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Cuento el bajo mundo en lo alto de la montaña


Enviado por   •  23 de Enero de 2021  •  Reseñas  •  1.652 Palabras (7 Páginas)  •  128 Visitas

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EL BAJO MUNDO EN LO ALTO DE LA MONTAÑA Autor: RAG

Eran las 6:30 AM, cuando abrí mis ojos interrumpiendo el mejor sueño de la noche, justo cuando iba a darle el beso a la protagonista de la novela de las 8:00. Basto solo el ladrar de “Paquita” la mascota de mi hermana para terminar con aquella bella fantasía.

Era domingo, no tenía escuela, pero como suele suceder en los días en los que se puede dormir hasta tarde, el “reloj biológico”,  que por la costumbre de levantarse a diario a la misma hora me despertó y no tuve más que quedarme acostado esperando que el sueño regresara, algo que finalmente no paso y que me obligo a levantarme… a vivir el día más trágico del que tengo recuerdo.

Quizás la motivación para levantarme tan temprano aquel domingo y la causa de mis sueños recurrentes durante la noche, era el partido que íbamos a disputar los chicos de mi cuadra llamada “Cantarrana”  contra un grupo de niños que vivían en un barrio cercano al mío llamado

“Peñitas”, este último conformado por pequeñas casas ubicadas a lado y lado de una empinada carretera por la que se subía una gran loma que finalizaba en un alto cerro donde se ubicaba un Cristo de brazos abiertos; precisamente allí era ese esperado encuentro futbolístico.

Me asome a la ventana y me quede por un momento con la mirada perdida hacia ese cerro cercano a mi casa y en cuya cima permanecía inmóvil Cristo Rey; era una de las dos montañas que rodean a Pácora, la gente cuenta que hace muchos años un cura maldijo el pueblo por considerarlo pecador y predijo que ambas montañas se juntarían haciéndolo desaparecer; por eso los arrieros de aquella época en turegas de mulas trajeron por partes la imagen y la armaron en la montaña occidental y en la oriental pusieron una pequeña cruz.

No veía las horas que fueran las 3:00 PM para subir al “Estadio Olímpico Cristo Rey” como llamábamos al pequeño espacio plano que había detrás del monumento, era la manera en la que identificábamos la cancha en la que nos sentíamos visitantes, porque la nuestra, que era un pedazo de potrero cercano al vecindario la llamábamos el “Pascual Tierrero”. Allí pase gran parte de mi niñez jugando a la pelota, no importaba que quedara en una pendiente no muy pronunciada, y rodeada de varias lomas por las que debíamos bajar si al hacer gol pateaban duro el balón, además si llegaba el dueño del predio o uno de sus hijos, nos tocaba salir corriendo ya que no era permitido jugar allí, porque según ellos dañábamos el pasto de sus vacas.

Ese día trágico, como en la mayoría de los días libres o cuando estaba en vacaciones, no me bañe, entretuve el tiempo y anduve por la cuadra motivando a mis amigos, que a diferencia de mí, no mostraban tanta emoción por jugar aquel partido, o al menos no lo demostraban. No entiendo como no podían estar emocionados por querer tomar revancha de la derrota en nuestra

cancha, rezaba para que no lloviera, porque en tal caso no habría partido. Quizás la lluvia hubiera sido lo mejor, tal vez así ella… aun estuviera a mi lado.

Mi hermanita de casi la misma edad mía, mantenía muy pendiente de lo que hacía, por eso mi madre estuvo a punto de castígame porque además de no bañarme, no había hecho tareas y tenía planes de perder la tarde y marcharme a lo alto de la montaña. Sin embargo eso no paso y pude ir, ahora que lo pienso… hubiera sido mejor que mi madre me dejara en casa.

Muy a la 1:30 de la tarde salí muy campante, tome mi pelota favorita, una hermosura de caucho color azul y con letras y números marcados a su alrededor. La había recibido de parte del niño Dios y era la envidia de mis amigos que cada que jugábamos en el potrero me pedían que la llevara pero yo solo la utilizaba para momentos especiales y este sí que era especial.

Mi hermana insistió en querer ir conmigo pero mi madre no se lo permitió, porque ese era un juego de niños, además temía por la seguridad de una niña en un sitio como ese, donde de vez en cuando abundaban señores de aspecto descuidado, que tampoco  se bañaban y que fumaban unos cigarrillos cuyo olor era intenso y parecido a yerba quemada, era el sitio de tipos raros que recibían plata a cambio de pequeños paquetes que no sabíamos que contenían. Además se decía que era el sitio preferido de parejas de amantes que buscaban la soledad; era un espacio mal utilizado, un bajo mundo en la cima de esta bella montaña. Tal vez por eso y después de casi 25 años, ese hermoso sitio dejo de ser lo que un día fue.

Volviendo a ese funesto día que entristeció parte de mi infancia, recuerdo que salí de mi casa y en forma burlona me despedí de mi hermana a la cual no le habían permitido salir, lo que provoco que hiciera su último intento por dañarme la salida.

-¡Mama!, mi hermano se llevó la pelota de letras – decía con una mirada maquiavélica

-¡Chismosa! – le conteste yo, mientras salía despavorido antes que mi madre reaccionara

Salí tan deprisa que deje la puerta abierta, por lo que “paquita”, nuestra mascota aprovecho para salirse y marcharse tras de mí, era una perrita de raza criolla, que más que una mascota era la felicidad de mi hermanita y yo.

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