Abdula, El Mendigo Ciego.
UltraM8277 de Diciembre de 2014
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Abdula, el Mendigo Ciego.
ABDULA: (dirigiéndose al Califa) Comendador de los Creyentes, he nacido en Bagdad. Con la herencia de mis padres y con mi trabajo, compré ochenta camellos que alquilaba a los mercaderes de las caravanas que se dirigían a las ciudades y a los confines de tu dilatado imperio.
(Nos desplazamos hacia el pasado con la historia del ciego. Él, más joven, vigila a sus ochenta camellos mientras pastan. Llega un derviche que iba a pie, se saludan, sacan sus provisiones y comen fraternalmente).
DERVICHE: (mirando los camellos) No lejos de aquí, una montaña recela un tesoro tan infinito que aun después de cargar de joyas y de oro los ochenta camellos, no se notará mengua en él.
ABDULA: (se arroja al cuello del derviche y ruega) Indícame el sitio donde se encuentra ese tesoro y te daré un camello cargado.
DERVICHE: Hermano, debes comprender que tu oferta no guarda proporción con la fineza que esperas de mí. Puedo no hablarte más del tesoro y guardar mi secreto. Pero te quiero bien y te haré una proposición más cabal. Iremos a la montaña del tesoro y cargaremos los ochenta camellos; me darás cuarenta y te quedarás con otros cuarenta, y luego nos separaremos, tomando cada cual su camino.
(Abdula accede. Se encaminan hacia un valle rodeado de montañas altísimas, por el que entran por un desfiladero tan estrecho que sólo un camello podía pasar de frente. El derviche hace un haz de leña con las ramas secas que recogió en el valle, lo enciede por medio de unos polvos aromáticos)
DERVICHE: (Pronuncia palabras incomprensibles).
(Entran, y lo primero que se ofrece a la vista son montones de oro. Abdula se lanza sobre ellos y empieza a llenar sus bolsas. El derviche hace lo mismo).
ABDULA: (Para sus adentros) El derviche prefiere las piedras preciosas al oro, seguiré su ejemplo.
(Ya cargados los ochenta camellos, el derviche, antes de cerrar la montaña, saca de una jarra de plata una cajita de madera de sándalo que contenía una pomada, y la guarda en el seno. Salen, la monta se cierra. Se reparten los ochenta camellos).
ABDULA: Te agradezco eternamente por lo que has hecho.
(Se abrazan y cada quien sigue su camino).
ABDULA: (Atacado por la codicia y para sus adentros) Me arrepento de haber cedido mis cuarenta camellos y su carga precios. Se los quitaré al derviche, por buenas o por malas. El derviche no necesita esas riquezas, conoce el lugar del tesoro; además, está hecho a la indigencia.
(Abdula hace parar sus camellos y regresa gritando).
ABDULA: Hermano, he reflexionado que eres un hombre acostumbrado a vivir pacíficamente, sólo experto en la oración y en la devoción, y que no podrás nunca dirigir cuarenta camellos. Si quieres creerme, quédate solamente con treinta, aun así te verás en apuros para gobernarlos.
DERVICHE: Tienes razón. No había pensado en ello. Escoge los diez que más te acomoden, llévatelos y que Dios te guarde.
(Abdula aparta 10 camellos, pero es nuevamente atacado por la codicia).
ABDULA: Hermano, te repito el mismo razonamiento, te será imposible gobernar tantos camellos. Te ruego que me cedas 10 más.
(El derviche acepta).
ABDULA: (Bendiciéndolo y rogando) Te ruego que me cedas todos los camellos con su carga de oro y pedrería.
DERVICHE: Haz buen uso de estas riquezas y recuerda que Dios, que te las ha dado, puede quitártelas si no socorres a los menesterosos, a quienes la misericordia divina deja en el desamparo para que los ricos ejerciten su caridad y merezcan, así, una recompensa mayor en el Paraíso.
ABDULA: ¡Gracias, gracias!
(Abdula se pone pensativo).
ABDULA: (Para sus adentros) Esa pomada debe de encerrar una maravillosa virtud. (Se dirige
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