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La tolerancia, como relación peculiar entre los hombres


Enviado por   •  30 de Noviembre de 2015  •  Apuntes  •  4.875 Palabras (20 Páginas)  •  106 Visitas

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La tolerancia, como relación peculiar entre los hombres (individuos, grupos sociales o comunidades humanas diversas), entra tardíamente en la historia. Si exceptuamos algunos tiernos brotes en la Antigüedad y en la Edad Media, hay que esperar a la Modernidad para que se abra paso en espacios todavía muy reducidos. Primero en el ámbito religioso, después en el político y más tarde, con una presencia escasa e infrecuente, en la vida cotidiana. En el plano de las ideas - descontados los atisbos premodernos de Occam, Marsilio de Padua y Bartolomé de las Casas-, la reivindicación del principio de la tolerancia sólo llegará con Spinoza y Locke, en el siglo XVII, y con Voltaire, en el XVIII. Desde entonces, las sombras de la intolerancia, que oscurecían casi todo el planeta, se han ido recortando penosa y lentamente, sin que dejen de proyectarse hasta nuestra época, incluso en sus formas más extremas y repulsivas. Baste recordar la intolerancia racista del nazismo, aún tan fresca en nuestra memoria, y hoy, ante nuestros propios ojos, las depuraciones étnicas en la antigua Yugoslavia. Se justifica, por ello, que la ONU haya sentido la necesidad de proclamar, en el umbral del siglo XXI, un año para la tolerancia. Este llamamiento, desde la más alta y universal tribuna de la convivencia internacional, se justifica plenamente a la vista del persistente resurgimiento de conflictos nacionales, raciales, interétnicos, religiosos que, junto con las bárbaras manifestaciones de xenofobia, la hostilización de inmigrantes y la persecución de diversas minorías, se alimentan de la más intolerable tolerancia.* En una época que algunos han caracterizado como la del "fin de las ideologías", se echa mano de ideologías opuestas, como las del liberalismo y el socialismo para reivindicar la tolerancia, o las del racismo y el exacerbado nacionalismo, para defender o encubrir la intolerancia. En esta dramática situación, tanto en el plano de las ideas como en el de la realidad, tratar de esclarecer la naturaleza de la tolerancia, sus fundamentos y sus límites, teniendo como telón de fondo su anverso, la * En Rafael Cordera Campos y Eugenia Huerta Bravo (coords.), La Unü rancia, México, UNAM, 1996, pp. 41-52. intolerancia, no es una tarea puramente teórica o académica, sino práctica y vital. Y a esta necesidad responden, con mayor o menor fortuna, las presentes reflexiones. ACLARACIONES PREVIAS Antes de esbozar un concepto de tolerancia, precisemos que se trata de una forma de relación en la que uno es el sujeto tolerante y otro el tolerado o destinatario de esa actitud. La materia de dicha relación (lo que se tolera) es diversa: ideas, gustos, preferencias, actos o formas de vida. Y dada esta diversidad, diversos han de ser también los tipos de tolerancia: religiosa, política, racial, nacional, étnica, cultural, artística, sexual, familiar, escolar, etcétera. Pero siempre se tratará de una relación entre seres humanos, aunque en una esfera específica -la de la religión- pueda atribuirse la tolerancia, o su reverso, la intolerancia, a un ser trascendente, divino, suprahumano, en tanto que al hombre sólo se le reserva el papel pasivo de destinatario de la condescendencia de Dios. Históricamente, la tolerancia se ha reivindicado muy tarde y escalonándola de un campo a otro. Primero fue la tolerancia religiosa que Locke reivindica en su Carta de la Tolerancia (1685), cuando aún están lejos de apagarse las llamas de las guerras de la religión entre protestantes y católicos. Posteriormente, en el siglo XVIII, con Voltaire y los ilustrados, se defiende la tolerancia política y a ella se suman, en el siglo XIX, John Stuart MIII y Jeremy Bentham. Otras formas de tolerancia -étnica, sexual- sólo se reivindicarán después, casi ante nuestros ojos, pues apenas afloran ya avanzado el siglo XX. RASGOS DE LA TOLERANCIA Veamos, pues, qué podemos entender por tolerancia como relación necesaria, valiosa y deseable entre individuos, grupos sociales o comunidades diversas. Con este sentido positivo, frente al negativo de la intolerancia como relación innecesaria, carente de valor e indeseable entre seres humanos, podemos caracterizarla por los siguientes rasgos: ANVERSO Y REVERSO DE LA TOLERANCIA* ADOLFO SÁNCHEZ VÁZQUEZ ANVERSO Y REVERSO DE LA TOLERANCIA 46 1. La tolerancia se da en la relación de un sujeto con otros, cuya alteridad se manifiesta en sus diferentes convicciones, ideas, gustos, preferencias, formas de vida, etcétera. O sea: presupone cierta diferencia entre uno y otro. Si ésta no se da, es decir, si ambos comparten las mismas convicciones, preferencias o formas de vida, carece de sentido, por innecesaria, la tolerancia. 2. No basta que se dé efectivamente semejante diferencia para que pueda hablarse de tolerancia; es preciso asimismo que sea reconocida o se tenga conciencia de ella. 3. Tampoco basta lo anterior; es indispensable también que la diferencia reconocida, o de la que se es consciente, nos importe. O en otros términos: que nos interese o afecte de tal modo que no podamos permanecer indiferentes ante su existencia. 4. Pero, a la vez que se reconoce una diferencia que nos importa y afecta, no se le acepta o aprueba al ser medida con el patrón de nuestras ideas, preferencias o formas de vida. 5. Ahora bien, aunque no se acepte o apruebe lo diferente, por no concordar con las opciones propias, se admite el derecho del otro a ser diferente, y a mantener sus diferencias. Admitir ese derecho no significa para el sujeto tolerante renunciar a lo propio, e incluso a tratar de que el otro cambie sus opciones y asuma otras que, hasta cierto momento, no comparte, pero semejante cambio sólo debe buscarse por la vía del diálogo, la argumentación racional o la persuasión, y no por el de la imposición, la coerción o la fuerza, propias de la intolerancia. DISENSO Y TOLERANCIA La tolerancia, pues, como respeto del derecho a la diferencia, no excluye el empeño de superarla y de lograr que se traduzca en el encuentro de las opciones diferentes en un terreno común, o consenso. Pero hay que reafirmar que la tolerancia presupone no sólo el reconocimiento originario del otro como diferente, sino también de la posibilidad de que éste se mantenga como tal y, por tanto, que -no obstante el diálogo, la argumentación y la persuasión- no se alcance el consenso que se busca. Lo que quiere decir que la tolerancia no sólo admite el disenso que tiene su raíz en la diferencia originaria, sino también el que se mantiene después de haberse recorrido, infructuosamente, la vía adecuada y propia de la tolerancia. Esto significa, a su vez, que ésta se hace necesaria y deseable no porque el otro asiente a las opciones del sujeto tolerante, sino justamente por lo contrario: porque disiente de sus principios, valores, preferencias o formas de vida. Sólo el disenso y no el consenso reclama y necesita la tolerancia; en él están su raíz y suelo nutricio, pero en el disenso también están -y hasta ahora en mayor escala- la raíz y el suelo nutricio de la intolerancia. Ciertamente, de manera análoga, la intolerancia se da cuando hay diferencias y cuando ante éstas -como en la tolerancia- no se permanece indiferente y se adoptan actitudes tan interesadas y destructivas como las que asume el intolerante fanático, racista, chovinista o etnocentrista. Hay, pues, un terreno común: el de la diferencia y el disenso correspondiente -en el que brotan tanto la tolerancia como la intolerancia. Pero, no obstante este origen común, una y otra se distinguen radicalmente por la forma distinta, o más bien opuesta, de la relación con el otro. Mientras que en la tolerancia se reconoce y respeta la identidad -real, ajena, es decir, lo que hace al otro efectivamente diferente-, en la intolerancia esa identidad es rechazada, justamente por ser ajena, diferente. Así pues, aunque no se es indiferente ante la diferencia, como tampoco se es en la tolerancia, aquélla es rechazada, ya sea al excluirla o negarla, ya al reducirla o disolverla en la identidad propia. Lo que en el otro por ser diferente escapa a esa identidad, queda excluido o disuelto para afirmar sólo lo propio. En consecuencia, no se respeta su diferencia, sino que se hace valer la ident tac impuesta que anula o disuelve la ajena. Y precisamente en este sometimiento ce identidad ajena a la propia, de lo otro a lo uno, o de la diferencia a cierta ident está la esencia misma de la intolerancia. TOLERANCIA Y LIBERTAD Si la intolerancia entraña semejante dominación o sometimiento, la tolerancia por el contrario presupone un horizonte de libertad: libertad del otro para expresar ideas o asumir valores, preferencias o formas de vida diferentes de las del sujeto tolerante. Sin esta libertad y su reconocimiento por parte del sujeto tolerante, no puede hablarse propiamente de tolerancia. La intolerancia se da justamente en una relación asimétrica en la que uno, y no el otro, es libre: uno impone ANVERSO Y REVERSO DE LA TOLERANCIA 47 su identidad a la ajena. La tolerancia, por el contrario, tiene por espacio común dos libertades que, lejos de excluirse, en él se dan la mano. Se trata del espacio que se abre con el mutuo reconocimiento como personas libres y autónomas, relación que, por tanto, iguala a los hombres justamente por el reconocimiento de su libertad. O, como decía el jurista español Francisco Tomás y Valiente, pocos meses antes de ser víctima mortal de la intolerancia más reprobable: "Tal vez la tolerancia de nuestro tiempo haya de ser entendida como el respeto entre hombres igualmente libres". Y agregaba, precisando aún más su pensamiento: "Así concebida, como respeto recíproco entre hombres iguales en derechos y libertades, pero que no se gustan, bienvenida sea esta forma de tolerancia". Así, ésta debe ser recíproca, pero con una reciprocidad que sólo puede darse en condiciones comunes de libertad e igualdad. Ciertamente, el intolerante -por definiciónhace imposible esa reciprocidad, ya que no tolera la tolerancia: "la tolerancia es pecado", decía Bossuet en el siglo XVIII, y todavía en el siglo XIX era asociada -como la asociaba Balmes-, a la idea del mal: malas ideas, malas costumbres, etcétera. Ahora bien, admitidos la necesidad, el valor y la deseabilidad de la tolerancia, cabe preguntarse, sin embargo: el tolerante ¿debe tolerar todo? JUSTIFICACIÓN DE LA TOLERANCIA Como ya hemos afirmado, la tolerancia es una relación necesaria y deseable entre seres humanos cuando se dan entre ellos diferencias que se reconocen y respetan, aunque no se compartan. Ahora bien, ¿por qué tolerar lo que no se comparte e incluso se rechaza abiertamente? La pregunta es pertinente si tenemos en cuenta que la tolerancia no es un valor en sí, y que en ciertas circunstancias ese valor, por ser relativo, puede perderse. Pero, aun con el contenido valioso que le hemos atribuido, no se justifica por un valor absoluto que no tiene, sino por su relación con otros valores, que se integran en su seno, se enriquecen con ella y son irrenunciables. Tales son: 1) el respeto a la libre y autónoma personalidad del otro, lo que excluye que se le considere como objeto de dominio, simple medio o instrumento; 2) la convivencia que ese respeto hace posible,y con ella la fraternidad y la solidaridad,y 3) la democracia, como forma de convivencia de ideas, organizaciones y acciones de diversos actores políticos, y entendida, asimismo, no sólo como construcción de un consenso por la mayoría, sino también como respeto al disenso de individuos y minorías. Se tolera, pues, lo que no se comparte, ya sean ideas, gustos, preferencias, formas de vida, etcétera, porque al hacerlo -y ésta es la razón- se afirman con ello valores supremos, que la intolerancia vendría a negar. Se trata, pues, de una justificación basada, fundamentalmente, en razones morales: respeto a la libertad y autonomía del otro, y razones políticas: contribuir a la convivencia indispensable para una sociedad democrática.Tal es la tolerancia que, así justificada, puede considerarse auténtica, legítima, y, por tanto, necesaria, valiosa y deseable. TOLERANCIA FALSA O INAUTÉNTICA La tolerancia se presenta, en determinadas circunstancias, con formas que contrarían su verdadera naturaleza y la vuelven por ello falsa o inauténtica. Es lo que sucede cuando se tolera al otro no por respeto a su persona libre y autónoma o por los valores que están en juego en la entraña misma de la convivencia, sino para afirmar lo propio aunque esta afirmación se haga con la actitud benevolente de quien considera -y trata- al otro como menor. Por analogía con la actitud paternal, puede hablarse aquí de una tolerancia paternal, o falsa tolerancia, en la que el tolerado permanece en la situación asimétrica o desigual del subordinado, aunque ésta se suavice con la benevolencia paternalista que generosamente la encubre. Cabría hablar también de una tolerancia pragmática, fruto del cálculo utilitario, cuando se tolera no por el bien que representa para la convivencia entre hombres libres en una sociedad democrática, sino por temor a las consecuencias que para la dominación misma del otro tendría, en circunstancias determinadas, la intolerancia. Se trata de una tolerancia engañosa, ante las consecuencias negativas que traería para quien la niega, y no asumida internamente ni puesta en práctica por las razones morales y políticas que la justifican. Incluso los regímenes despóticos y autoritarios no descartan, en circunstancias históricas determinadas, semejante tolerancia, aunque siempre están dispuestos a ejercer la intolerancia en cuanto cambia favorablemente para ellos la relación de fuerzas entre gobernantes y gobernados. Finalmente, cabe hablar -como lo hace Herbert Marcuse- de una falsa tolerancia que él llama tolerancia represiva. Con esa ANVERSO Y REVERSO DE LA TOLERANCIA 48 expresión se refiere al tipo de tolerancia, de raíz liberal, propia de la sociedad capitalista industrial desarrollada. Aunque Marcuse no deja de tener en cuenta una utópica tolerancia universal, fin en sí misma, practicada tanto por gobernantes como por gobernados, centra su atención no en la tolerancia en ese sentido abstracto, universal, sino en la que se da en ciertas condiciones: la de las sociedades avanzadas, dominadas por el poder tecnológico, a las que él llama también "democracias con organizaciones totalitarias". Se trata, a su vez, de las condiciones "determinadas por la desigualdad institucionalizada"; es decir,"por la estructura de clases de la sociedad". En esas condiciones lo que se da es la tolerancia de "orientaciones políticas, condiciones y modos de conducta" que "obstaculizan, si no destruyen, las posibilidades de crear una existencia libre del temor y la miseria". Tal es la tolerancia que Marcuse considera falsa, represiva. Y la ejemplifica con la sistemática deformación mental que la publicidad y la propaganda ejercen tanto sobre los niños como sobre los adultos, con la acción de los movimientos destructivos y el desenfrenado engaño en las transacciones comerciales. Y la ejemplifica asimismo con la tolerancia de "la libre discusión y el derecho por igual de los opuestos" que sólo viene a corroborar las tesis establecidas y a rechazar las alternativas. Su supuesta imparcialidad no es propiamente tal, ya que "las personas expuestas a esta imparcialidad no son tabula rasa; están adoctrinadas por las condiciones bajo las cuales viven y piensan y que ellas no superan". La tolerancia se halla, pues, sujeta a los intereses dominantes y, por ello, tiende a bloquear los movimientos de disidencia y oposición, razón por la cual resulta tan falsa como la igualdad que se pregona. Marcuse, como vemos, habla de una tolerancia realmente existente en una sociedad concreta: la capitalista desarrollada. O sea: la que se halla en relación con unas condiciones históricas dadas y con el sistema económicosocial en que se practica. Semejante tolerancia es el medio -y no el fin en sí de la tolerancia universal- de que se vale dicho sistema "para perpetuar la lucha por la existencia y suprimir las alternativas".Tal es la tolerancia represiva cuya contradicción en los términos sólo puede entenderse tratándose - como se trata- de una falsa tolerancia. Tolerancia represiva, opuesta a la verdadera o liberadora -"la que aumenta el alcance y el contenido de la libertad" justamente porque reprime el impulso de liberación. Y represiva, asimismo, por las condiciones en que se da: las de una sociedad en la que el individuo, bajo las ideas y necesidades que le son impuestas, no puede actuar como una persona autónoma y libre, y hacer valer ideas y necesidades distintas de las establecidas. Marcuse, en consecuencia, no está negando el valor de la tolerancia, que él trata de rescatar con su faz liberadora. Lo que hace es denunciar la que, en su forma liberal, se presenta falsamente como tal, siendo en verdad represiva, por lo cual -podemos agregar, teniendo en cuenta su bloqueo de la disidencia y la oposición- es la intolerancia misma. LÍMITES DE LA TOLERANCIA ¿Se puede tolerar todo, o lo mismo en todo momento? Bobbio dice con razón: "La tolerancia absoluta es una pura abstracción. La tolerancia histórica, concreta, real, es siempre relativa". Y no puede ser de otra manera, si recordamos -con Marcuse- su relación con las condiciones concretas y el sistema social en que se da. La tolerancia, por tanto, tiene límites y excluye de su seno lo que no puede ser tolerado. El problema de los límites de la tolerancia tiene que ver no sólo con las formas inauténticas de ella, que acabamos de exponer, sino muy sustancialmente con la tolerancia verdadera, legítima, cuando ésta, más allá de ellos, se desnaturaliza y se vuelve contra sí misma. Estos límites, impuestos por los valores y las razones morales y políticas que los justifican, no pueden fijarse de un modo absoluto; es decir, al margen de las condiciones históricas, concretas, con las que la tolerancia real se relaciona. Ciertamente, algunos límites fijados en determinadas circunstancias no podrían mantenerse hoy. Así sucede, por ejemplo, con los que Locke fijaba en su tiempo a la tolerancia religiosa. El filósofo inglés, como es sabido, contribuyó considerablemente a reivindicar la tolerancia justamente en el campo en que reinaba la más extrema intolerancia: el de la religión. Locke toleraba toda creencia religiosa, cualquiera que fuese, en contraste con la tradición premoderna, intolerante, que todavía en el siglo XVIII era defendida, como ya vimos, por Bossuet, y en el siglo XIX, por Balmes y Donoso Cortés. Sin embargo, Locke no toleraba el ateísmo, o sea, la negación de toda creencia religiosa, y sentenciaba inapelablemente:"[...] Los que niegan la existencia de un poder divino, no han de ser ANVERSO Y REVERSO DE LA TOLERANCIA 49 tolerados de ninguna manera". Tampoco toleraba, en el terreno político, lo qué atentase contra el poder del Estado. Hoy, ciertamente, no pueden admitirse semejantes límites a la tolerancia religiosa y política, en una sociedad democrática -aunque ésta restrinja la democracia a un plano legal o procedimental-, sin convertir la tolerancia legítima en ilegítima intolerancia. Como no puede admitirse tampoco que esa democracia ponga límites, respondiendo a exigencias del sistema capitalista, a otras formas de democracia que garanticen la participación en otros terrenos. La democracia de ese género que es, hoy por hoy, la realmente existente no acepta dicha participación -no la tolera; por ejemplo, la de los trabajadores en el campo de la producción. O, como dice Bobbio en un pasaje muy conocido: "la democracia se detiene en las puertas de las fábricas". Ahora bien, la cuestión no está en el reconocimiento de la existencia de límites que separan, y a la vez vinculan, en una dialéctica peculiar, a la tolerancia y a la intolerancia, sino en determinar la naturaleza de dichos límites, así como la del sujeto que los fija. En verdad, dada la naturaleza histórica, concreta, de la tolerancia, que hemos venido subrayando, no puede hablarse en este punto de límites, criterios de delimitación o sujetos absolutos. Cierto es que puede adelantarse un criterio un tanto general que no deja de ser abstracto mientras no nos enfrentamos a su aplicación concreta, a saber, debe tolerarse lo que amplía o enriquece la libertad y, por el contrario, no debe tolerarse lo que la obstaculiza o niega. Difícilmente podría dejarse a un lado este criterio universal, pero aun así la dicotomía tolerancia-intolerancia requeriría una mayor concreción. Tal vez ésta pudiera encontrarse determinando el espacio en el que han de fijarse los límites de la tolerancia. Marcuse los fija en el espacio de las ideas. A juicio suyo, sería la naturaleza de las ideas la que determinaría el límite que separa la tolerancia (de las ideas buenas, progresistas, propias de la izquierda) de la intolerancia (de las ideas malas, reaccionarias, que sustenta la derecha). Marcuse reconoce el carácter antidemocrático de esta intolerancia respecto al "pensamiento, la opinión y la palabra" y la justifica "por el actual desarrollo de la sociedad democrática que ha destruido la base para la tolerancia universal". Bobbio rechaza abiertamente esta posición de Marcuse, y contra ella afirma: "La tolerancia es tal sólo si viene a tolerar también las ideas malas". Si se trata de la tolerancia en este espacio de las ideas, la razón parece estar del lado de Bobbio más que del de Marcuse, no obstante la justificación de su carácter antidemocrático por la intolerancia "represiva" de la democracia realmente existente. Pues no se trata de negar lo que haya de democracia, no obstante sus límites o apariencia engañosa, sino de darle el contenido amplio y efectivo que, en realidad, no tiene. Tal vez podría argüirse que las ideas no dejan de ser malas o buenas si se piensa que pueden materializarse o convertirse en actos que no podrían escapar a la polaridad positiva o negativa y, por tanto, a la dicotomía tolerancia-intolerancia. Así se ha puesto de manifiesto al establecerse cierta relación entre la filosofía existencial de Heidegger y el nazismo, o entre las ideas socialistas de Marx y el "socialismo real". Pero, en ambos casos, sin descartar por completo cierta relación, no puede ignorarse que no se transita directamente de la idea a la realidad, y puesto que hay que tomar en cuenta todo un conjunto de mediaciones, no pueden descalificarse sin más las ideas por lo que sucede, al tomar tierra, en la realidad. Sólo hegelianamente cabe afirmar que lo real está ya prefigurado, como una determinación de la idea. Así pues, el problema de los límites de la tolerancia no puede situarse en el plano de las ideas, aunque la realidad no deje de relacionarse con ellas, sino en el de la realidad misma, cualquiera que sea la vinculación que con ésta mantengan. Y es ahí donde hay que buscar los límites de la tolerancia, entendida como convivencia no sólo de ideas distintas u opuestas -a la que no se puede renunciar-, sino como convivencia de prácticas o formas de vida no sólo distintas, sino incluso antagónicas. Pero aquí, y particularmente en este tipo de práctica, conducta o forma de vida, que es la política, es donde se vuelve pertinente la pregunta que nos inquieta: ¿se puede tolerar todo, o lo mismo en todo momento? Y si no se puede, ni se debe tolerar, ¿cuál es el criterio para distinguir lo tolerable de lo intolerable? Si la tolerancia entraña la convivencia no sólo de ideas, sino de prácticas y conductas distintas u opuestas, ¿se puede y se debe tolerar la práctica política que la mina o destruye tanto en un plano como en otro? Por supuesto, aquí tenemos en mente las políticas despóticas, autoritarias o totalitarias que desde el poder se ejercen, o que, fuera de él, se preparan para ejercerlo, negando no sólo teórica sino prácticamente el principio de la tolerancia.Tenemos presente también prácticas tan reprobables e intolerables como el fanatismo, el ANVERSO Y REVERSO DE LA TOLERANCIA 50 nacionalismo agresivo, la xenofobia, la discriminación por motivos diversos, la persecución de minorías étnicas, religiosas, sexuales, etcétera. Se trata de prácticas que, por su propia naturaleza, destruyen la tolerancia y que, a su vez, en la medida en que son toleradas, entronizan la intolerancia con su faz más repulsiva. Lo cual significa que la tolerancia debe detenerse allí donde no encuentra reciprocidad. O como dice Tomás y Valiente, en el texto ya citado: la tolerancia ha de ser recíproca "porque si yo tolero a quien me disgusta es porque quiero ser tolerado por aquel a quien no le guste mi manera de pensar, decir o ser". Si no se da esta reciprocidad, la intolerancia no debe ser tolerada. Como señala Fernando Savater, uno de los requisitos de la tolerancia es "defenderse contra la intolerancia militante", razón por la cual no puede considerarse "una actitud pasiva, resignada, ni la indiferencia decadente acerca de lo que nos rodea". Pero, puesto que ya hemos sacado a escena a Bobbio y Marcuse, veamos lo que piensan ellos con respecto a esta exigencia de reciprocidad, sin la cual -en el terreno políticola tolerancia corre el riesgo de ser destruida a manos de la "intolerancia militante en política. Ciertamente, Bobbio se refiere no tanto al intolerante que está en el poder, como al "acogido en el recinto de la libertad", en el seno de una sociedad democrática, y se inclina por tolerar al intolerante pues "vale la pena poner en riesgo la libertad haciendo beneficiario de ella a su enemigo". En verdad, Bobbio mira más al porvenir del intolerante con la esperanza utópica de llevarlo por esta vía a la tolerancia, que a la situación del tolerante que puede acabar destruido y con él la tolerancia misma al no poner un límite a ella. Así ocurrió con la experiencia histórica de los nazis, acogidos al recinto democrático de la República de Weimar, que democráticamente -dada la tolerancia con que estaban acogidos- acabaron pronto desde el poder con la tolerancia misma. Semejante tolerancia podría justificarse con unas palabras de Luigi Einaudi, a quien Bobbio se siente tentado a dar la razón, con base en otra experiencia histórica: la "gradual democratización del Partido Comunista" y del residuo fascista en Italia. Las palabras que cita Bobbio son las siguientes: "Un partido tiene derecho a participar plenamente en la vida pública, aunque sea claramente liberticida". En este terreno que, por supuesto, no es exclusivamente el de las ideas, sino también el de la práctica política, Marcuse asume una posición diametralmente opuesta. A juicio suyo, la intolerancia que destruye la tolerancia legítima no puede ser tolerada. Y no hay que esperar a que aquélla se ejerza desde el poder; hay que enfrentarse a ella antes de que se entronice en él, antes de que consuma la ruina total y definitiva de la tolerancia. Como recuerda Marcuse, refiriéndose a los nazis cuando ya era "demasiado corta la distancia entre la palabra y la acción... si la tolerancia democrática hubiese sido suspendida cuando los futuros dirigentes hacían su campaña, la humanidad hubiera tenido la posibilidad de evitar Auschwitz y una guerra mundial". Todo lo anterior nos lleva a la conclusión de que la tolerancia tiene límites necesarios y deseables, y que, por tanto, no se justifica tratar de extenderla más allá de ellos, tolerando lo intolerable. En este caso, la tolerancia no haría más que contribuir, por ceguera o complicidad, a desplegar una intolerancia a todas luces injustificada. FINES Y MEDIOS TOLERABLES E INTOLERABLES De acuerdo con la vinculación de tolerancia e intolerancia, en sentido positivo y negativo respectivamente, y dadas las condiciones concretas en que se ejercen, no puede hablarse de sujetos absolutos de una y otra. Pero, con base en la experiencia histórica, y admitiendo la validez y vigencia -con todos los matices que se quiera- de la dicotomía de derecha e izquierda en diversos campos, cabe sostener que la derecha tiende a la intolerancia -y tanto más cuanto más extrema-, mientras que la izquierda tiende -y tanto más cuanto más democrática- a la tolerancia. Ahora bien, en la medida en que una y otra recurren a ciertos medios para realizar sus fines, la dicotomía derecha izquierda tiene que ver también con los fines que se persiguen y los medios que se ponen en práctica. Ciertamente, hay fines -como los de racismo, etnocentrismo, nacionalismo exacerbado, etcétera- que por su propia naturaleza son intrínsecamente perversos. Se trata de fines que, a su vez, necesariamente sólo pueden realizarse por medios intolerables, como por ejemplo los campos de exterminio nazi para afirmar la "superioridad" de la raza aria. En contraste con esto, hay fines tolerables que reclaman los medios adecuados para realizarse y que, por no poder entrar en contradicción con esos fines, son tan tolerables como ellos. Pero hay también medios tan repulsivos como la tortura, el ANVERSO Y REVERSO DE LA TOLERANCIA 51 terrorismo individual y de Estado y, en general, la violación de los derechos humanos, que cualquiera que sea la bondad de los fines que se proclaman, y que supuestamente se pretende cumplir, son intolerables. No puede tolerarse, por ejemplo, que fines tan nobles como el socialismo o un nacionalismo legítimo sean invocados cuando se recurre a medios tan perversos e intolerables, respectivamente, como el Gulag soviético en un pasado aún cercano, o el terrorismo de ETA en la España democrática actual. En suma, la naturaleza de los fines y medios, así como de su relación mutua, nos permite vislumbrar, desde otro mirador, el espacio propio de la tolerancia y de su anverso, la intolerancia, así como los límites más allá de los cuales la actitud tolerante pierde su legitimidad y razón de ser. Y con esto ponemos punto final a las reflexiones que nos habíamos propuesto, apostando por la tolerancia que reclama y enriquece la dignidad humana, la libertad y la igualdad que, en la convivencia democrática, la justifican

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