Cuento aztecas
Surti FaldasResumen4 de Noviembre de 2019
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Capricho hecho sangre
Mictlantecuhtli, dios de la misma muerte. Se situaba a observar desde las alturas como personas de manera voluntaria; y en nombre de otros, se acostaban en el famoso Teocalli para posteriormente observar como el sacerdote, con un cuchillo, habría el pecho de su amante y sacaba su corazón. Todo con tal de contener el enojo de los dioses deseosos de muertes. Pero ¿Y si esos dioses nunca hubieran estado enojados, y fuera puro capricho para su propio entretenimiento?
La vida de los dioses nunca fue tan complicada, el resto del universo pensaba que ellos existían para cuidar y mantener la paz de los mortales; pero, eso en realidad nunca fue así o lo será. Ellos sólo existían para amarse, reproducirse, vivir de su ego y matarse ferozmente entre ellos. Así, por muchos años se llevaron el mérito de todo lo que habían hecho los humanos para mantener el caos bajo control.
Sólo en un momento, se tenía la fe de que no todos los dioses se comportasen de ésta manera, había uno, sólo uno, que había logrado salir de esa cadena de muerte sin fin que los llevaba al mismo destino, Mictlantecuhtli, se divulgaba que era el dios de la muerte, se decía también de éste que si no veía al menos tres sacrificios al día descargaba su furia en el pueblo con fuertes terremotos y feroces tsunamis que dejaban todo destruido a su paso.
Pero, ¿Por qué un dios que estaba destinado a vagar hasta morir se encontraba causando terror en el pueblo azteca? Nunca hubo “dioses enojados”, siempre fue un solo dios hablando y actuando por los demás dioses que solo se dedicaban a satisfacerse sentimental y sexualmente.
Pero volviendo al tema principal ¿Por qué lo hacía? ¿No prefería llevar una vida parsimoniosa deleitándose con los más deliciosos vinos que su herencia le permitía?
Nacido de dos dioses más amables que se podían encontrar, una diosa de hebras rojizas y pecas en forma de constelaciones y un dios de cabello castaño que siempre estaba para ayudar. Ellos eran diferentes a los otros dioses, ellos si se merecían el trono donde todos los días se postraban a discutir su día y ver como la paz y la tranquilidad reinaban en su pueblo. Un hijo digno de los dioses, nacido en cuna de oro ¿Cómo termino siendo el dios de la muerte?
El vio como su padre, el cual se suponía que había salido de la interminable cadena de amor, reproducción y muerte se había devorado entera a su madre mientras el presenciaba todo, para después cortarse el cuello y dejarse morir en el suelo junto a su fallecida mujer.
Entonces lo comprendió.
Jamás iba a poder salir de esa cadena sin final. Fue así como encontró una linda novia, alguien a quién amar, hasta el momento en que él tuviese que acabar con su vida. La embarazo y después la descuartizo hasta verla completamente desfigurada. Luego se preguntó, ¿Por qué lo hizo? se preguntaba en su interior, pero las cosas ya estaban hechas y había matado a la mujer que llevaba a su hijo.
Después de que los dioses se enteraran que Mictlantecuhtli estaba exigiendo sacrificios para contener su furia y que había matado a la mujer que llevaba a su hijo, quisieron desterrarlo. Pero no fue tan simple, empezó una guerra. Donde todos los dioses que participaban morían a manos de Mictlantecuhtli, llegando así días de desastre a el pueblo azteca.
Después de eso lo proclamaron el dios de la muerte por el montón de vidas que habían muerto en su nombre. La guerra no se detuvo hasta que llego Tonatiuh dios de los cielos junto con Cuauhtli, un águila que representaba al sol y a la guerra, miraron enojados a Mictlantecuhtli y como él había hecho con su novia, lo descuartizaron.
Sus extremidades y cabeza fueron colgadas en el trono donde día tras día se postraba y se suponía que ahí, en ese instante los sacrificios debían parar y el enojo desatado en el pueblo iba a desaparecer.
Pero no paro, los sacrificios se seguían realizando día tras día en nombre de un dios que había dejado de existir y lo hacían por el temor de que el dios Mictlantecuhtli desatara su furia. Porque Mictlantecuhtli talvez había muerto, pero la creencia en él no iba a desaparecer de un día para otro.
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