La Casa y Otros Cuentos
VonradEnsayo13 de Abril de 2023
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LA CASA
Llovía
El frió transitaba los venosos caminos de su sangre al sentir el golpeo de los goterones en el vidrio de la ventana y la “flor de azúcar” en la maceta, doblegando su sensualidad sobre los tiernos tallos, se balanceaba al vaivén del viento.
No podía dejar de mirar por la ventana.
Estos días de verano, con lluvias copiosas pero pacíficas, la atraían irremisiblemente.
Estaba pensando en la casa; pero la lluvia y el movimiento cadencioso de flores y plantas, eran una distracción que no le permitían fijar el pensamiento. Sin embargo era obsesivo. La casa estaba allí.
La “amor de gringo” (tan fugaz), lucía las translúcidas joyas del agua en sus carnosos y puntiagudos brazos.
Recogida la fotografía del estudio de la calle Belgrano (los fotógrafos le dijeron que era buena), la coloco en un pequeño pedestal de tazas.
De pronto, vuelta su mirada hacia fuera, encontró una flor caída que ofrecía sus semillas para una nueva germinación. Abrió la ventana, la recogió y envuelta en un papel de estraza, la guardo en la parte superior de la biblioteca.
-“Pronto llegara el tiempo de sembrarla”.
Volvió hacia el escritorio frente a la ventana y se sentó nuevamente.
¿Había logrado detener realmente el tiempo de la casa en la fotografía? Si parecía latir, como de costumbre, con su eclosión de rosas para la primavera y los coloridos vidrios de su fachada.
La amaba sin saber por qué. Era hermosa, no había duda. Entre todas las casas de la Avenida Fascio, incluyendo el castillo de los Tramontini, para ella era la más hermosa.
No es que fuese nada excepcional. Solamente estaba enamorada. Con un amor tierno y obsesivo que tenia sus pasos en su transitar, o demoraba la vista por la ventanilla del colectivo.
Tenía esas rarezas. Siempre buscaba cosas o seres insólitos, para amar. No sería suya nunca, lo sabia. Ni siquiera sabia quienes vivían allí, ni como se distribuían los ambientes en el interior.
Tampoco quiso llamar la atención y mucho menos generar el alboroto que se armó cuando, detenida en el centro de la avenida, se había arrodillado para tomar la foto. El que empego fue un taxista que se viera obligado a frenar bruscamente al girar por una calle transversal, tan de golpe, hacia ella.
-No importa- se dijo ante el recuerdo- Ya pasó.
-“Nunca será mía pero ¡qué linda es! No hay nada arquitectónicamente hablando, que la haga especial. Creo que es el trabajo artesano de la “enamorada del muro”, trepando con capricho de esteta, o el jardín o… ¡que se yo! Me gusta.
¿Tal vez los vitreaux de la fachada?...
Ah, no sé, realmente no sé.
Las voces de los niños llamándola, la retrotrajeron otra vez en la diaria rutina de “su” casa.
Guardo la fotografía en la carpeta y luego ésta en el cajón del destartalado escritorio.
-Ya voy….
Se lamento de no disponer de unos minutos más para si misma y puesta ya en la existencial circunstancia, decidió aceptarlo con mansedumbre.
Los niños eran muy pequeños aún, pero el latido de la guerra llegaba hasta ello como el temor de los corazones adultos, descompensadamente. El litigio de la zona austral con Chile, se cernía como nubarrón amenazante sobre el clima afectivo del pueblo.
Facundo escuchaba todas las noches las radios de Valparaíso, Santiago y la radio chilena en exilio, comentando desde Moscú, los últimos acontecimientos.
La movilización en el país bullía como locro en el caldero. Los reservistas taconeaban a paso marcial con sus birretes y la escarapela celeste y blanca luciendo como una rosa en sus alborozados pechos. Con sumo gusto, Proartel desplegaba las propagandas gubernamentales y las conferencias sobre los límites del sur eran hoy, tan comunes como las películas de vaqueros.
Recordaba, sin embargo, de sus viajes por la frontera como “maestra de campo”, los solitarios mangrullos azotados por el viento de la cordillera. Ella misma, habituada a la soledad de una vida golpeada por afectos desconcentrados no pudo resistir el peso del abandono, las minas taponadas para reservas de no sabia quienes, cosechas quemadas o arrojadas al río, los campos viciados por travesías soledosas. Solo un rancho de vez en cuando de la gente, que no se entregaba y vivía de sol a sol con la tierra entre las manos y la mirada hacía adentro en sus pupilas. Nunca olvidaría esos ojos clavados en quien sabe que sueños de cómicas dimensiones.
Los niños no eran ajenos a los comentarios y se les había encadenado las negativas ilusiones sobre los chilenos con las de los “malos” de las series televisivas. ¿Cómo hacerles entender? La guerra es siempre desgraciada y los grandes testaferros cumplen órdenes siniestras.
Eran la dependencia obsecuente y el subdesarrollo del alto costo humano los que pesaban en el alma con su carga milenaria.
Desde Watergate, todo parecía falso, tenebroso. No en vano las series norteamericanas mostraban el accionar de tantos grupos de distintas tendencias motivos por el dinero. Los equipos y argumentos más sofisticados para el logro de propósitos no siempre definidos políticamente, sempiternamente oscuros y tortuosos, se movilizaban para el espectáculo.
Ni el acuerdo de Camp David paresia ser acuerdo y en las mesas de negociaciones morían muchas ilusiones de paz. La bomba neutrónica, los desordenes de Irán, la matanza de Guyana, la guerra en el golfo. Tantos y tantos.
Eran el emergente de tanta locura en pos del poder y dominio temporales a través del dinero.
Los adoradores del becerro de oro se multiplicaban como hormigas. Desde 1914 para acá, las cosas se sucedían en vorágine, embudo de fuerzas creciendo vertiginosamente.
-“Ah, Dios mío, la lista es demasiado larga y mis niños tan pequeños... Esta cáscara de nuez en que navegaremos viaja endeble y tan etérea por este fragoroso mar…”
De pronto, y no se sabe como; de igual manera que nunca más se supo en que momento comenzara la guerra, la caída de los obuses fue destruyendo varias casas importante en Jujuy y otras que no lo eran tanto y que por esto mismo no dolían como aquellas. Y ella temió por la casa de sus sueños.
Sin embargo, un suceso que concitara la atención de los que no miran tanto a la guerra como lo que hay detrás aflorando como jacintos sobre las charcas, comenzó a desarrollarse con inusitada prisa con la consiguiente renovación del asombro.
De esto no hay explicación posible. Salvo la de quienes sonríen para adentro y aceptan la naturaleza íntima de los milagros como una realidad cotidiana. La concurrencia de parasicólogos especialmente enviados por la Asociación Argentina e Internacional y atraídos sin envíos, no logran descifrar el misterio que, como un jeroglífico nuevo, promueve teorías al por mayor y estimula a incipientes filosóficos con tendencia al liderazgo que promulgan doctrinas con adeptos regulares en confiterías y cafés al paso. Congresos y Jornadas de toda clase les dedican buena parte de sus debates.
Ella, la casa, está suspendida en el aire con una cantidad de raíces aflorándole por la base como si hubiese sido una planta o algún organismo que arrancado de cuajo, exhalara su aliento por esos cordeles.
Fue necesario el concurso diligente de bomberos para evacuar a sus aterrorizados moradores. Habían arrimado sus largas escaleras a la puerta de entrada y por allí descendieron con los ojos desorbitados y un tembladeral en el cuerpo.
Dicen que fue la explosión de un obús (o por lo menos eso parecía de acuerdo a las circunstancias) lo que provoco la levitación. El asunto es que la casa esta allí, a unos cinco metros de su nivel. Y lo curiosos del caso es que no solo fue el edificio, sino que todo el jardín flota con firmeza terrígena lo mismo que sus faroles y la verja de hierro. Esto fue procedido de un ruido ensordecedor que en oleadas subterráneas ascendía hacia la superficie con resquebrajaduras en la calle y los contornos de la casa que habían hecho suponer a los vecinos en un movimiento sísmico a que la zona es proclive, aunque no fuesen habituales. Pero no.
La historia del fenómeno recorrió las esferas del mundo y es así, como, en los periodos del tregua, los tiritas se arraciman en torno y por debajo de ella tratándose de explicar lo insólito.
Claro que se tratote mil y una manera de hacerla descender, para lo cual se hicieron reuniones prolongadas con la participación de ingenieros de Jujuy y numero público que más o menos honestamente aportaban lo suyo para el éxito de la tarea. Incluso se pagaron sumas enormes a foráneos entendidos siempre atentos a la manía xxxxx de los jujeños en pro de lo extranjero, para obtener aunque más no sea un vistazo incongruente e informes a granel con los más diversos y extraños rótulos.
Pero fue en vano. Proporcionalmente a los ímpetus optimista, crecian los desalientos y la amargura de las frustraciones.
El obispado semejaba un avispero de monjas y seminaristas que preferían callar (oh profundidad del misterio que era costumbre y sustento), a comentar sobre lo desconocido.
Desde la otra punta de paso de Jama (entorpecidos por barricadas), se elevaba el incensario de las misas por la patria que el obispo celebraba en oposición a su par jujeño quien con espesa humareda quería contrarrestar aquello, por ver si con sobreabundancia, las ofrendas resultaban propicias. En todo caso Marte inclinaría su balanza para este lado de la cordillera, faltaba más.
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