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Antologia De Cuentos

fabiixx26 de Octubre de 2013

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ANTOLOGIA DE CUENTOS

HECHO POR CARLOS ALFREDO DURAN PADILLA

2°J

ANEXA A LA NORMAL

ESPAÑOL

EL DEDO

El dedo

Un hombre pobre se encontró en su camino a un antiguo amigo. Éste tenía un poder sobrenatural que le permitía hacer milagros. Como el hombre pobre se quejara de las dificultades de su vida, su amigo tocó con el dedo un ladrillo que de inmediato se convirtió en oro. Se lo ofreció al pobre, pero éste se lamentó de que eso era muy poco. El amigo tocó un león de piedra que se convirtió en un león de oro macizo y lo agregó al ladrillo de oro. El amigo insistió en que ambos regalos eran poca cosa.

- “¿Qué más deseas, pues?”, le preguntó sorprendido el hacedor de prodigios.

- “¡Quisiera tu dedo!”, contestó el otro

Feng Meng-lung

La papelera

Por lo menos había visto a siete u ocho personas, ninguna de ellas con aspecto de mendigo, meter la mano en la papelera que estaba adosada a una farola cercana al aparcamiento donde todas las mañanas dejaba mi coche.

Era un suceso trivial que me creaba cierta animadversión, porque es difícil sustraerse a la penosa imagen de ese vicio de urracas, sobre todo si se piensa en las sucias sorpresas que la papelera podía albergar.

Que yo pudiera verme tentado de caer en esa indigna manía era algo inconcebible, pero aquella mañana, tras la tremenda discusión que por la noche había tenido con mi mujer, y que era la causa de no haber pegado ojo, aparqué como siempre el coche y al caminar hacia mi oficina la papelera me atrajo como un imán absurdo y, sin disimular apenas ante la posibilidad de algún observador inadvertido, metí en ella la mano, con la misma torpe decisión con que se lo había visto hacer a aquellos penosos rastreadores que me habían precedido.

Decir que así cambió mi vida es probablemente una exageración, porque la vida es algo más que la materia que la sostiene y que las soluciones que hemos arbitrado para sobrellevarla. La vida es, antes que nada y en mi modesta opinión, el sentimiento de lo que somos más que la evaluación de lo que tenemos.

Pero si debo confesar que muchas cosas de mi existencia tomaron otro derrotero.

Me convertí en un solvente empresario, me separé de mi mujer y contraje matrimonio con una jovencita encantadora, me compré una preciosa finca y hasta un yate, que era un capricho que siempre me había obsesionado y, sobre todo, me hice un transplante capilar en la mejor clínica suiza y eliminé de por vida mi horrible complejo de calvo, adquirido en la temprana juventud.

El billete de lotería que extraje de la papelera estaba sucio y arrugado, como si alguien hubiese vomitado sobre él, pero supe contenerme y no hacer ascos a la fortuna que me aguardaba en el inmediato sorteo navideño.

Sobre niños y niñas

Sobre niños y niñasEl niño, de unos diez años, venía caminando descalzo por el sendero de tierra de la hacienda, con una jaula en la mano. El Sol abrasador de la una. La niña, de unos nueve años, iba en el auto con el padre, el nuevo dueño de la hacienda, gente de Sao Paulo. Ella vio el pajarito en la jaula y se lo pidió al padre:

-¡Mira qué lindo! ¿Me lo compras?

El hombre detuvo en auto y dijo:

-¡Oye, niño!

El niño se dio la vuelta, se les acerco, carita de ángel. Se paró al lado de la ventanilla de la niña. El hombre:

-¿Vendes el pajarito?

-No, señor.

El padre miró a la niña con cara de qué se le va a hacer. La niña insistió suavemente como si el padre a todo lo pudiera:

-Dile que me lo venda.

El padre, su intermediario, por darle gusto, volvió a preguntar:

-¿Cuánto quieres por el pajarito?

-No lo vendo, señor.

La niña se quedó decepcionada y le secreteó:

-Ay, papá, cómpramelo.

Ella no consideraba, o aún no había aprendido, que un negocio se hace cuando hay un vendedor y un comprador.En ese caso, faltaba solamente el vendedor. Pero el padre el padre era un hombre de negocios, experto en la Bolsa, acostumbrado a convencer a los más vacilantes o a marear a los más recalcitrantes.

-Te doy diez mil.

-No, señor.-Veinte mil.

-No, no lo vendo.

El hombre se metió la mano en el bolsillo, sacó el dinero, mostró tres billetes, irritado.

-Treinta mil.

-No lo estoy vendiendo, señor.

El hombre murmuró:”qué niño majadero”, y se dirigió a la niña:

-No quiere venderlo. Ten paciencia.

La hija, despacito, indiferente a las imposibilidades de la transacción:

-Pero yo lo quiero, mira qué lindo.El hombre miró a la niña, a la jaula, a la ropa percudida del niño, con una rasgadura en la manga, el rostro rojo de Sol.

-Déjame a mí.

Se levantó, dio la vuelta y se fue hacia allá. La niña buscaba intimidad con el pajarito, el dedito entre las rejas de la jaula. El hombre con maña, estudiaba al adversario:

-¿Cómo se llama ese pajarito?

-Todavía no le he puesto nombre. Lo cacé ahorita.El hombre, casi impaciente:

-No te pregunté si está bautizado, niño. Es un jilguero, un cardenal, ¿qué es?

-Aaaah. Es un pico de lacre.

La niña habló por primera vez con el niño.

-¿Va a crecer?

El niño fijó sus ojos negros en los ojos celestes.

-No crece. Es así, pequeñito. El hombre:

-¿Y canta?

-No, no canta. Es puro chirrido.

-Qué pajarito tonto, ¿eh?

-Sí. No sirve para nada, sólo es hermoso.

-¿Lo casaste en la hacienda?

-Sí. Ahí en el monte.

-Esa hacienda es mía. Todo lo que hay en ella es mío.El niño sujetó con más fuerza el gancho de la jaula, y con la otra mano agarró las rejas. El hombre creyó que era el momento y dijo, poniendo una mano en la jaula, dinero en la otra:

-Te doy cuarenta mil, listo. Tómalos.

-No, señor, muchas gracias.

-El hombre, medio mandón:

-Véndeme eso ya, niño. ¿No ves que es para la niña?

-No, no lo estoy vendiendo.

- ¿Cincuenta mil! ¡Tómalos!- y cogió la jaula.

Con cincuenta mil se podía comprar una bolsa de frijoles, o dos pares de zapatos, o una bicicleta vieja.El niño resistió, sujetando la jaula con las manos temblorosas.

- No lo vendes ¿por qué?, ¿eh?, ¿por qué?

El niño, arrinconado, intentaba explicar.

- Porque me pasé todita la mañana para cazarlo y tengo hambre y sed, y quisiera quedarme con él un poquito más. Mostrárselo a mi mamá.

El hombre volvió al auto, nerviosos. Golpeó la puerta, culpando a la hija por el mal rato.

- ¿Viste lo que pasa a uno cuando se mete con esa gente? Son unos ignorantes, hija. Vámonos. El niño se acercó a la niña y le dijo despacito, para que sólo ella escuchara:

-Mañana te lo doy. Ella sonrió y comprendió.

Diles que no me maten

-¡Diles que no me maten, Justino! Anda, vete a decirles eso. Que por caridad. Así diles. Diles que lo hagan por caridad.

-No puedo. Hay allí un sargento que no quiere oír hablar nada de ti.

-Haz que te oiga. Date tus mañas y dile que para sustos ya ha estado bueno. Dile que lo haga por caridad de Dios.

-No se trata de sustos. Parece que te van a matar de a de veras. Y yo ya no quiero volver allá.

-Anda otra vez. Solamente otra vez, a ver qué consigues.

-No. No tengo ganas de eso, yo soy tu hijo. Y si voy mucho con ellos, acabarán por saber quién soy y les dará por afusilarme a mí también. Es mejor dejar las cosas de este tamaño.

-Anda, Justino. Diles que tengan tantita lástima de mí. Nomás eso diles.

Justino apretó los dientes y movió la cabeza diciendo:

-No.

Y siguió sacudiendo la cabeza durante mucho rato.

Justino se levantó de la pila de piedras en que estaba sentado y caminó hasta la puerta del corral. Luego se dio vuelta para decir:

-Voy, pues. Pero si de perdida me afusilan a mí también, ¿quién cuidará de mi mujer y de los hijos?

-La Providencia, Justino. Ella se encargará de ellos. Ocúpate de ir allá y ver qué cosas haces por mí. Eso es lo que urge.

Lo habían traído de madrugada. Y ahora era ya entrada la mañana y él seguía todavía allí, amarrado a un horcón, esperando. No se podía estar quieto. Había hecho el intento de dormir un rato para apaciguarse, pero el sueño se le había ido. También se le había ido el hambre. No tenía ganas de nada. Sólo de vivir. Ahora que sabía bien a bien que lo iban a matar, le habían entrado unas ganas tan grandes de vivir como sólo las puede sentir un recién resucitado. Quién le iba a decir que volvería aquel asunto tan viejo, tan rancio, tan enterrado como creía que estaba. Aquel asunto de cuando tuvo que matar a don Lupe. No nada más por nomás, como quisieron hacerle ver los de Alima, sino porque tuvo sus razones. Él se acordaba:

Don Lupe Terreros, el dueño de la Puerta de Piedra, por más señas su compadre. Al que él, Juvencio Nava, tuvo que matar por eso; por ser el dueño de la Puerta de Piedra

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