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Canto A Un Dios Mineral Jorge Cuesta


Enviado por   •  23 de Agosto de 2012  •  1.272 Palabras (6 Páginas)  •  840 Visitas

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Capto la seña de una mano, y veo

que hay una libertad en mi deseo;

ni dura ni reposa;

las nubes de su objeto el tiempo altera

como el agua la espuma prisionera

de la masa ondulosa.

Suspensa en el azul la seña, esclava

de la más leve onda, que socava

el orbe de su vuelo,

se suelta y abandona a que se ligue

su ocio al de la mirada que persigue

las corrientes del cielo.

Una mirada en abandono y viva,

si no una certidumbre pensativa,

atesora una duda;

su amor dilata en la pasión desierta

sueña en la soledad y está despierta

en la conciencia muda.

Sus ojos, errabundos y sumisos,

el hueco son, en que los fatuos rizos

de nubes y de frondas

se apoderan de un mármol de un instante

y esculpen la figura vacilante

que complace a las ondas.

La vista en el espacio difundida,

es el espacio mismo, y da cabida

vasto y nimio al suceso

que en las nubes se irisa y se desdora

e intacto, como cuando se evapora,

está en las ondas preso.

Es la vida allí estar, tan fijamente,

como la helada altura transparente

lo finge a cuanto sube

hasta el purpúreo límite que toca,

como si fuera un

Sueño de la roca,

la espuma de la nube.

Como si fuera un sueño, pues sujeta,

no escapa de la física que aprieta

en la roca la entraña,

la penetra con sangres minerales

y la entrega en la piel de los cristales

a la luz, que la daña.

No hay solidez que a tal prisión no ceda

aun la sombra más íntima que veda

un receloso seno

¡en vano!; pues al fuego no es inmune

que hace entrar en las carnes que desune

las lenguas del veneno.

A las nubes también el color tiñe,

túnicas tintas en el mal les ciñe,

las roe, las horada,

y a la crítica muestra, si las mira,

por qué al museo su ilusión retira

la escultura humillada.

Nada perdura, ¡oh, nubes!, ni descansa.

Cuando en un agua adormecida y mansa

un rostro se aventura,

igual retorna a sí del hondo viaje

y del lúcido abismo del paisaje

recobra su figura.

Íntegra la devuelve el limpio espejo,

ni otra, ni descompuesta en el reflejo

cuyas diáfanas redes

suspenden a la imagen submarina,

dentro del vidrio inmersa, que la ruina

detiene en sus paredes.

¡Qué eternidad parece que le fragua,

bajo esa tersa atmósfera de agua,

de un encanto el conjuro

en una isla a salvo de las horas,

áurea y serena al pie de las auroras

perennes del futuro!

Pero hiende también la imagen, leve,

del unido cristal en que se mueve

los átomos compactos:

se abren antes, se cierran detrás de ella

y absorben el origen y la huella

de sus nítidos actos.

Ay, que del agua el imantado centro

no fija al hielo que se cuaja adentro

las flores de su nado;

una onda se agita, y la estremece

en una onda más desaparece

su color congelado.

La transparencia a sí misma regresa

y expulsa a la ficción, aunque no cesa;

pues la memoria oprime

de la opaca materia que, a la orilla,

del agua en que la onda juega y brilla,

se entenebrece y gime.

La materia regresa a su costumbre.

Que del agua un relámpago deslumbre

o un sólido de humo

tenga en un cielo ilimitado y tenso

un instante a los ojos en suspenso,

no aplaza su consumo.

Obscuro perecer no la abandona

si

...

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