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Cuento De Dia De Muertos


Enviado por   •  25 de Noviembre de 2013  •  1.455 Palabras (6 Páginas)  •  420 Visitas

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rase una vez un señor que tenía una esposa, él se dicaba a vender cosas de un pueblo a otro. Un día viendo que pronto sería el día de muertos y no estaría en su casa le pidió a su esposa que pusiera una ofrenda a sus papás.

Ese día la esposa no compró nada de flor, comida ni fruta, no puso nada y en la ofrenda colocó unas piedras.

El último día de muertos por la noche el señor regresaba en un camino oscuro y solo, a lo lejos vio que venía mucha gente, se sorprendió que algunos llevaban canastos con fruta, pan, bebida, flores, veladoras prendidas, solo que al final venían dos ancianos rodando unas piedras, les preguntó por qué llevaban una piedra y no comida como los demás, ellos le respondieron que porque su esposa no había puesto nada solo un montón de piedras.

El señor se molestó con su esposa y cada año procuró estar siempre en casa para poner su ofrenda a sus papás y que se fueran contentos.

¿Dónde estoy yo?

Érase una vez un hombre sumamente estúpido, un loco, o quizás un sabio, que, cuando se levantaba por las mañanas, tardaba tanto tiempo en encontrar su ropa que, por las noches, casi no se atrevía a acostarse, sólo de pensar en lo que le aguardaba cuando despertara.

Una noche tomó papel y lápiz y, a medida que se desnudaba, iba anotando el nombre de cada prenda y el lugar exacto en que la dejaba.

A la mañana siguiente sacó el papel y leyó: "Calzoncillos..." y allí estaban. Se los puso. "Camisa..." allí estaba. Se la puso también. "Sombrero..." allí estaba. Y se lo encasquetó en la cabeza.

Estaba verdaderamente encantado, hasta que le asaltó un horrible pensamiento:

- "¿Y yo?¿Dónde estoy yo?"

Había olvidado anotarlo. De modo que se puso a buscar y a buscar, pero en vano. No pudo encontrarse a sí mismo.

Aprender a escuchar

Jorge y su hija pequeña Mati fueron a dar un paseo al parque de atracciones. En el camino se detuvieron a darse una comilona.

Una vez en el parque de atracciones se acercaron a un puesto de perritos calientes y Mati dijo:

- “Papi, quiero...”. Jorge le interrumpió y le atiborró de palomitas.

Al llegar al puesto de los helados Mati volvió a gritar:

- “Papi, quiero...”. Jorge le volvió a interrumpir... pero esta vez dijo:

- “¡Quiero, quiero!”

- "Ya sé lo que quieres, ¿un helado?"

- "No, papi", suplicó. "Quiero... vomitar

Belleza para vivir

Una mañana llegó a las puertas de la ciudad un mercader árabe y allí se encontró con un pordiosero medio muerto de hambre. Sintió pena por él y le socorrió dándole dos monedas de cobre.

Horas más tarde, los dos hombres volvieron a coincidir cerca del mercado:

- “¿Qué has hecho con las monedas que te he dado?”, preguntó el mercader.

- “Con una de ellas me he comprado pan, para tener de qué vivir; con la otra me he comprado una rosa, para tener por qué vivir…”

Cazando dos conejos

Un estudiante de artes marciales se aproximó a su maestro con una pregunta:

- "Me gustaría aumentar mi conocimiento de las artes marciales. Además de lo que aprendí con usted, me gustaría estudiar con otro profesor para poder aprender otro estilo. ¿Qué piensa de mi idea?".

- "El cazador que acecha dos conejos al mismo tiempo", respondió el maestro, "corre el riesgo de no poder atrapar a ninguno.

El bote

Un hombre estaba remando en su bote, corriente arriba, durante una mañana muy brumosa. De repente vio que otro bote venía corriente abajo, sin intentar evitarle. Avanzaba de forma tan directa hacia él que comenzó a gritar:

- “¡Cuidado!¡Cuidado!”, pero aún así, el bote le dio de lleno, y casi lo hizo naufragar.

El hombre estaba muy enfadado y empezó a gritar a la otra persona, para que se enterara de lo que pensaba de ella. En ese momento pudo observar el bote más de cerca. Fue precisamente allí donde se dio cuenta que estaba vacío

El ruiseñor

Un día, un príncipe chino oyó cantar a un ruiseñor.

Maravillado por la belleza de su canto, decretó que era un pájaro real que debía estar en palacio. Ordenó su captura.

Cuando le trajeron el pájaro, lo encerró en una magnífica jaula de oro. Le hizo servir los manjares más exquisitos y convocó a los mejores músicos del imperio para que le hicieran compañía.

Sin embargo, por más que fue rodeado de mil atenciones, el ruiseñor dejó de cantar, se desmejoró y murió en una semana

El idiota

Diariamente, ellos llamaban al "tonto del pueblo" al bar donde se reunían y le ofrecían escoger entre dos monedas:

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