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¿DE DÓNDE SALIÓ ESTE ROMANCE?


Enviado por   •  7 de Febrero de 2016  •  Monografías  •  2.811 Palabras (12 Páginas)  •  312 Visitas

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¿DE DÓNDE SALIÓ ESTE ROMANCE?

En el siglo II antes de Cristo vivían celtas e íberos en lo que hoy son España y Portugal. No hay mayores vestigios de un idioma íbero, pero sí está claramente identificado el celta, que, con una lógica evolución de veintidós siglos, es el eusquera hablado hoy en el sur de Francia y el norte de España. Más concretamente, el eusquera es lengua oficial (junto con el castellano) del País Vasco, integrado por las provincias españolas de Guipúzcoa, Álava y Vizcaya.

ENTRE AMAYAS Y SOLÓRZANOS CELTAS

Pues bien, allí, en la península ibérica, hace 2200 años los burros (palabra celta) y los perros (palabra celta), paseaban por el solórzano (prado en celta), lejos del barranco y sin salirse del amaya (límite en celta) para no meterse en el barro ni perderse en los charcos. Mientras tanto, sus amos, abrigados con chamarras preparaban algún alimento con manteca. Unos vivían en chabolas y otros ya habían construido su javier (casa nueva en celta), rodeada de abedules y conejos.

Ya desde esa época se vislumbraba su vocación metalúrgica, pues trabajaban la chatarra. Los pescadores usaban chisteras. La boina ya formaba parte de su indumentaria. Y con alguna frecuencia armaban tremendos aquelarres.

A ESTO HAY QUE PONERLE ORDEN Y LATÍN

Estos tatarabuelos nuestros, grandes, fuertes y barbados, que para distraerse torcían el pescuezo de un enorme toro cuando estaban algo estresados, vieron un día invadida su tierra por modernos y estilizados guerreros provenientes de Roma. Venían a poner orden.

Tal vez a los celtas les parecieron un poco leguleyos: todo era reglamentado, todo se legislaba, todo se escribía. Y exageradamente cuadriculados: las ciudades empezaron a crecer alrededor de una plaza central, en cuadrículas estrictamente iguales. Además, eran obsesivos de la limpieza: baños y acueductos eran indispensables en la nueva estructura.

Total, en el lapso de dos siglos, la península ibérica se había convertido en Hispania, una más de las provincias del gran Imperio Romano. Y como todo imperio que se respete impone el uso de una lengua única, los romanos impusieron el latín, lengua así llamada por ser originaria del Lacio.

LATÍN: EL INGLÉS DE LA ÉPOCA ROMANA

El latín era una especie de inglés de la época, es decir, una lengua práctica, muy útil para dar órdenes y para establecer principios. Ideas que en otros idiomas debían ser expresadas con numerosas palabras imprecisas, en latín se expresaban con uno o dos vocablos exactos y breves.

Ahí tenemos, pues, al burdo celta atendiendo al magíster romano, que le exige pronunciar la sofisticada letra efe de foja, farina y facer. El barbado y musculoso gigante, acostumbrado por siglos a la erre de pizarra, echeverri y verraco, lo intenta y lo logra en ocasiones, pero, finalmente, al cabo de varios siglos, ya no se oirá foja, farina y facer, sino hoja, harina y hacer.

Por supuesto, no todo era milicia, derecho y obras públicas. También había tiempo para el amor. Por alguna no tan extraña razón, Roma es amor al revés, y con los romanos llegaron los conceptos de novio y novia (nuevo), matrimonio, ágape (afecto). Hubo tiempo para el corpus, no solamente el jurídico, y para el vinum, la lingua, las manus. Así todo fue bonus como el aqua y el romance se volvió longus, mollis, plenus y rotundus.

¡QUÉ CANTIDAD DE ROSAS!

Pero bien o mal pronunciado, el latín se impone. Y es de suponer que, en el lapso de los siguientes quinientos años, los hispanos cumplieron su deber de hablar latín, pero con la pereza necesaria para simplificar las múltiples formas de cada vocablo. Por ejemplo, de rosa, rosae, rosam, tres singulares para la misma flor, quedó una sola forma: rosa. No sucedió lo mismo con los verbos, pues el español conservó las desinencias o terminaciones verbales del latín y del griego. Esa era una de las diferencias más significativas entre el inglés y el español: mientras en inglés un verbo tiene tres formas: love, loved, loving, en español tiene medio centenar: amo, amas, ama, amamos, amáis, aman, amé, amaste, amó, amasteis, amaron, amaba, amabas, amabais, amaban... y ahí no hemos dicho ni la quinta parte de las desinencias de un solo verbo.

Pues bien, el latín es el idioma de donde sale el español. El español es, digámoslo así, un latín mal hablado, o un latín simplificado, o un latín evolucionado, pero no es sólo latín. El latín ya traía muchas palabras de origen griego. Por eso, en la etimología de numerosos lexemas españoles encontramos raíz griega: acrópolis, filosofía, ortografía, hemorragia, son palabras que llegaron del griego al español a través del latín.

En el siglo V de nuestra era desapareció el Imperio Romano. No hubo guerras de independencia sino simple aburrición de los emperadores. Así que cada provincia romana quedó al garete y el latín de cada lugar tomó su propio camino. Algunas palabras tuvieron poca variación: amare siguió siendo amare en italiano, mientras que en castellano, provenzal, portugués y catalán perdió la e final: amar, y en francés fue primero amer y luego aimer.

Otras tuvieron más variaciones: bonus pasó a ser bom en portugués; bon en gallego, provenzal y francés; bon y bo en catalán, valenciano y mallorquí; buono en italiano y bueno en castellano.

Esta evolución es la que da lugar a los idiomas latinos o romances, que son, como se ve en los ejemplos, derivaciones del latín: el rumano, el francés, el italiano, el portugués y los diversos idiomas españoles: castellano, gallego, valenciano, catalán...

Inglaterra y Gales fueron también colonias romanas. En estas tierras quedaron las ciudades cuadriculadas, los acuerdos y las leyes, pero no la lengua latina. Siglos después se impondrían en estos países las lenguas germanas, de donde deriva el inglés.

No obstante, es fácil encontrar palabras que en inglés y en español tienen muy parecida escritura, porque el inglés no estuvo del todo ajeno a la influencia latina y de hecho tomó del latín su forma escrita: su abecedario.

La evolución lingüística, sin embargo, no ha impedido que aún hoy, a las formas modernas del latín, es decir, al italiano, al francés, al castellano, les mezclemos sin problema alguno una buena dosis de latín puro. Así seguimos diciendo déficit y superávit, tal como lo decía en su época el ministro de economía del César. Los juristas emplean una buena colección de voces latinas, como se usaron hace vente siglos en el Imperio: hábeas corpus, ad hoc, ultimátum,

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