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La Casa y Otros Cuentos


Enviado por   •  13 de Abril de 2023  •  Ensayos  •  8.495 Palabras (34 Páginas)  •  30 Visitas

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LA CASA

Llovía

El frió transitaba los venosos caminos de su sangre al sentir el golpeo de los goterones en el vidrio de la ventana y la “flor de azúcar” en la maceta, doblegando su sensualidad sobre los tiernos tallos, se balanceaba al vaivén del viento.

No podía dejar de mirar por la ventana.

Estos días de verano, con lluvias copiosas pero pacíficas, la atraían irremisiblemente.

Estaba pensando en la casa; pero la lluvia y el movimiento cadencioso de flores y plantas, eran una distracción que no le permitían fijar el pensamiento. Sin embargo era obsesivo. La casa estaba allí.

La “amor de gringo” (tan fugaz), lucía las translúcidas joyas del agua en sus carnosos y puntiagudos brazos.

Recogida la fotografía del estudio de la calle Belgrano (los fotógrafos le dijeron que era buena), la coloco en un pequeño pedestal de tazas.

De pronto, vuelta su mirada hacia fuera, encontró una flor caída que ofrecía sus semillas para una nueva germinación. Abrió la ventana, la recogió y envuelta en un papel de estraza, la guardo en la parte superior de la biblioteca.

-“Pronto llegara el tiempo de sembrarla”.

Volvió hacia el escritorio frente a la ventana y se sentó nuevamente.

¿Había logrado detener realmente el tiempo de la casa en la fotografía? Si parecía latir, como de costumbre, con su eclosión de rosas para la primavera y los coloridos vidrios de su fachada.

 La amaba sin saber por qué. Era hermosa, no había duda. Entre todas las casas de la Avenida Fascio, incluyendo el castillo de los Tramontini, para ella era la más hermosa.

No es que fuese nada excepcional. Solamente estaba enamorada. Con un amor tierno y obsesivo que tenia sus pasos en su transitar, o demoraba la vista por la ventanilla del colectivo.

Tenía esas rarezas. Siempre buscaba cosas o seres insólitos, para amar. No sería suya nunca, lo sabia. Ni siquiera sabia quienes vivían allí, ni como se distribuían los ambientes en el interior.

Tampoco quiso llamar la atención y mucho menos generar el alboroto que se armó cuando, detenida en el centro de la avenida, se había arrodillado para tomar la foto. El que empego fue un taxista que se viera obligado a frenar bruscamente al girar por una calle transversal, tan de golpe, hacia ella.

-No importa- se dijo ante el recuerdo- Ya pasó.

-“Nunca será mía pero ¡qué linda es! No hay nada arquitectónicamente hablando, que la haga especial. Creo que es el trabajo artesano de la “enamorada del muro”, trepando con capricho de esteta, o el jardín o… ¡que se yo! Me gusta.

¿Tal vez los vitreaux de la fachada?...

Ah, no sé, realmente no sé.

Las voces de los niños llamándola, la retrotrajeron otra vez en la diaria rutina de “su” casa.

Guardo la fotografía en la carpeta y luego ésta en el cajón del destartalado escritorio.

-Ya voy….

Se lamento de no disponer de unos minutos más para si misma y puesta ya en la existencial circunstancia, decidió aceptarlo con mansedumbre.

Los niños eran muy pequeños aún, pero el latido de la guerra llegaba hasta ello como el temor de los corazones adultos, descompensadamente. El litigio de la zona austral con Chile, se cernía como nubarrón amenazante sobre el clima afectivo del pueblo.

Facundo escuchaba todas las noches las radios de Valparaíso, Santiago y la radio chilena en exilio, comentando desde Moscú, los últimos acontecimientos.

La movilización en el país bullía como locro en el caldero. Los reservistas taconeaban a paso marcial con sus birretes y la escarapela celeste y blanca luciendo como una rosa en sus alborozados pechos. Con sumo gusto, Proartel desplegaba las propagandas gubernamentales y las conferencias sobre los límites del sur eran hoy, tan comunes como las películas de vaqueros.

Recordaba, sin embargo, de sus viajes por la frontera como “maestra de campo”, los solitarios mangrullos azotados por el viento de la cordillera. Ella misma, habituada a la soledad de una vida golpeada por afectos desconcentrados no pudo resistir el peso del abandono, las minas taponadas para reservas de no sabia quienes, cosechas quemadas o arrojadas al río, los campos viciados por travesías soledosas. Solo un rancho de vez en cuando de la gente, que no se entregaba y vivía de sol a sol con la tierra entre las manos y la mirada hacía adentro en sus pupilas. Nunca olvidaría esos ojos clavados en quien sabe que sueños de cómicas dimensiones.

Los niños no eran ajenos a los comentarios y se les había encadenado las negativas ilusiones sobre los chilenos con las de los “malos” de las series televisivas. ¿Cómo hacerles entender? La guerra es siempre desgraciada y los grandes testaferros cumplen órdenes siniestras.

Eran la dependencia obsecuente y el subdesarrollo del alto costo humano los que pesaban en el alma con su carga milenaria.

Desde Watergate, todo parecía falso, tenebroso. No en vano las series norteamericanas mostraban el accionar de tantos grupos de distintas tendencias motivos por el dinero. Los equipos y argumentos más sofisticados para el logro de propósitos no siempre definidos políticamente, sempiternamente oscuros y tortuosos, se movilizaban para el espectáculo.

Ni el acuerdo de Camp David paresia ser acuerdo y en las mesas de negociaciones morían muchas ilusiones de paz. La bomba neutrónica, los desordenes de Irán, la matanza de Guyana, la guerra en el golfo. Tantos y tantos.

Eran el emergente de tanta locura en pos del poder y dominio temporales a través del dinero.

Los adoradores del becerro de oro se multiplicaban como hormigas. Desde 1914 para acá, las cosas se sucedían en vorágine, embudo de fuerzas creciendo vertiginosamente.

-“Ah, Dios mío, la lista es demasiado larga y mis niños tan pequeños... Esta cáscara de nuez en que navegaremos viaja endeble y tan etérea por este fragoroso mar…”

De pronto, y no se sabe como; de igual manera que nunca más se supo en que momento comenzara la guerra, la caída de los obuses fue destruyendo varias casas importante en Jujuy y otras que no lo eran tanto y que por esto mismo no dolían como aquellas. Y ella temió por la casa de sus sueños.

Sin embargo, un suceso que concitara la atención de los que no miran tanto a la guerra como lo que hay detrás aflorando como jacintos sobre las charcas, comenzó a desarrollarse con inusitada prisa con la consiguiente renovación del asombro.

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