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EL AMOR MAS GRANDE


Enviado por   •  10 de Octubre de 2019  •  Resúmenes  •  5.589 Palabras (23 Páginas)  •  206 Visitas

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AQUELLA NIÑEZ

Todos los seres humanos tenemos recuerdos de nuestra niñez, unos felices y otros tristes; los felices quizás sean pocos para los que no pudieron tenerlo todo, porque sus progenitores quizás fueron marcados por la pobreza; y los tristes, nunca faltan cuando se experimenta las lágrimas y el desamor, como también algún otro infortunio, de tantos que hay en la vida.   Pero este vocablo pobreza ya es hora que desaparezca de la sociedad del hombre actual, y digamos más bien carencia de creatividad del hombre y no pobreza, porque en sí, ¿qué es pobreza?  ¿No tenerlo todo...? Creo que no. Es carencia de creatividad del hombre, insisto.  Algunos seres humanos que han nacido en la riqueza a la postre son pobres, vienen a este mundo sin amoldar su talento y aun teniéndolo todo materialmente, los acompaña siempre la desdicha y el desamor, y  ocurre que, a los que no teniendo nada, vienen con una riqueza inmensurable, cargada de ideales espirituales que es la riqueza más fecunda del ser humano, será por eso que a la hora de escribir este libro, me siento muy afortunado,  y eso sin duda, es una bendición de Dios. Aunque  no me considero con una creatividad extraordinaria, pero al iniciar este relato, al menos me atrevo a crear algo de eso, aunque sea mínimo.  Pero esa bendición de Dios, ¿es solo para algunos, o para mi..? Claro que no, es para todos, solo que algunos de nosotros, no aprovechamos el talento, que el mismo Dios nos ha dado. El texto bíblico habla de esos talentos, según al que se le dio y lo aprecio, se le sumo más, y al que fue negligente y  lo desprecio, más bien  se le resto. De esta manera tratare de narrar esa bella vivencia desde que vi  la luz del mundo, la cual llegué con la más absoluta ignorancia, como es común a todos al nacer, característico de todo ser humano que viene a este mundo sin voluntad propia, ojo sin voluntad propia, porque siendo apenas embriones o gametos biológicos, no tenemos voluntad, llegamos a la vida producto de un deseo, de una unión de amor, un semen y un ovulo ligado para una vida humana,  y eso también es una bendición de Dios. Antes de este nacimiento ninguno de nosotros tiene voluntad, o pensamiento, sin conciencia y menos como proyectar nuestra vida en la tierra cuando irrumpimos en ella. Porque en la vía láctea no hay ningún otro planeta, en que este presente el deseo del amor hasta hoy, era moderna.  Solo que, a partir de ese nacimiento comenzamos a explorar lo extraño, a nuestra vivencia, iniciamos un recorrido pausado, lento, que poco a poco va moldeando nuestro ser, a lo largo de los años de nuestra existencia.  Más o menos a los ocho años de edad, sin libro, sin escuela, tenía un cumulo de curiosidad como otro mortal más, y que a solas yo mismo me debatía; sin conocimiento de nada, como mentaba mi madre al dirigirse en conocer un oficio, cuando regañaba a algunas de mis hermanas mayores, que no fueran a enamorarse sin estudiar. Si recuerdo, tener tanta curiosidad despierta por todo, semejante a los hombres de la antigüedad, que no sabían que la tierra era redonda, pero tenían curiosidad.  Bueno llegaron a pensar que era llana y cuadrada, ya lo sabemos todos, como fueron nuestros antepasados;  Y les voy a contar cual fue mi primera curiosidad. Caramba, cuál será la tuya amigo lector, la mía es simple, pero la recuerdo aun todavía.   Mi primera curiosidad es al amanecer de cada mañana, al levantarme. Como me gustaría saber las muchas curiosidades de cada quien, al inicio de su vida y sus  curiosidades al amanecer, son tan diversas e innumerables, esa curiosidad me lleva solo a pensarlo, ya que es imposible saberlas, son millones desde que la humanidad es mundo, por asi decirlo. La mía por lo menos es esta, tan sencilla: Miraba por el ventanuco de la casa,  al frente de mi vista, cuando ese sol mañanero y tibio salía todos los días. Allá estaba esa línea larga, con árboles y matas, que por ratos veía; mi observación era a diario, hasta obstinarme de verla, muchos días, muchas mañanas. Me preguntaba que hay más allá de esa línea; Mi curiosidad era latente, no preguntaba nada, solo observaba. Indague e indague, pero yo mismo en mi pensar, y sin saber nada al respecto. Después supe, pero mucho después, que se llamaba horizonte, mi hermano Félix fue quien me lo dijo, y que también se llamaba llanura. Como llanero que soy—según la radio, llanero porque nací en el  llano, y ese concepto lo tenía bien definido, desde niño-- allí siempre estaba el horizonte de la llanura, esa fue la primera curiosidad;  el horizonte de la llanura, allá lejos, donde está todo el monte alineado de matas y árboles, en una sola circunferencia visual.  Quería ver ese horizonte final, y un día cualquiera, después de pensarlo muchas veces, decidí llegar corriendo hasta él,  y corrí y corrí sin parar, queriendo alcanzarlo: Que frustración ese horizonte no acababa nunca.  Mientras más corría por alcanzarlo, el permanecía allí, sin moverse, inerte, aunque visibilizaba las primeras matas y árboles, otras seguían saliendo en la misma forma como al principio antes de ir hasta ellas, y me cansaba de tanto correr sin llegar al horizonte; y allí cansado,  me tiraba sobre la hierba sonriendo, feliz viendo al cielo, porque ese horizonte nunca terminaba; y luego de haber visto, ese vasto conclave celestial, solo allí, por un largo rato, volvía con melancolía, pero a la vez feliz, por haber contemplado desde la hierba  ese vasto cielo con esa bóveda azul tan espeluznante para mi edad; regresaba ya sin correr, a pasos serenos, entre las malezas y caminitos fríos.  Apenas salía el sol, silbando junto con las aves y pájaros, a la casa. Aún no había ido a la escuela, y cosa curiosa ella estaba  frente a nuestra casa y  era grandota.  Según fue hecha en el Gobierno de Pérez Jiménez, decía mi Papa. Su estructura era como para una gran ciudad;  y recuerdo como dije, más o menos tener  8  años,  todas las tardes me llegaba desde la escuela grandota, el olor a lápiz, era como el  aroma del café, y aún recuerdo ese aroma; este salía de la basura que botaban  los barrenderos de la escuela grandota, allí debajo de una mata de acacias, después de clases. Buscaba trozos de lápiz que botaban los alumnos, y algunos papeles ya rayados, los recolectaba y dibujaba en ellos. Pero esa curiosidad de descubrir el horizonte, allá lejos, me la despertó también las avionetas que aterrizaban todas las tardes, en el aeropuerto, que estaba cerca de la casa y era otro espectáculo que recuerdo con nostalgia, de mi pueblo San Fernando.  Fue otra curiosidad de niño los aterrizajes de las avionetas,  que era  similar  al  horizonte interminable;  yo quería saber porque se caían las avionetas; subía al  árbol de guayaba que estaba en el patio, y me quedaba en un éxtasis de contemplación al verlas pasar casi en las nubes y su descenso hasta caer.  Seguía latente esa curiosidad, preguntándome: ¿porque se caen las avionetas?, y así duro mi duda por un buen  tiempo. El horizonte, que era mi enigma, se las tragaba.  No alcanzaba  ver su caida, y el ruido del motor  se apagaba lentamente. Eso era lo que pensaba. A los días supe por mi hermano mayor, que no se caían, solo aterrizaban. Y me quede unos días muy silencioso sin volver a preguntar más nada. Un día, vino un avión más grande del habitual, y desde allá arriba tiraba unos muñecos con alas. Eran varios muñecos, eso era lo que pensaba, y estos al caer, pegaban contra la tierra, lento y suave. Ese día estaba  conmigo mi hermano Félix, el mayor,  y me dijo: “Son paracaídas”,  pero no entendí nada, luego me explico en detalle. Pude verlos de cerca, no eran muñecos evidentemente,  sino seres humanos de carne y hueso,  y recuerdo que uno de ellos, con los dedos de su mano me aleteo con cariño una oreja y me dijo --agarra y ayuda—el propio paracaídas era  una tela grande y gruesa  que abarcaba un tanto del palmo de tierra llana;  alegre ayudaba a recoger, pero era un poco pesado para mí, y quien en verdad termino recogiendo fue el mismo “muñeco”, pero que ya sabía que era un paracaídas, nombre que también dársele al practicante de esta actividad, tal como me explico mi hermano, un ser humano de carne y hueso, y que son todos militares, que de esa manera pagaban un servicio a la nación, según me dijo. Así fui creciendo en esa inocencia de las cosas, el espacio, los objetos, y tantas cosas más, inexplicables para mí en aquel momento, de inocencia. La escuela grandota ocurrían cosas de las cuales recuerdos algunas, como por ejemplo, de noche iba con mis hermanos en busca de agua, prácticamente a escondidas, ya que la escuela grandota  tenía su vigilante; Este  era un dormilón, mi hermano Felix, siempre me indicaba señas de silencio, con el índice en la boca y decía: “Que no se despierte Rufino…”  asi se llamaba el vigilante  , era una época sana, a pesar de todo,  como se dice en criollo, solo que nosotros hurtábamos el agua por una mera necesidad, y eso lo hacíamos desde siempre para las cosas domesticas del otro día. Mis hermanos Félix, Yolanda, Cira y yo éramos los granujas en hurtar ese líquido preciado, ya que la escuela grandota, como la he bautizado, tenía tuberías muy buenas y el agua la tenía a chorros, y en nuestra casa solo dependíamos del caño, cuando era invierno.  Una de esas tantas noches mis hermanos llevaron un gran susto: Les oí decir: “corran que hay una muerta en el salón del medio…”, justo allí donde quedaba la toma del agua.  De la mano de Félix se desprendió el recipiente que contenía el agua, como este era de latón cuadrado cruzado por una madera plegada a la misma para su agarre  retumbó fuertemente vaciándose toda el agua sobre el pasillo principal.  El ruido nos hizo sobresaltar por el estruendo en esa noche tan silenciosa, y salimos de ella muy asustados. Después explicaron que era una mujer blanca, caballera larga grisácea hasta la cintura, con ojos muy negros e intensos, que radiaba esa noche, según les hizo señas modales con la mano: “ ven, ven, ven”, varias veces; mis hermanos se quedaron atónitos sin palabras,  lo único que se les ocurrió fue correr;  fui tras ellos, aun sin entender que pasaba. Pasaron varios días sin volver a buscar el agua a la escuela Grandota, el miedo se apodero de todos, y el agua tuvimos que buscarla de día,  a casa de un vecino llamado Venero, que tenía pozo profundo.  Lo único dificultoso  nos quedaba un poco más retirado,  y ejecutar manualmente la succión del equipo pozo profundo, arriba y abajo con la manivela, hasta salir el agua, en la casa del Señor Venero;  Yo acompañaba en su búsqueda, y no olvido una hija del señor Venero llamada Elena, que me trataba con mucho cariño cada vez que iba en busca del agua, siempre con mi hermano Félix, otras veces con Cira o Yolanda;  mi función era de ayuda.  Pasaron los meses hasta olvidarse la escuela grandota y el agua que nos proporcionaba. Ahora yo, iba de vez en cuando, solo a buscar el agua a donde el Señor Venero, con el único interés de ver a Elena. Era serena, sonriente, su cuerpo plegado a la ropa,  su mirar penetrante, atrevida. Cuando no iba, les decía a mis hermanos que me mandaran para hacerles unos mandados; iba sin vacilar, y me decía: “Gracias por venir mi negrito”, y después de mirarme un largo rato, me decía: “Anda a la bodega de Toribio y me compras….”; los mandados fueron variados, diligenciaba muy alegre, por el trato  cariñoso que Elena me daba;  eso me emocionaba, iba siempre corriendo, cual  niño feliz, cuando nota que le tratan con cariño. Otras veces era  mi madre que me enviaba a petición del Señor Venero, hacerles los mandados, que siempre eran a la Bodega de Toribio, casi nunca a la Bodega de mi Padre, que funcionaba en la misma casa.  Nuestra casa era un corredor largo, paredes de barros, techo de zinc; una  cocina con tres piedras grandes y siempre llenas de ceniza,  se cocinaba en leña; la parte posterior mostraba el patio, este seguía la forma de la casa, y luego estaba el caño, pero hacia el otro extremo lateral  había mucha siembra de topochos, cambures  y plátanos; lo rodeaba la empalizada de alambre de púas y estantes de madera, menos hacia la parte del caño; La habitación era una sola y muy espaciosa, solo que mis hermanos y yo dormíamos en la sala en chinchorro, y hasta hoy siempre lo prefiero para dormir. Mi padre tenía un apartado, una división que hacía las veces de habitación y bodega a la vez, no estaba tan surtida como la de Toribio, normalmente vendía tres a cuatro productos diferentes, y algunas baratijas que siempre tenía, casi nunca le compre los mandados de Elena, a mi padre. Es obvio la bodega de mi padre solo vendía lo que cosechaba, topochos, cambures, plátanos, y las baratijas. Mi padre, en el transcurso de la semana visitaba a sus hermanos, mis tíos, al centro de la Ciudad de San Fernando, exactamente en la Calle Páez N° 47, cerca de Puerto “Mi cabaña”, que recuerdo muy bien. Yo no los conocía aun a mis tíos y tampoco la calle Páez, para ese entonces, tenía la curiosidad de ir, mi padre siempre me decía que un día de estos me llevaría. Pasaron muchos días y la escuela grandota, me pareció enigmática. Solo en el día rompía el enigma por el bullicio de los alumnos; los maestros, se les escuchaba variedades verbales, explicaciones, regaños. Aconteció un domingo, algo extraño, allí en la escuela grandota, moraba por allí un muchacho que apodaban Vitamina, desconozco el origen de ese apodo, lo que si recuerdo que era muy inventador, o como decía mi madre disposicionero; Venia una patrulla policial  a toda velocidad, desde la esquina de la bodega de Toribio, hacia la otra cuadra de acá, y el funcionario accionaba una pistola, salían tiros continuos, hacia la escuela grandota, hacia la parte alta. La escuela grandota tenía dos pisos, pero eran extremadamente altos, y desde allí se lanzó el perseguido Vitamina pero sin paracaídas, venia huyendo y no supe porque; cayó fuertemente al piso de tierra de la calle, mientras la policía continuaba disparando; imagine que se había rotos todos los huesos por el impacto de la caída; pudo salvarse, parose muy rápido y salió como un caballo hípico, y allá más adelante estaba un canal que recientemente habían hecho, era ancho, y lo pudo brincar de manera atlética, burlando de esa manera a sus perseguidores, perdiéndose en el monte. Uno de esos funcionarios era un hombre alto, de color negro y mal encarado, resollaba por las narices de la rabia y del cansancio, mientras murmuraba: “te atrapare vitamina..”, hizo un último disparo al aire. No entendía al momento del evento, porque la persecución contra vitamina; Mi hermano Félix  solo me observaba, sin darme ninguna explicación al momento, mantuve por horas la incógnita, hasta que mi hermano, como siempre me decía las cosas: “Es que Vitamina se escapó anoche de la Cárcel, con otros y hasta P.E.C, junto con él…” . Los dos eran reconocidos por sus hazañas de hurtos  nocturnos, y siempre eran culpables por meterse a hurtadillas en las casas,  como en el patio de Gota Ramos, de Don Lauriano, Don Porrondoño, Don Juan El Alpargatero o cualquier otro vecino del vecindario, y consistían en apropiarse de las gallinas, y otras veces algunos enseres insignificantes, como también de comerse los mangos, que ya tenían recogidos la loca Miguelina, en la casa de Don Laureano. Esta vez fueron descubiertos por algunos alumnos de la escuela Grandota porque habían hurtado en las noches anteriores antes del encarcelamiento, las bebidas y casi todas las golosinas de la cantina, y la autoridad de la escuela dio el aviso a tiempo, por la misma denuncia de los alumnos al cantinero. El cantinero de nombre Loyola, dio  la novedad a la dirección de la escuela, y está  a la policía estadal; Se habían escapado antes que el Juez escuchara los alegatos de la denuncia y la defensa, y según se supo que hubo complicidad interna para la escapatoria, se comentaba que un tal Guaimarito, otro más pulido en  las hazañas del hurto que Vitamina y P:E:C, quien pagaba condena por unas de tantas, había colaborado al presentarle un primo policía de nombre Baquianito,  quien esa noche del escape quedaba de guardia en el pórtico policial, y por las promesas de unos bolívares que pagaron anticipadamente incluyendo la comisión del famoso Guaimarito, se pudo realizar el escape con éxito. El Jeep rojo esperaba al funcionario alto, de color negro y mal encarado, y el conductor le dijo: “Se escapó ese Coño e su madre…” y este le respondió: “Hay que venir al Bar la Gloria, a montarle cacería…”, y se fueron. Elena estaba allí, y no lo había notado dentro del poco público, la note nerviosa por el incidente, y vestida como siempre: Era serena, sonriente, su cuerpo plegado a la ropa,  su mirar penetrante, atrevida, solo esta vez cambio el entrecejo.

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