas resultaron ciertas, no se trataba de un hombre experimentado en el uso de las ciencias ni en la ingeniería, era un religioso Jesuita.

A los veintiún años la mayoría de los jóvenes no han desarrollado criterios propios para juzgar las diversas situaciones de la existencia, o por lo menos, dudan de sus propios criterios, por lo que toman las opiniones de sus mayores como guías para su vida. Yo provengo de una familia en la que se ponía en lo más alto el valor del Deber, entendido como la obligación de ser responsable; pero igualmente, se ponía muy en alto, no a la figura del sacerdote sino a la figura del maestro, concibiéndolo como un ser ejemplar más allá del común denominador humano. Consecuentemente, de acuerdo a los valores que en esa época me guiaban, era mi responsabilidad atender todo lo que ese personaje me transmitiera, no como religioso sino como maestro, y yo no debía cuestionarlo.

En fin, le concedí la duda razonable, bajo las premisas de que era un profesor y que los Jesuitas tienen fama de estudiosos; cabía cierta probabilidad de que supiera la materia y nos la transmitiera.

Pasaron las diversas clases y yo mantenía la esperanza de que en algún momento este hombre empezara a hablar de Metodología de la Ciencia. No fue así. El hombre verdaderamente desconocía esta materia. Finalmente, para darnos algo que “tuviera que ver” con la ingeniería, nos puso a leer un libro intitulado “Hacia un Teología del Progreso Humano”. Quizás, dentro de su realidad, era la reflexión más apropiada que podría transmitir a los futuros ingenieros. Al final del curso nos citó de manera individual en su oficina para examinarnos. “Metodología de la Ciencia” se convirtió en un interrogatorio relativo a la salvación del alma humana; debía yo responder cuál era el factor fundamental en un ser para alcanzar dicha salvación. Mi respuesta fue que el aspecto determinante para dicha salvación consistía en la buena voluntad de la persona; el profesor enrojeció del coraje y me hizo ver cuán ignorante

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