Cuentos De Literatura
valeria88716 de Octubre de 2014
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La Zorra y la Cigüeña
Sintiéndose un día muy generosa, invitó doña zorra a cenar a doña cigüeña. La comida fue breve y sin mayores preparativos. La astuta raposa, por su mejor menú, tenía un caldo ralo, pues vivía pobremente, y se lo presentó a la cigüeña servido en un plato poco profundo. Esta no pudo probar ni un sólo sorbo, debido a su largo pico. La zorra en cambio, lo lamió todo en un instante.
Para vengarse de esa burla, decidió la cigüeña invitar a doña zorra.
-- Encantada -- dijo --, yo no soy protocolaria con mis amistades.
Llegada la hora corrió a casa de la cigüeña, encontrando la cena servida y con un apetito del que nunca están escasas las señoras zorras. El olorcito de la carne, partida en finos pedazos, la entusiasmó aún más. Pero para su desdicha, la encontró servida en una copa de cuello alto y de estrecha boca, por el cual pasaba perfectamente el pico de doña cigüeña, pero el hocico de doña zorra, como era de mayor medida, no alcanzó a tocar nada, ni con la punta de la lengua. Así, doña zorra tuvo que marcharse en ayunas, toda avergonzada y engañada, con las orejas gachas y apretando su cola.
Para vosotros escribo, embusteros: ¡Esperad la misma suerte!
No engañes a otros, pues bien conocen tus debilidades y te harán pagar tu daño en la forma que más te afectará.
El león y el ratón
Una vez, un león atrapó a un ratoncito. Lo tenía entre sus garras y abría la boca para comérselo cuando el ratoncito suplicó:
- Por favor, león, rey de los animales, señor de la selva, ¡no me comas! Apenas soy un bocadito. Si me dejas ir, algún día podré ayudarte.
El león lo miró asombrado y se echó a reír:
- ¿Ayudarme, una cosita tan débil y pequeña como tú? Me das tanta risa que, por esta vez, no te comeré.
Y lo dejó en libertad.
Pasó el tiempo. Un día, el león, rey de los animales y señor de la selva, cayó en una trampa que le habían tendido los hombres. Lo tapó una red muy gruesa y allí quedó atrapado, rugiendo de rabia.
El ratoncito escuchó sus rugidos y corrió hasta él. Entonces, con sus buenos dientes de ratón, empezó a roer la soga.
Mordisqueó, masticó y tironeó. Mordisqueó, masticó y tironeó hasta que la soga se rompió. ¡Y el león pudo salir por el boquete y librarse de la trampa!
Ese día, el señor de la selva, el rey de los animales, aprendió que todos, hasta los más débiles y pequeñitos, pueden ayudarnos.
El pastorcito mentiroso
El pastorcito tenía muchas ovejas. Las llevaba al campo para que comieran pasto y las cuidaba por si aparecía el lobo.
Las ovejas comían y el pastor se aburría. Un día, para divertirse, se puso a gritar:
- ¡El lobo! ¡Socorro! ¡El lobo!
Los campesinos lo escucharon y, dejando sus trabajos, corrieron a espantar al lobo. Fueron con palos y palas, con horquillas y rastrillos.
- ¿Dónde está ese lobo? -preguntaron.
Entonces el pastorcito se echó a reír.
- Era un lobo de mentira -dijo-. ¡Era una broma!
Los campesinos, muy enojados, volvieron a sus campos.
Días después, el pastor volvió a gritar:
- ¡El lobo! ¡Socorro! ¡El lobo!
Cuando llegaron los campesinos, él les dijo, muerto de risa:
- ¡Era otra broma!
Pero un día, en el campo apareció… ¡el lobo! Un lobo negro que tenía muchas ganas de comer ovejas.
- ¡El lobo! -gritó el pastorcito-. De veras, ¡vino el lobo!
"Otro lobo de mentira", pensaron los campesinos. Y nadie fue a socorrerlo.
El lobo se comió las ovejas más gorditas. Las otras, escaparon de miedo y el pastor perdió todo su rebaño.
Había dicho tantas mentiras que, cuando dijo la verdad, nadie le
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