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LA GUERRA FRIA Y EL CAOS DE LA EPOCA

chicholdu13 de Abril de 2015

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LA GUERRA FRIA ESTUDIO DE CASOS

YUGOSLAVIA

La guerra en la antigua Yugoslavia se desarrolló de junio de 1991 a septiembre de 1995. Murieron unas 130 mil personas y aproximadamente dos tercios de la población fueron desplazados de sus hogares. Numerosos casos de abusos contra los civiles pudieron ser registrados. Se cometieron innumerables atropellos a los derechos humanos, incluidos asesinatos, torturas, violaciones y castraciones. Se destruyeron edificios históricos de un valor incalculable.

La guerra de Yugoslavia generó una expectación internacional como ninguna otra en su tiempo. Si la del Golfo en 1991 de Estados Unidos contra Irak había sido especial por ser la primera en ser transmitida en vivo y a todo color, la de los Balcanes fue particular por la naturaleza de su origen y la dimensión de la violencia. Un nuevo estilo de hacer guerra se gestó en base a las diferencias étnicas. Ello no era una novedad por sí sola, sino más bien cómo los llamados a perpetrar la violencia nacionalista hicieron mella entre las masas.

La novedad estriba en el enorme poder que ejercen los medios de comunicación y en lo eficiente que puede resultar la mercadotecnia política. El nacionalismo balcánico era real e histórico, pero el repentino ascenso de un estilo agresivo se debió a maniobras de los políticos nacionalistas. Una sociedad civil en movimiento puede ejercer un contrapeso a las mentiras y verdades a medias que acostumbran a soltar políticos ambiciosos, pero debido al contexto de la época -detallado en el capítulo anterior, eso no era posible en Yugoslavia.

La guerra también puso sobre el debate la capacidad de persuasión de las Naciones Unidas. Se supone que un organismo encargado de promover la paz debe mostrarse a la altura de las circunstancias. Al ordenarles a sus tropas no entrometerse en la refriega de la ex Yugoslavia, el papel de la ONU como intermediaria resultó una caricatura. En el conflicto de Bosnia-Herzegovina su actuación fue indecisa, a veces estúpida -como cuando el secretario general declaró a los habitantes de Sarajevo que han existido guerras peores-, y en cuanto a la magnitud del desastre, cómplice en la tragedia de los Balcanes.

Los Balcanes siempre han sido un crisol de culturas en uno de los lugares más conflictivos en la historia. Pero en 1918 había sido creado un concepto regional de nación, el posteriormente conocido como ‘Reino de los Eslavos del Sur’, una formación política que aglutinaba a distintas comunidades étnicas de la región. El contexto de una Europa bajo el totalitarismo acabó con el proyecto. En la posguerra, una personalidad comunista balcánica se encargó de levantar un nuevo estado yugoslavo. El régimen de Josip Broz Tito buscó, para beneficio del Estado socialista, disipar las identidades de las distintas naciones componentes de Yugoslavia.

Como los resultados de esta política no sucedieron como los comunistas esperaban, se procedió a otras estrategias. Para mantener el equilibrio étnico en el estado socialista de Tito, se crearon seis repúblicas en base a los límites nacionales: Serbia, Croacia, Montenegro, Eslovenia, Macedonia y Bosnia-Herzegovina. Pero aun así existían importantes minorías étnicas en casi todas las repúblicas; sobre todo, había albaneses en la provincia serbia de Kosovo, además de croatas en Herzegovina y serbios en Bosnia y Croacia, a quienes se les denominaba bosnio croatas, serbobosnios y serbocroatas respectivamente.

Desde luego, cada nación yugoslava seguía teniendo su historia particular y sus propias tradiciones, en definitiva, su identidad. En cuanto a patrones lingüísticos no existía gran diferencia entre aquellas naciones, aunque cada una tenía su acento particular y sus tendencias selectivas de vocabulario. La excepción a la regla la constituían los eslovenos, que sí hablaban una lengua distinta. Pero la gran diferencia desde el punto de vista nacional la constituía la religión: los croatas y los eslovenos eran católicos; los serbios, macedonios y montenegrinos eran cristianos ortodoxos, y los bosnios y kosovares de confesión musulmana.

La abdicación de los regímenes comunistas en Europa del Este llevó consigo la posibilidad de que brotara la rabia acumulada en más de cuarenta años de autoritarismo. En los años ochenta la Liga Comunista Yugoslava, el monopolio socialista que había sido liderado por Tito, se hundió en una suerte de disidencias y deslealtades basadas en viejos prejuicios y rivalidades étnicas, lo que alimentó las aspiraciones populares nacionalistas y que palparon bien ciertos políticos ansiosos de mantener su prestigio. Los mensajes nacionalistas encontraron un espacio en la opinión pública, y los pasivos pero latentes sentimientos nacionales despertaron como un volcán en erupción.

El detonante: la política de identidades

Los Balcanes están situados justo donde se separan dos grandes y diferentes civilizaciones, en las fluctuantes fronteras de los otrora imperios turco y austriaco, y precisamente esa división a creado en la región unas añejas rivalidades étnicas. Esas identidades buscaron ser reprimidas durante el período comunista (1945 en adelante), pero no era posible desarraigarlas en lo profundo de los sentimientos nacionales.

Josip Broz Tito falleció en 1980, y después de su muerte comenzó la desintegración de Yugoslavia, una nación artificial que nunca había existido como tal, y que se había mantenido unida debido a la fuerte personalidad del Mariscal y al rigor de su régimen policial y totalitario. Incluso hacia la década de los setenta ya no era extraño escuchar frases de tinte nacionalista como: ‘En este país existe un solo yugoslavo: Tito. Los demás somos serbios, bosnios, croatas, eslovenos, etcétera’.

Fue el propio régimen socialista el que le abrió las puertas a los nacionalistas por diversas maniobras administrativas. La perestroika y la glasnost se saborearon años antes en Yugoslavia que en la URSS, aunque sin llegar a desmantelar el salvaje aparato de control policiaco sobre la población. Los serbios eran el grupo étnico más representado dentro de la federación. Para evitar el creciente recelo de los otros grupos, una nueva constitución en los años setenta les dio carácter institucional a las distintas comunidades de Yugoslavia. Se crearon seis repúblicas y la legislación les otorgó un margen considerable de poder autónomo, incluso el de vetar decisiones del gobierno federal, lo que a la postre provocó una parálisis administrativa cada vez más acentuada. Al mismo tiempo, los líderes locales estaban ganando popularidad en su república contra el centro.

Tras la muerte de Tito, la parálisis federal se tradujo en una severa crisis económica con una aguda inflación. Por lo demás, el predominio del gobierno comunista en las instituciones yugoslavas era vasto pero frágil. Dado que la Liga Comunista Yugoslava [LCY] se había dividido en arreglo de los límites nacionales, los argumentos nacionalistas se convirtieron en una forma de lidiar con el retroceso económico. Desde entonces, las autoridades locales comenzaron a echar culpas con un sesgo étnico. Por ejemplo, era un hecho que los serbios constituían gran parte de la administración pública en Croacia. “En consecuencia, fueron acusados de ser los responsables de todos los errores, crímenes y fallas de los comunistas en su gobierno por más de cuatro decenios”

La rama serbia de la LCY fue la primera en tomar decisiones unilaterales para tratar de amortiguar la desesperante situación económica, al menos en su república. Las dos provincias autónomas de Yugoslavia, Kosovo y Vojvodina, fueron anexadas a Serbia en un episodio conocido como ‘el gran robo del banco’. Con el vigente sistema de representación proporcional, lo anterior tendría como consecuencia que los serbios pudieran tomar importantes decisiones en el gobierno federal. Este desplante unilateral hizo reaccionar a las otras repúblicas, empezando por Eslovenia. La rama eslovena del LCY canceló su ayuda para las regiones subdesarrolladas de la Federación.

A finales de los ochenta se aceleró la muerte de Yugoslavia. Con el predominio serbio en el gobierno central, los dirigentes en Croacia y Eslovenia comenzaron a presionar por una administración más flexible para sus repúblicas. La cúpula serbia ignoró estas peticiones. Ante esta riada de confrontaciones bastante definidas por la nacionalidad, la política de identidades habría de convertirse en oro molido para los dirigentes yugoslavos. Ese era el momento para reinventar momentos fundamentales de la historia y con ello renacer los sentimientos nacionalistas entre el pueblo; era la intención de construir adecuadas versiones culturales que resultaran eficaces para el éxito político. Las llamadas a la diferenciación étnica no se hicieron esperar.

La ira nacionalista

Los monótonos y a menudo repetitivos alegatos nacionalistas se limitaban a círculos de intelectuales y lingüistas aficionados. Las discusiones étnicas no se volvieron importantes hasta que los líderes políticos se involucraron en la polémica. Más que haber sido provocado por un ascenso popular de odio legítimo, la rabia nacionalista fue el resultado de malabares populistas y la manipulación de los medios de comunicación masiva. El nacionalismo en la ex Yugoslavia fue un revuelo contemporáneo que se fomentó con fines políticos; es decir, desde arriba.

Con las fricciones políticas derivadas de desacuerdos entre las secciones de la LCY en cada república, la movilización nacionalista se convirtió en la estrategia política de los dirigentes yugoslavos. La sociedad prestó atención a los nuevos discursos que disgregaban los políticos nacionalistas, involucrándolos de lleno en

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