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MEDIO AMBIENTE- ECOLOGISMO


Enviado por   •  27 de Agosto de 2016  •  Síntesis  •  2.415 Palabras (10 Páginas)  •  106 Visitas

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MEDIO AMBIENTE- ECOLOGISMO

“El hombre es el único mamífero capaz de destruir  la naturaleza para su propio beneficio”- Juan Carlos.

Lo que voy a tratar en el siguiente escrito, es dar importancia del daño que estamos generando al medio ambiente, la relación que este tiene con el Sistema Internacional.

Para ello utilizare una serie de fuentes de libros y de páginas web.

Empezare con una investigación de proyecto Ágora, definiendo ecologismo:

     “El término “ecología”, se le atribuye al biólogo alemán Ernest Haeckel (1834- 1919). Dos palabras griegas le asignan contenido a este término, por un lado, oikos que significa casa, y por el otro, logo que quiere  decir reflexión o estudio. Para Haeckel ecología es el estudio de la interdependencia y de la interacción entre los organismos vivos (animales y plantas) y su medio ambiente (seres inorgánicos).

Por su parte, para muchos teóricos, modernos de la ecología política, medio ambiente se asume como la interacción entre organismos vivos y medio ambiente, dentro de los cuales se encuentran los seres humanos, con los problemas económicos, políticos y sociales que se derivan de esa interrelación. “ [1] 

Por otro lado tenemos un libro, que se publicó en España a mediados del año 2004, se trata de  “Medio ambiente y Sociedad “ el cual nos dan una breve descripción la cual es:

     “Las sociedades industriales han eludido los límites de sus entornos locales obteniendo recursos cada vez más lejanos hasta hacerse dependientes de los servicios naturales del planeta entero. Es así como pudieron hacerse la ilusión de que las restricciones naturales se habían esfumado. El conjunto de fenómenos al que nos referimos con la expresión “crisis ecológica” es, entre otras cosas, el fin de esa ilusión. Ernest García aborda en el presente libro la relación entre el medio ambiente y la sociedad —de una parte, los efectos sociales de las alteraciones en el entorno natural y, de otra, las repercusiones que sobre éste tienen las transformaciones y cambios sociales—, prestando especial atención a cuestiones como la existencia o no de límites naturales y una aproximación al concepto de sostenibilidad, así como sus implicaciones. Por último, analiza las opiniones y actitudes sobre el medio ambiente más ampliamente difundidas en las sociedades contemporáneas.” (García, 2004)

Trabajos citados

García, E. (2004). medio ambiente y sociedad. España : Alianza Editorial.

Por otro lado, tenemos a Roberto Bermejo Gómez de Segura con su libro, “Del desarrollo sostenible según Brundtland a la sostenibilidad como biomesis”  y una frase en particular que llama mucho la atención y es “La civilización industrial se enfrenta al colapso, debido al paradigma dominante”.

      “Este texto pretende analizar el concepto de sostenibilidad, partiendo del concepto de desarrollo sostenible del Informe Brundtland, y utilizando este como vara de medir de lo que plantean sobre el tema las instituciones de gobierno directamente o por medio de los acuerdos de las Conferencias mundiales. Además, se repasa el debate académico sobre el concepto de sostenibilidad, para pasar a presentar la interpretación del mismo como imitación de la naturaleza y las transformaciones epistemológicas que provoca en la economía neoclásica. Por último, se evalúan someramente los factores que se proponen para generar la transformación.”

(Segura, 1992)

Bibliografía

Segura, R. B. (1992). Del desarrollo sostenible. Bilbao: Hegoa.

Por último de los libros es “Ecologismo”

     “Entre 1830 y 1848 nada hacía pensar que el protagonista del movimiento social seria el movimiento obrero. Hace apenas unos anos nada hacía pensar tampoco que el movimiento ecologista iba a cuestionar la lógica económica y el sistema industrial, así como el control social de los medios tecnológicos. Hoy son centenares los grupos, colectivos, asociaciones y entidades en todo el Estado español que se autodefinen como ecologistas, ambientalistas y proteccionistas. Todos ellos configuran un pre-movimiento social cuyas consecuencias son aún imprevisibles. Si cuando se promovieron los Planes de Desarrollo franquista hubiese existido ya semejante guerrilla social los tecnócratas habrían encontrado una dura resistencia a sus proyectos industriales. Pero en nuestro país, como en otras geografías subdesarrolladas, la falsa dialéctica “progreso o caos” (que aquí era como decir vuelta a las cartillas de racionamiento de la postguerra) convenció a millones de trabajadores. Los proletarios no intuyeron que a la expansión de la tecnosfera (ciudades, fábricas, máquinas, coches...) iba a corresponder una contracción de la biosfera. Que en términos de riqueza natural, el crecimiento económico iba a empobrecernos. El desarrollo brutal de las fuerzas productivas comportó que se levantaran concentraciones urbanas e industriales monstruosas que facilitaron una política migratoria y demográfica centralista y deshumanizada. Así, mientras el campo se abandonaba y desertizaba, la población se iba concentrando en áreas como Barcelona, Madrid y Bilbao, donde los trabajadores, desplazados de su medio natural y de su cultura, se han visto obligados a vivir en condiciones de insalubridad, en ocasiones muy por debajo de los niveles exigidos por la Organización Mundial de la Salud. Miles de seres humanos fueron en busca de un puesto de trabajo y un lugar para el futuro de sus hijos en estos conglomerados urbanos, resultando finalmente machacados por la sociedad de consumo, la alienación cultural y el ritmo del productivismo. Males del “progreso”, precio del nivel de vida, imprescindible camino para colocar al Estado español entre las primeras diez potencias mundiales. Pero a menudo se olvida que este puesto entre los países “avanzados” lo estamos pagando con una deuda exterior. superior a los 15.000 millones de dólares que el Estado y el INI han contraído con la gran banca norteamericana. Sin embargo todos los políticos están de acuerdo. Socialistas, comunistas, conservadores y liberales, en la clandestinidad del oscurantismo franquista o fuera de ella, coinciden en que “este progreso” no se puede detener; en que la maximalización del Producto Nacional Bruto y del consumo energético es directamente proporcional al bienestar del pueblo. Este es el discurso economicista dominante, ya se cite a Adam Smith, Stuart Mill, Marx o Keynes. ¡Cómo van a desconfiar los trabajadores de este modelo si las organizaciones que velan por sus intereses no les ofrecen otra alternativa de cambio! Este desarrollo de las fuerzas productivas, gracias al cual la clase obrera podría romper sus cadenas e instaurar la libertad universal en realidad lo que ha hecho es desposeer a los trabajadores de sus últimas parcelas de soberanía, ha radicalizado la división entre trabajo manual e intelectual y ha destruido las bases materiales de un poder de productores. El modelo industrial iniciado con el Plan de Estabilización de 1959 y los Planes de Desarrollo acordados con el Banco Mundial ha conducido a la actual situación de crisis, cuyas nuevas dimensiones el marxismo no había previsto y sobre las que el socialismo parece impotente para darles respuesta. Crisis del trabajo, crisis de la economía monetarizada, crisis de nuestra relación con la Naturaleza; crisis de relación entre individuos, crisis con nuestro cuerpo, con el sexo opuesto, con nuestra descendencia, con nuestra historia. La tecnología no puede resolver nuestros verdaderos problemas, que son especialmente de orden biológico y social. La idea de que la tecnología vencerá todos los obstáculos está resultando ser la más perniciosa que haya gestado el espíritu humano. Hay que tener una total humildad: no hay soluciones tecnológicas para los problemas de la biosfera. En efecto, nos hallamos ante las consecuencias biológicas de una industrialización cuyos métodos han ido olvidando progresivamente los fines prometidos a la población. El movimiento ecologista surge como una respuesta a esta agresión, como un intento de hacer que el hombre rectifique su conducta de falaz dominio de la Naturaleza y de expoliación de sus recursos. El ecologismo es un grito de esperanza con el objetivo de recuperar la felicidad perdida y el verdadero sentido de la política. Sin la carga contracultural que el ecologismo tuvo en sus inicios en los Estados Unidos, Francia o Gran Bretaña, en el Estado español aparece como un fenómeno reciente vinculado a las organizaciones populares, al movimiento libertario y a los grupos de defensa del territorio. La “vanguardia” revolucionaria estudiantil, los partidos políticos y los sindicatos se han encontrado al margen, desbordados ante un premovimiento social que destruye no sólo el mito del desarrollo capitalista, sino que se enfrenta a la vez con el socialismo de crecimiento, que se le parece como a un hermano. Esta es una de las razones por las que el 2 movimiento ecologista, cuya filosofía analiza con gran espíritu crítico Dominique Simonnet, es rápidamente sometido a un ghetto. Ante las dificultades por parte del “sistema” para integrar las acciones antinucleares y la incomodidad de la “izquierda” frente a la subversión cotidiana de los ecologistas, se opta por la marginación y el descrédito. El magma ecologista, sin líderes profesionales de la política, logra en menos de cinco años un impacto en la opinión pública como nunca en la historia de la sociedad moderna haya logrado un movimiento social o una escuela filosófica. Tanto es así que los ecologistas, como dice Edward Goldsmith, “están llamados a convertirse en una fuerza intelectual y política importante con la que habrá que contar de ahora en adelante”. Teniendo los medios de información en contra, dado el discurso economicista dominante, y las cátedras ensimismadas en la objetividad de la ciencia, no ha sido fácil introducir elementos de credibilidad y responsabilidad social. Los ecologistas han sido presentados, y lo siguen siendo, como unos hippies, ingenuos soñadores del regreso a la Naturaleza o malignos partidarios del regreso a las cavernas, según el ideólogo o editorialista de turno. Convencidos de que el único potencial revolucionario es el que parte de la conciencia de clase, los eurocomunistas y los socialistas despreciaron desde un principio la filosofía antiproductivista del movimiento verde, temiendo las consecuencias traumáticas que iba a provocar en el proletariado industrial. Algunos lo siguen haciendo con honestidad ideológica, otros por puro revanchismo al no poder controlar el carácter rupturista, radical y autónomo de la lucha antinuclear. Últimamente hemos visto acercamientos e intentos de asimilación que hacen prever posturas de mayor respeto. Dadas las características del modelo industrial impuesto en los años sesenta, la corrupción que generó y el monopolio radical del complejo técnico-científico, el ecologismo ha surgido en nuestro país como una lucha sin claudicaciones ni consensos. La profunda degradación de las condiciones de vida por un urbanismo basado en el culto al automóvil; la expoliación de las mejores tierras de reserva ecológica para minas de uranio e industrias altamente contaminantes; la muerte biológica de los principales ríos; la degradación del litoral por un turismo artificial y el sometimiento de las nacionalidades por la oligarquía electronuclear, no podían tener otra respuesta que un combate por la supervivencia. Esta respuesta la están dando miles de habitantes por distintos motivos, por diversas agresiones y desencantos políticos. Son gentes que surges inesperadamente para oponerse a una nueva autopista, a una gran central térmica, a la instalación de una planta de cemento, a la ampliación de un campo militar o a la construcción de una central nuclear. Son miles de ciudadanos sensibilizados por la atmósfera envenenada de sulfuroso y metales pesados de las grandes ciudades; son las iras de los agricultores ante la contaminación de los ríos que atraviesan sus huertas; es la resistencia de los habitantes de las comarcas interiores que quieren impedir la destrucción irreversible de su calidad de vida. El cáncer provocado por los años del crecimiento ha comenzado a hacerse sentir en el tejido social. No todos los que han empezado a movilizarse para la defensa del medio ambiente y la ecología tienen una misma concepción de cómo hay que seguir luchando y qué alternativas hay que exigir a corto y largo plazo. Esta característica diversificada y plural posibilita la extensión y la incidencia del movimiento en la sociedad. Los ecologistas se presentan quizá como la vanguardia política de esta desesperada voluntad de cambiar la sociedad industrial. Hay sin embargo tina diferencia notable entre el movimiento iniciado en nuestro país y el de otros países industrializados. La lucha antinuclear y la defensa de las energías de sustitución ha contado en Estados Unidos, y Europa Occidental con el apoyo de físicos, biólogos, antropólogos y sociólogos que han manifestado sus posiciones críticas. No ha sido este nuestro caso, ya que el subdesarrollo científico y la alienación cultural siguen impidiendo que la clase trabajadora entienda el mensaje ecologista como antagónico a sus intereses. Aunque factores inesperados pueden hacer variar esta situación. El accidente de Harrisburg, por ejemplo. El 28 de marzo de 1979 en la central americana de Three Mile Island, en Pennsylvania, se produce un fallo técnico y humano que provoca el accidente más grave de la energía nuclear civil. Las imágenes de la evacuación de centenares de mujeres en estado de gestación y nitros fueron contempladas por millones de telespectadores. A partir de este suceso que conmocionó a la opinión pública y que demostró que el riesgo potencial denunciado por los ecologistas era cierto, se ha experimentado una evolución considerable en la actitud de la sociedad. En un año el movimiento antinuclear, sin haber conseguido una mínima infraestructura organizativa, experimenta un “boom” extraordinario. Después de Harrisburg las manifestaciones en Catalunya llegaron a superar las ochenta mil personas. Los científicos que se habían mostrado reacios a intervenir en el debate comienzan a tomar postura pública contra el riesgo atómico; algunos teóricos marxistas se preguntan si es posible una alternativa socialista aceptando la introducción de las mega tecnologías. El panorama de las fuerzas pro y antinucleares se clarifica. Sólo los periódicos más reaccionarios no se manifiestan críticos ante las posibles consecuencias de un accidente 3 máxima –que provoque la fusión del núcleo– en un reactor nuclear. Editoriales y revistas inician una “escalada” en la publicación de temas relacionados con la ecología y la energía nuclear. Sin que podamos en ningún momento hablar de la existencia de un debate público, el tema está en la calle y con ello todo lo que comporta de reflexión sobre el modelo de sociedad que nos aguarda. Sólo los poderes públicos, las compañías eléctricas, el gobierno, los partidos políticos mayoritarios permanecen insensibles... Ante esta situación política, teóricos como Michel Bosquet se preguntan si la revolución puede aún ser protagonizada por los obreros, convertidos en vigilantes, soldados o suboficiales del complejo militar industrial, esclavizados por sus propias organizaciones sindicales, o si está en manos de los sin empleo, feministas, ecologistas, antimilitaristas y consumidores la única posibilidad de protagonizar el cambio.” (Simonnet, 1980)

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