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Capitulo 25 De Donquijote De La Mancha


Enviado por   •  24 de Mayo de 2014  •  4.348 Palabras (18 Páginas)  •  152 Visitas

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Beltenebro

Despidióse del cabrero Don Quijote, y subiendo otra vez sobre Rocinante, mandó a Sancho que le siguiese, el cual lo hizo como sin jumento, de muy mala gana. Ibanse poco a poco entrando en lo más áspero de la montaña, y Sancho iba muerto por razonar con su amo, y deseaba que él comenzase la plática por no contravenir a lo que le tenía mandado; mas no pudiendo sufrir tanto silencio, le dijo: señor Don Quijote, vuestra merced me eche su bendicion y me de licencia, que desde aquí me quiero volver a mi casa, y a mi mujer y a mis hijos, con los cuales por lo menos hablaré y departiré todo lo que quisiere, porque querer vuestra merced que vaya con él por estas soledades de día y de noche, y que no le hable cuando me diere gusto, es enterrarme en vida. Si ya quisiera la suerte que los animales hablaren, como hablaban en tiempo de Guisopete, fuera menos mal, porque departiera yo con Rocinante lo que me viniera en gana, y con esto pasara mi mala ventura; que es recia cosa, y que no se puede llevar en paciencia, andar buscando aventuras toda la vida, y no hallar sino coces y manteamientos, ladrillazos y puñadas, y con todo esto nos hemos de coser la boca, sin osar decir lo que el hombre tiene en su corazón, como si fuera mudo. Ya te entiendo, Sancho, respondió Don Quijote, tú mueres porque te alce el entredicho que te tengo puesto en la lengua. Dale por alzado, y di lo que quisieres, con condición que no ha de durar este alzamiento más de en cuanto anduviéremos por estas sierras. Sea así, dijo Sancho, hable yo ahora, que después Dios sabe lo que será y comenzando a gozar de este salvoconducto digo: ¿que qué le iba a vuestra merced en volver tanto por aquella reina Magimasa, o cómo se llame? ¿O qué hacia al caso que aquel abad fuese su amigo, o no? Que si vuestra merced pasara con ello, pues no era su juez, bien creo yo que el loco pasara adelante con su historia, y se hubieran ahorrado el golpe del guijarro y las coces, y aun más de seis torniscones.

A fe, Sancho, respondió Don Quijote, que si tú supieras, como yo sé, cuán honrada y cuán principal señora era la reina Madasima, yo sé que dijeras que tuve mucha paciencia, pues no quebré la boca por donde tales blasfemias salieron; porque es muy gran blasfemia decir ni pensar que una reina esté amancebada con un cirujano. La verdad del cuento es que aquel maestro Elisabat que el loco dijo, fue un hombre muy prudente y de muy sanos consejos, y sirvió de ayo y de médico a la reina; pero pensar que ella era su amiga, es disparate digno de muy gran castigo. Y porque veas que Cardenio no supo lo que dijo, has de advertir que cuando lo dijo ya estaba sin juicio. Eso digo yo, dijo Sancho, que no había para qué hacer cuenta de las palabras de un loco, porque si la buena suerte no ayudara a vuestra merced, y encaminara el guijarro a la cabeza como le encaminó al pecho, buenos quedáramos por haber vuelto por aquella mi señora, que Dios cohonda; ¡pues montas, que no se librara Cardenio por loco! Contra cuerdos y contra locos está obligado cualquier caballero andante volver por la honra de las mujeres, cualesquiera que sean, cuanto más por las reinas de tan alta guisa y pro como fue la reina Madasima, a quien yo tengo particular afición por sus buenas partes, porque fuera de haber sido fermosa, además fue muy prudente y muy sufrida en sus calamidades, que las tuvo muchas, y los consejos y compañía del maestro Elisabat le fueron de mucho provecho y alivio para poder llevar sus trabajos con prudencia y paciencia, y de aquí tomó ocasión el vulgo ignorante y mal intencionado de decir y pensar que ella era su manceba; y mienten, digo otra vez, y mentirán otras doscientas todos los que al pensaren y dijeren. Ni yo lo digo ni lo pienso, respondió Sancho, allá se lo hayan, son su pan se lo coman; si fueron amancebados o no, a Dios habrán dado cuenta. De mis viñas vengo, no sé nada, no soy amigo de saber vidas ajenas; que el que compra y miente, en su bolsa lo siente; cuanto más que desnudo nací, desnudo me hallo, ni pierdo ni gano. Mas que lo fuesen, ¿qué me va a mí? Y muchos piensan que hay tocinos, y no hay estacas; ¿mas quién puede poner puertas al campo? Cuanto más que de Dios dijeron...

¡Válca de alcanzar la perfección de la caballería; y una de las cosas en que más este caballero mostró su prudencia, valor, valentía, sufrimiento, firmeza y amor, fue cuando se retiró, desdeñado de la señora Oriana, a hacer penitencia en la Peña Pobre, mudando su nombre en el de Beltenebros, nombre por cierto significativo y propio para la vida que él de su voluntad había escogido. Así que me es a mí más fácil imitarle en esto, que no en hender gigantes, descabezar serpientes, matar endriagos, desbaratar ejércitos, fracasar armadas y deshacer encantamientos; y pues estos lugares son tan acomodados para semejantes efectos, no hay para que se deje pasar la ocasión que ahora con tanta comodidad me ofreces sus guedejas.

En efecto, dijo Sancho, ¿qué es lo que vuestra merced quiere hacer en este tan remoto lugar? Ya no te he dicho, respondió Don Quijote, que quieroimitar a Amadís, haciendo aquí del desesperado, del sandio y del furioso, por imitar juntamente al valiente don Roldan, cuando halló en una fuente las señales de que Angélica la Bella había cometido vileza con Medoro, de cuya pesadumbre se volvió loco, y arrancó los árboles, enturbió las aguas de las claras fuentes, mató pastores, destruyó ganados, abrasó chozas, derribó casas, arrastró yeguas, e hizo otras cien mil insolencias dignas de eterno nombre y escritura. Y puesto que yo no pienso imitar a Roldan, Orlando o Rotolando (que todos estos tres nombres tenía), parte por parte en todas las locuras que hizo, dijo y pensó, haré el bosquejo como mejor pudiere en las que parecieren ser más esenciales y podrá ser que viniese a contentarme con sola la imitación de Amadis, que sin hacer locuras de daño, sino de lloros y sentimientos, alcanzó tanta fama como el que más.

Paréceme a mí, dijo Sancho, que los caballeros que lo tal ficieron, fueron provocados y tuvieron causa para hacer esas necedades y penitencias. Pero vuestra merced, ¿qué causa tiene para volverse loco? ¿Qué dama le ha desdeñado? ¿O qué señales ha hallado que le den a entender que la señora Dulcinea del Toboso ha hecho alguna niñería con moro o cristiano? Ahí está el punto, respondió Don Quijote, y esa es la fineza de mi negocio; que volverse loco un caballero andante con causa, ni grado ni gracias: el toque está en desatinar sin ocasión, y dar a entender a mi dama, que si en seco hago esto, qué hiciera en mojado; cuanto más que harta ocasión tengo en la larga ausencia que he hecho de la siempre señora mía Dulcinea del Toboso, que como ya oíste decir a aquel pastor de marras Ambrosio, quien está ausente todos los males tiene y teme.

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