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Comentario literario de El señor Wormwood


Enviado por   •  15 de Febrero de 2013  •  501 Palabras (3 Páginas)  •  625 Visitas

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Querer ser algo que no se es

Comentario literario de “EL SEÑOR WORMWOOD”,

de ROALD DAHL y “CANASTITAS EN SERIE”, de BRUNO TRAVEN.

Por ANGEL CEBALLOS

2º A

Los padres de Matilda poseían una casa bastante bonita, con tres dormitorios en la planta superior, mientras que la inferior constaba de comedor, sala y cocina. Su padre era vendedor de coches usados y, al parecer, le iba muy bien.

El señor Wormwood era un hombrecillo de rostro malhumorado, cuyos dientes superiores

sobresalían por debajo de un bigotillo de aspecto lastimoso. Le gustaba llevar sacos

de grandes cuadros, de alegre colorido y corbatas normalmente amarillas o verde claro.

La señora Wormwood comía con los ojos pendientes la serie americana de la pequeña

pantalla. Era una mujerona con el pelo teñido de rubio platino, excepto en las raíces cercanas

al cuero cabelludo, donde era de color castaño parduzco.

En calidad de turista en viaje de recreo y descanso, llegó a estas tierras de México Mr. E. L. Winthrop. Abandonó las conocidas y trilladas rutas anunciadas y recomendadas a los visitantes extranjeros por las agencias de turismo y se aventuró a conocer otras regiones.

Como hacen tantos otros viajeros, a los pocos días de permanecía en estos rumbos ya tenía bien forjada su opinión y, en su concepto, este extraño país salvaje no había sido todavía bien explorado, misión gloriosa sobre la tierra reservada a gente como él.

Y así llegó un día a un pueblecito del estado de Oaxaca. Caminando por la polvorienta calle principal en que nada se sabía acerca de pavimentos y drenaje y en que las gentes se alumbraban con velas y ocotes, se encontró con un indio sentado en cuclillas a la entrada de su jacal.

El indio estaba ocupado haciendo canastitas de paja y otras fibras recogidas en los campos tropicales que rodean el pueblo. El material que empleaba no sólo estaba bien preparado, sino ricamente coloreado con tintes que el artesano extraía de diversas plantas e insectos por procedimientos conocidos únicamente por los miembros de su familia.

El producto de esta pequeña industria no le bastaba para sostenerse. En realidad vivía de lo que cosechaba en su milpita: tres y media hectáreas de suelo no muy fértil, cuyos rendimientos se obtenían después de mucho sudor, trabajo y constantes preocupaciones

“Aquel indio tonto que no sabe ni lo que tiene me ofreció un ciento a sesenta y cinco centavos la pieza.

No le diré en seguida que quiero doce mil para que no se avorace

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