La experiencia nacional y externa
KarenBanuelosInforme30 de Septiembre de 2013
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En primer lugar, es evidente que la diagramación y puesta en práctica de un programa económico de largo plazo sólo puede surgir, en las presentes circunstancias, de un proceso de negociación y acuerdo. Pero, en la actualidad, ni siquiera la administración de la coyuntura resulta viable sin un grado mínimo de consensos.
En lo inmediato es necesario acordar los temas fiscales para evitar que las negociaciones con el FMI vuelvan a entrar en crisis. Luego se deberá plantear la negociación con los acreedores externos, cuyos resultados dependerán de la credibilidad económica y política de la Argentina y del apoyo con que cuenten internamente los negociadores oficiales.
La superación de estos problemas y la recuperación de la producción y el trabajo son cruciales para dar sustentabilidad al próximo gobierno y, en general, al sistema político e institucional.
La experiencia nacional y externa muestra que ninguna sociedad puede convivir pacíficamente sobre la base de la destrucción de la producción y la pérdida de trabajo. La pobreza y la marginalidad son fuentes de conflicto permanente y bases para el cultivo de las expresiones violentas de la política, de la demagogia y el totalitarismo y, en ocasiones, de corrientes con programas abiertamente antinacionales.
Basta observar el panorama latinoamericano de los últimos tiempos y el actual para tomar conciencia del peligro que significan la pobreza y la frustración para la normalidad cívica y la convivencia nacional. Además, la pobreza y la marginalidad determinan que grandes segmentos de la población no estén en condiciones de adquirir conocimientos y prácticas indispensables para intervenir en el mundo de la producción técnica, lo cual condena a las sociedades que las sufren al atraso económico permanente o, como en el caso de la Argentina, a la pérdida progresiva del capital humano acumulado en décadas de mayor crecimiento y bienestar social.
La carencia de oportunidades sociales y la pérdida de confianza en el sistema institucional conducen, por otra parte, al rechazo de las normas de convivencia y la inseguridad colectiva. También en este punto es instructivo tener en cuenta las experiencias locales y externas que muestran una asociación positiva entre aumento de pobreza y aumento de delito, o viceversa, entre mejora en las condiciones de vida y reducción de la delincuencia.
En situaciones críticas como la actual, el asistencialismo es un paliativo necesario, pero no puede convertirse en una política de Estado porque el desarrollo económico y social no sólo requiere que los necesitados tengan una mínima cuota alimentaria sino, también, que se integren al mundo del trabajo, del estudio y de las estructuras formales de la sociedad.
La dinámica seguida por el sistema político en los últimos años no da lugar para un excesivo optimismo. Las fuerzas que lo componen estuvieron más concentradas en disputas internas que en el pensamiento estratégico y en la consideración de los grandes temas nacionales.
Pero, por otra parte, existe también una creciente conciencia de que la Argentina no atraviesa una crisis que se solucione con una cosecha ni con el cumplimiento de las formalidades democráticas, sino que será necesario reconsiderar las prácticas económicas y políticas que condujeron al país al colapso, reemprender un camino de valorización de la producción y el trabajo. Del mismo modo, es cada vez más evidente que será indispensable promover una reinserción internacional basada en la competitividad económica y en la defensa de los intereses nacionales desde un punto de vista realista.
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