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Paulo Freire. Reflexión Crítica Sobre Las Virtudes Del Educador.


Enviado por   •  20 de Agosto de 2014  •  1.386 Palabras (6 Páginas)  •  250 Visitas

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Paulo Freire. Reflexión crítica sobre las virtudes del educador.

Intervención de Paulo Freire en el Centro Cultural General San Martín de la Ciudad de Buenos Aires, el 21 de junio de 1985, con ocasión de presentarse el libro de Ediciones Búsqueda – CEAAL “Saber Popular y Educación en América Latina” y realizarse el acto preparatorio de la III Asamblea Mundial de Educación de Adultos.

Queridas amigas y queridos amigos de Buenos Aires,

Me gustaría realmente esta noche no decir más que palabras de saludo y de afecto, pero probablemente a algunos de Uds. les gustaría que yo dijera algo sobre la especificidad de la lucha política-educativa y de la teoría y la práctica educativa. Voy a intentar hacer las dos cosas, integrando obviamente la afectividad de ciertos recuerdos que me son muy queridos.

Buenos Aires

Yo quisiera volver a recuerdos de mi infancia, a etapas que llamaría de alienación de la niñez.

Nací en el Nordeste de Brasil, una de las más dramáticas regiones del mundo. En Recife hace tanto calor que cuando hay 16º los recifenses se ponen pullover. ¡Imagínense ustedes!

Lo más impresionante de este niño recifense, que hoy tiene 63 años y que se sigue sintiendo joven, es que tenía un enamoramiento natural por algunas ciudades cuyos nombres sólo conocía a través de las clases de geografía: Ámsterdam, Londres y Buenos Aires.

De partida, las quería por el propio nombre, Buenos Aires… si lo tradujéramos al portugués perdería completamente su carácter. Bons Aeres no tiene nada que ver con Buenos Aires.

Yo acaricié por mucho tiempo el sueño de conocer la tierra de Buenos Aires, no precisamente para besarla… sino para sentirla, para amarla.

Cuando vivía en Chile, no podía visitar Argentina porque se me había prohibido absolutamente ingresar al país, hasta que cambió el gobierno y pude venir.

Un día recibí una primera invitación para materializar el viejo sueño. Yo luchaba conmigo mismo porque me impacientaba por saber si podría ver, con el corazón abierto, Buenos Aires y así confirmar las aspiraciones de niño y poder entregarme a esta ciudad. La invitación fue hecha por una persona de quien hago cuestión de honor mencionarlo, aquí, en público. Él era ministro de Educación en aquella época, el Dr. Taiana (aplausos). Uds. no pueden imaginar el alboroto que se produjo dentro de mí mismo con esta invitación. Parecía como si fuera un adolescente preparándose para el primer encuentro de amor.

Tangos

Recuerdo que puse algunas condiciones para aceptar la invitación, con mucho miedo de que no las fueran a aceptar porque significaría castigarme a mí mismo. Pero decidí correr el riesgo. La primera de ellas era que, aunque tuviera mucho trabajo, yo tendría una noche de tangos. Así, pasé una noche maravillosa en “El Viejo Almacén”.

Los tangos también me acompañan desde mi niñez.

Yo quiero que me perdonen mis amigos latinoamericanos, pero para mí, la manera más bonita de hablar castellano es la argentina.

La segunda condición era evitar dar conferencias públicas y la tercera, trabajar intensamente con grupos populares.

El Ministro cumplió todas las exigencias y me recuerdo que una de las reuniones fue con los rectores de las Universidades donde quedé con la impresión de que yo era abuelo de ellos. Eran jóvenes en su gran mayoría, lo cual era una cosa un poco extraña. Era como que empezaban a hacer una revolución en la superestructura.

Me acuerdo que me reuní con una gran cantidad de jóvenes de la época, algunos de los cuales quizás hayan desaparecido en esas noches tremendas de la violencia que ha sufrido América Latina. Ahora recuerdo con “saudade” (que es una palabra más fuerte que nostalgia) y con admiración el trabajo hermoso que pude hacer aquí con muchos de Uds.

¿Qué es preguntar?

Recuerdo una visita a un área popular de Buenos Aires, en la que un hombre me hizo una pregunta fundamental. Cuando llegué al grupo que me esperaba le dije que, en ve de una charla, les proponía una conversación, en la que me preguntasen y yo respondiera. Hubo un silencio y uno de ellos, que no sé si vivo está, miró y me dijo: “Muy bien que Ud. no quiera

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