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Plantas Transgenicas


Enviado por   •  24 de Octubre de 2013  •  2.347 Palabras (10 Páginas)  •  328 Visitas

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Plantas transgénicas y ecosistemas

¿Son las plantas genéticamente modificadas la materialización de un viejo sueño de la humanidad? ¿Resultan dañinas para otros vegetales y animales? La investigación científica busca las respuestas.

Brown, Kathryn

Hace dos años, en la ciudad escocesa de Edimburgo, unos ecovándalos arrasaron un campo de colza. El año pasado, en Maine, otros talaron más de 3000 álamos de un vivero experimental. En San Diego, unos manifestantes machacaron una plantación de sorgo y rociaron con pintura las paredes de los invernaderos. Todos estos desmanes iban contra cultivos transgénicos. Se equivocaron de plano: las plantas destruidas pertenecían a cultivos tradicionales. En todos los casos, los nuevos bárbaros confundieron plantas ordinarias con variedades transgénicas (TG).

No es difícil comprender por qué. En cierto modo, los cultivos TG, que en la actualidad ocupan casi 45 millones de hectáreas de tierras de labor repartidas por todo el mundo, son indistinguibles de los ordinarios. No es posible ver, catar o tocar un gen inserto en una planta, ni percibir sus efectos en el medio circundante. No es posible saber, a simple vista, si el polen que contiene un gen foráneo puede envenenar mariposas o fecundar plantas a varios kilómetros de distancia. Es precisamente tal invisibilidad lo que preocupa. ¿De qué modo, exactamente, podrán los cultivos transgénicos afectar al entorno y cuándo empezaremos a percatarnos de tales efectos?

Trasplantes: entre la vida la muerte

Henig, R. M. 2010. Trasplantes: entre la vida y la muerte. Investigación y Ciencia (Noviembre) 410: 28-33.

Nadia Linda Mejia Iturbide

Al contarse por millares las personas en espera de un trasplante, los médicos están reconsiderando la norma para declarar fallecido al donante. ¿Resulta ético tomar una vida y dársela a otro?

Henig, Robin Marantz

Antaño la muerte se reconocía con facilidad, según si latía o no el corazón de una persona. Esta nítida definición quedó empañada hace ya bastantes años, al lograr las técnicas médicas mantener el latido del corazón casi de modo indefinido. A pesar de haberse reflexionado durante decenios sobre las diversas situaciones de insuficiencia fisiológica grave, tan sólo se ha conseguido acrecentar la confusión. ¿En qué momento resulta ético desconectar un respirador o suprimir la alimentación nasogástrica o intravenosa? ¿En qué instante carece de objeto mantener el "soporte vital"? Y la cuestión de máxima y decisiva importancia: ¿en qué punto es lícito abrir un cuerpo humano para extraer, sea por caso, un corazón que daría nuevos alientos a otra vida?

No se trata de academicismos. Son cuestiones urgentes, que conciernen tanto a los costes del sistema sanitario --¿se han de utilizar costosos equipos en un cuerpo que, a todos los efectos, carece de vida?-- como a la dignidad de la persona próxima a fallecer. En el marco del debate sobre el sistema sanitario estadounidense, la controversia generada alrededor de las "comisiones de muerte" (que supuestamente decidirían a qué parientes se deja morir) ha dado pábulo al temor, tal vez no infundado, de que se abuse de los individuos cuando más débiles se encuentren.

Sólo en norteamérica, más de 100.000 personas están esperando ese órgano que les salvaría la vida. Cada año fallecerán unos 7.000 pacientes durante la espera. Urge identificar el momento exacto de la muerte. Cuanto antes se pueda extraer un órgano, menos tiempo sufrirá éste la carencia de oxígeno y mayor será la probabilidad de éxito del trasplante. De ahí la presión para extraer órganos tan pronto como resulte éticamente admisible, lo que ha llevado a algunos cirujanos a adentrarse en aguas procelosas.

En 2008, Hootan Roozrokh, un cirujano de trasplantes de San Francisco, hubo de afrontar cargos penales por acelerar la muerte (aunque no por provocarla) de un posible donante de hígado. Fue absuelto de los cargos, pero apenas unos meses después, un equipo de cirujanos pediátricos de Denver estuvo en el punto de mira por haber trasplantado los corazones de tres recién nacidos con lesiones cerebrales letales menos de dos minutos después del último latido cardíaco. Los críticos juzgaron demasiado breve el tiempo de espera para tener la certeza de que los órganos no volverían a latir espontáneamente. El proceder de los cirujanos vulneraba protocolos médicos respetados durante decenios, concebidos con el propósito firme de evitar la obtención de órganos de personas vivas. En su defensa, los cirujanos atacaron el nudo gordiano del debate sobre la muerte y los trasplantes: ¿en qué punto es aceptable declarar extinta una vida con el propósito de salvar otra? .

Médicos y expertos en ética han dado vueltas a ese dilema durante los últimos 40 años, esforzándose en definir la muerte a fin de conjugar la donación de órganos y los principios morales. En el proceso se han creado términos desconcertantes y un tanto fantasmagóricos, como "muerte cerebral" o "cadáver con latido". Se ha ideado también un sistema que podría dar lugar a una nueva causa de muerte socialmente aceptable, en el que los médicos extraerían órganos a pacientes con lesiones irreversibles pero aún vivos. Habrá quien lo llame "muerte por donación de órganos”. En los años 60, cuando se demostró factible el trasplante de órganos, se quiso garantizar desde la bioética que los cirujanos de trasplantes no se excedieran en su celo salvador. Impusieron el imperativo ético de que el donante hubiera fallecido: sólo podrían tomarse órganos de donantes legalmente difuntos. Pero en un hospital moderno y bien equipado, ¿en qué momento exacto fallece el donante? Conservar el aliento y el pulso no significa exactamente estar "vivo"; las técnicas médicas avanzadas pueden lograr que casi cualquiera respire y mantenga el latido del corazón. Si la muerte se define como se venía haciendo desde hace milenios -el cese de las funciones respiratoria y circulatoria- ¿qué calificación daremos a un paciente cuya vida depende de un respirador?

La maquinaria médica moderna podría mantener oxigenado al organismo, pero la persona que ese cuerpo albergara habría muerto.

Desde entonces, la definición de muerte ha sido revisada periódicamente por grupos bioéticos y, aunque la terminología varíe en ocasiones, Esa definición ofrece enormes ventajas al cirujano

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