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Simbolizaciones De Transición: Una Clínica Abierta A Lo Real

Aleph0310 de Septiembre de 2013

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Silvia Bleichmar

Las oscilaciones entre un endogenismo para el cual el psiquismo humano forma parte de una suerte de preformado provisto de sistemas representacionales existentes desde el nacimiento - o incluso anteriores a él, sea biológico o estructural - y el sociologismo historicista que propician algunas corrientes actuales del psicoanálisis para las cuales los nuevos modos de la realidad destituyen gran parte de los enunciados vigentes desde los comienzos mismos de las formulaciones freudianas, nos obligan a reubicar las impasses y dificultades que arrastramos en nuestra teoría y sus consecuencias para una práctica clínica que no ceda a la presión de la época pero que al mismo tiempo no se aferre obstinadamente a sus propias dificultades internas.

Mi propia perspectiva de trabajo se ha desplegado, desde hace años, en la búsqueda de una racionalidad mayor para la práctica clínica, en principio a partir del psicoanálisis con niños, pero luego en razón de que - como ha ocurrido históricamente - los descubrimientos que los campos "de frontera" ofrecen y las nuevas preguntas que plantean hacen entrar en crisis las afirmaciones vigentes en el corazón mismo de la teoría, en el corpus más general de la teoría y la práctica psicoanalíticas.

En función de ello, la idea de un aparato psíquico abierto a lo real, constituido a partir de inscripciones provenientes del exterior y sometidas constantemente a su embate ha sido una preocupación central en mi tarea y en la generación de nuevas herramientas para su abordaje. Ello a partir de los comienzos mismos de mi trabajo, sobre la base del descubrimiento de las limitaciones del concepto de "interpretación" en razón de que las representaciones que producen el sufrimiento psíquico no son todas - ni en ciertos casos la mayoría - del orden de lo secundariamente reprimido, vale decir constituidas a partir de la descualificación del código de la lengua en la cual estaban insertas y recuperables así mediante la libre asociación.

Esta diferenciación fue plasmada en la conceptualización ofrecida en La fundación de lo inconciente , en particular cap.2 y 3 - donde lo "arcaico" y lo "originario" responden a dos modos del procesamiento psíquico y definen dos formas de intervención en función de que lo arcaico es lo nunca tramitado en lenguaje en sentido estricto, en el interior del código, ensamblado al doble eje de la lengua, expulsado del preconciente, fijado al inconciente, sino que opera como fragmento de realidad psíquico en el sentido más estricto, adherido a lo vivencial, inscripto pero no articulado en alguno de los dos sistemas que se rigen por legalidades y contenidos diferenciados.

Apelé en su momento, entonces, a la carta 52 de Freud - hoy 112 en la nueva edición - para dar cuenta de la posibilidad de rastrear un modo de inscripción no transcribible, llamado en los comienzos de la obra "signos de percepción", y dar cuenta de que estos signos de percepción no son necesariamente los más antiguos que conserva el aparato psíquico sino que pueden producirse a lo largo de la vida como materialidad irreductible a todo ensamblaje a partir de ser producto de experiencias traumáticas inmetabolizables.

Busqué definir, desde la semiótica, y siguiente la obra de Pearce, el carácter de "indicio" de estos signos de percepción, partiendo de la idea de que la lingüística es insuficiente para abarcar el conjunto heterogéneo de representaciones que constituyen el psiquismo, sabiendo que este no se reduce a lo visual, ni mucho menos a lo vivido, y que es un concepto que sólo es aplicable en el interior de la práctica del develamiento del sentido, o de la construcción del sentido - en nuestro caso la práctica clínica - y no un concepto metapsicológico.

Dicho de otro modo: el concepto de "signo de percepción" es un concepto psicoanalítico, metapsicológico, que da cuenta de los elementos psíquicos que no se ordenan bajo la legalidad del inconciente ni del preconciente, que pueden ser manifiestos sin por ello ser concientes, que aparecen en las modalidades compulsivas de la vida psíquica, en los referentes traumáticos no sepultables por la memoria y el olvido, desprendidos de la vivencia misma, no articulables. Gran parte de los objetos de la pulsión - en su contingencia -, de los modos fijados de las compulsiones, de los elementos discretos - en el sentido matemático, desprovistos de contigüidad - que aparecen como representaciones sobre las cuales no son posibles las asociaciones, son de este orden. Es una ilusión del psicoanalista creer que todo aquello sobre lo cual la asociación se imposibilita es efecto de la resistencia: se trata, en la mayor parte de los casos, de elementos sobre los cuales la asociación es imposible porque se ven desligados, en cuyo caso el modo de operar debe ser diferente, y a ello me referiré más adelante.

Pero el indicio, en términos de Peirce, no es equivalente al signo de percepción. Alude a un método de lectura de la realidad, no a su inscripción [1]. Siguiendo el modelo popularizado con el cual el texto de Carlo Guinsburg trabajó la relación existente entre el método de Freud y el de Conan Doyle, creador de Sherlock Holmes, y sus orígenes en Giovanni Morelli, investigador acerca de la autenticidad de las obras de arte, se trata de la elaboración de hipótesis a través de elementos que intentan dar cuenta de una conexión que los hace probables como explicación de la génesis de un hecho. Si Sherlock Holmes puede saber que la huella de los pies en la tierra da cuenta del paso de un rengo, por la diferencia de impresión entre uno y otro pie, y articular una hipótesis a partir de ello, y Giovanni Morelli podía detectar la falsedad de una obra de arte no por su aspecto general sino porque era en las orejas o en las manos de los personajes representados donde buscaba el detalle que permitía rubricar realmente que había sido pintada por quien firmaba, es porque, en ambos casos, cada uno de ellos sabía lo que buscaba. Del mismo modo Freud puede encontrar el sentido del sueño buscando a través de las asociaciones y reconstruir el deseo inconciente, o articular en el caso Hans que el caballo temido corresponde a aquel del carruaje que lo llevó a Gmunden cuando la madre estaba embarazada, y que el freno que lo angustia es un desplazamiento del bigote del padre amado y odiado simultáneamente.

A diferencia del símbolo, siguiendo la clasificación de Peirce, lo que caracteriza al indicio es que no hay, a su respecto, regla de interpretación, no hay "interpretante", no es triádico. En el caso del símbolo existe el elemento presente, aquel al cual remite, y un tercero que permite su interpretación. Hay allí convención posibilitadora del sentido, por eso el signo lingüístico es el prototipo del símbolo - sabemos que esto no es así en Saussure ni en Piaget, para quienes la diferencia entre signo y símbolo pasa por la arbitrariedad de la relación establecida. El índice - o indicio - está en contigüidad con el objeto, es, podríamos decir hoy, metonímico, pero a diferencia del ícono, no representa al objeto, sino que da cuenta de su presencia (en el caso de los íconos, pensemos en el sistema de señalización de rutas, con sus dibujitos que dan cuenta de las curvas, la presencia de animales, o el riesgo de deslave, y que está a mitad de camino entre algo que conserva siempre un atributo del objeto en su grafía pero que puede ser leído dentro de un universo compartido y tomar carácter simbólico.

El indicio, por su parte, no puede ser más que entendido término a término, dentro de una cadena singular de elementos. Si las huellas del caballo en la nieve señalan, como lo refiere Umberto Eco en El nombre de la rosa,que por allí pasó recientemente un jinete, esto alude a ese jinete en particular, a esa circunstancia, y sirve como hipótesis sobre lo ocurrido en esta circunstancia. Del mismo modo operan los objetos autoeróticos: desprendidos del objeto de placer, restos de la presencia del agente sexualizante, no lo representan, y por eso no son símbolos que puedan ser interpretados como búsqueda de aquél. El niño que se chupa el dedo no quiere el pecho de la madre, quiere los restos del cuerpo primordial que reencuentra en ese dedo; el objeto no es metafórico, sino metonímico.

Por ello el método de "interpretación" - y va entre comillas luego veremos por qué - no puede ser ni inductivo ni deductivo, sino la abducción, que consiste en el establecimiento de la relación término a término, y que tiene carácter hipotético: Es probable que, si estas huellas existen, por acá haya pasado un caballo. La construcción freudiana, en última instancia, tiene algún tipo de relación con este método abductivo: "Posiblemente cuando su hermana nació Ud. sintió que..." "Probablemente cuando Ud. pasó ese verano en Gmunden - Freud le podría interpretar a un hipotético Han adulto - Ud. haya visto a sus padre tener relaciones sexuales, sus piernas agitándose como las del caballo del carruaje que lo llevó el año siguiente con su madre embarazada..."

Para Aristóteles, la abducción consistía en un silogismo cuya premisa mayor era verdadera pero la segunda probable, definida como verosímil, no verdadera. Para Peirce, la abducción es la hipótesis que implica mayor racionalidad posible: descartado lo imposible, lo verosímil puede ser verdadero. Dicho en sencillo: "Si el dinero no vuela solo, y acá sólo estuvo mi primo Pancho, por muy horrible que sea, debo pensar que él se lo llevó" - lo cual no es necesariamente verdadero, hasta que se demuestre.

Pero dije antes que es necesario separar el modelo indiciario en su

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