EL CASERON DE LAS ANIMAS
JuanIgnacioEnsayo10 de Febrero de 2020
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EL CASERON DE LAS ÁNIMAS
Alegoría
¿Ya para qué?
La región entera se mantenía expectante. Zigzagueo de rayos, presagio de tormenta eléctrica. Noche lúgubre, a la espera de próxima borrasca. Sombras de fantasmas de un pasado, se vienen, aparecen de repente. Atronadores bramidos de agua, elevada hasta formar nubes, con el rencor a flor de piel por saber sentirse defraudada, en su vocación primitiva de correr por el arroyo. Primero transformada en vapores, al sufrir el acoso de calores. Después ser llevada, viajando vaporizada, desde el inmenso lecho del océano, hasta donde ella no buscaba, no imaginaba, no quería ser llevada.
Había llegado hasta aquí, impulsada por el viento, no por su voluntad. Ahora enojada, trataba de bajarse de la altura, descendiendo benéfica a la tierra, la cual bien conocía, mientras gritaba seriamente con bramidos de trueno, su enojo de saberse suspendida allá arriba, meneada a su antojo por el viento, esperando el momento oportuno, para deslizarse en gotas, manifestando en espeluznantes truenos, hacerlo en represalia, contra cuanto se había confabulado, para verse obligada a subir, aliándose a otras gotas, quienes padecieron lo mismo, en grueso y mojado reproche, como solamente ellas y el viento sabían, contra quién fuera la protesta.
Los de abajo, la gente timorata, corría presurosa a resguardarse de una lluvia, anunciada inminente. Se encerraban en sus casas, antes de soportar el chubasco amenazador
De tanto en tanto escuchaban con zozobra, los bufidos profundos, intensos, desquiciantes, con los cuales el agua se anunciaba. Se espantaban con los truenos.
Las viejas se persignaban, cada vez cuando el rayo, descarga de átomos en movimiento, se dejaba ver, sentir y oír. Todos se estremecían por el fragor horrísono del trueno rebotando en las cañadas. Las viejas musitaban oraciones a Santa Bárbara Doncella, para ser libradas de un rayo y una centella. Los niños se metían bajo sus cobijas. Los hombres alzaban las piernas para no tocar el suelo, de no hacerlo, estarían propiciando el arco conductor de una posible descarga eléctrica, la cual viniera a causar mayores estragos, a cuanto ellos pudieran soportar. Desesperaban, si la lluvia bajara con tanto escándalo. La deseaban, es cierto, aunque la temían al mismo tiempo. El agua naturalmente llegaría.
¡Eran momentos de tensa tranquilidad! ¡Después llegaría la tormenta! ¡Luego otra vez se haría la calma!
La luna cobarde para no ver nada, se ocultó detrás de una nube negra, cargada de agua, la cual como mantarraya gigante, amenazaba con descargar su furia salvaje, alimentando el ambiente, con ráfagas de un aire impregnado de humedad, el cual buscaba a como diera lugar, caer de una vez por todas, mojando la tierra de allá abajo. Todavía había claros sin llenar en el cielo por el día de hoy. Ella no quería asomarse a ver la tierra.
Se sentía estar rememorando otra noche similar de lúgubres entornos, pero distinta en sus nefastas consecuencias. A ella, en esta noche no le gustaba cuanto veía, sentía cómo la tormenta cuando se avecinaba, era similar a una, como los habitantes habían vivido muchos años antes, cuando todo fue mentira, falsedad, palabra no dicha. Comportamiento vano, con claros visos de hipocresía ramplona, la cual ocultaba en apariencia, cuanto ella, la luna, no podía revelar a nadie, ni porque le pagaran. Siempre había visto claramente, cuanto los indiferentes vecinos no veían. Estuvo tantas ocasiones, siendo testigo mudo de lo sucedido aquellas noches olvidadas, en aquellos ayeres pasados, olvidados quizás por los humanos, más no por ella. Sin embargo, tenía un patrón de conducta definido, debía seguir saliendo, ocultándose, muda, indiferente, aunque de haberlo querido, si esto hubiera sido posible, ella mejor a nadie, hubiera podido revelar tantos secretos ocurridos durante las noches, cuando tímidamente se asomaba a las alcobas, cuando le tocó sin querer, ser no solamente espectadora, sino protagonista indiscreta, al alumbrar a quienes cometían las fechorías, como allá abajo sucedieron.
Las afueras del poblado se extendían, abrazadas por la campiña.
A lo lejos se dejaba oír el aullido de un enorme mastín, el cual espantado, lanzaba al viento su lúgubre lamento, expresado en tétricos aúllos, mezcla sarcástica de terror y de ironía. Bastaba ver el tamaño del perrazo, para entender cómo lo único visto mal en él, era percatarse del espanto como le invadía, cada vez cuando escuchaba, el lastimero sonar de las sirenas de ambulancia de transporte de enfermos y accidentados, cuando arribaban por el camino vecino, trayéndoles rumbo al hospitalito cercano a la casa de su amo, el dueño del lugar donde él vivía. El enorme animal, vivía compartiendo su espacio con otra perra pequeña, a la cual en nada llamaba la atención, cuanto a su compañero ocasionaba tanto pavor. Dicho espanto lo llevaba a inundar tétricamente con ondas acústicas, gracias a contar con grandes posibilidades para hacerlo, el entorno donde los vecinos se habían sentido angustiados cuando lo escuchaban. Eso fue sólo al principio, porque después, ya acostumbrados de escucharlo, más bien gritaban improperios, para obligar al miedoso canino, a callarse de una vez. Sus aullidos de todos modos atronaban el entorno.
En esa atmósfera cargada de electricidad y de miedo, al aullido exagerado coreaban también otros sonidos, los cuales en nada ayudaban a la tranquilidad de las conciencias. Se escuchaba muy cerca, el ronco ulular de un par de lechuzas, quienes luego de elevar el tono, en grito profundo de bajo diapasón de sinfónica, bajaban en su canto desentonado, la escala musical de sus chillidos, conforme iba llegando hasta las últimas y lastimeras notas, de su clásica eufonía, provocando a quienes los oían, un enchinamiento de piel inusitado, aunado a pensamientos de repudio al mal augurio, como sólo de oírlo, fuera provocado en todos ellos.
Los ingenuos paisanos se replegaban en sí mismos, rechazando esa cacofonía discordante, la cual tantas consejas y narraciones han provocado entre ancianos y gente sencilla, asustando a los niños azorados, con terribles relatos de ultratumba. Más que nada, impactaba a quienes viven cerca donde las lechuzas habitan todavía. ¡Esta noche estarían brindando, con los tétricos sonidos!
¡Del aullido, del ulular y del bramido! Fondo idóneo. Tanto más espeluznante como pudiera pensarse, para lograr la emoción desquiciante, cuando crispa los nervios y eriza los cabellos. Tan sólo de escuchar el concierto donde se desarrollaba. Engarzado por los ruidos de aquél trío histriónico,
¡Formado por lechuzas, nubes de tormenta y perro!
Los aldeanos presagiaban, cómo esta noche sería única, tenía mucho de especial, no habría calma para ellos, hasta cuando todo pasara. ¡Habían de santiguarse, por aquello de las dudas!
Ante estas manifestaciones de lo anormal, comparada con una noche cualquiera, las familias sencillas no podían menos, sino aguardar espantados, la misteriosa aparición de algún espectro, fantasma o espantajo. No creían en ellos, pero los temían, aguardando para ver si aparecían, pidiéndole a Dios, nunca llegar a verlos. En la mente de los labriegos, esos sonidos presagiaban la muerte, con ella vendrían visiones de aparecidos,
¡Los muertos, muertos y los muertos vivos!
No desaprovecharían la oportunidad, la cual no podían despreciar de aparecer. Vendrían a asomarse por las casas. Los todavía vivos, llenos de miedo, decidieron mejor salir huyendo a refugiarse, encerrados a piedra y lodo en sus casas. Siete llaves serían nada, para las espectrales criaturas. Ciertamente esta noche se prestaba para ello. No presagiaba nada bueno. Mientras esto sucedía en el poblado, en las afueras del vecindario, erguida y señorial, vestigio de un pasado, si no fastuoso sí de reconocida influencia en la región, abundante en semblanzas indiscutibles para los moradores del lugar, se levantaba una construcción demasiado antigua, la cual permanecía a duras penas en pie, a pesar de haberse descuidado tanto, y pese a verse completamente estropeada. ¡El Caserón de las Ánimas!
Con su escudo de armas grabado en cantera, encima del dintel. Ya no decía nada a nadie.
Había permanecido ahí por muchos años, sin ahora recordar nadie, desde cuándo fue se hubiera construido. La fecha había sido olvidada por todos. A pesar de ello, era respetada su presencia por casi toda la población. Pero sólo de verla tan deteriorada, causaba profundo temor a la mayoría de cuantos por ahí andaban, pues en ella veían sólo muros sólidos, elevados y airosos, pero endebles en su base, estando a un triz de derrumbarse sin remedio.
Por eso cuando los caminantes pasaban por ahí, se alejaban lo más posible de la cercanía de las paredes, cuanto antes aceleraban el paso, caminando pegaditos a la acera de enfrente, no fuera a ser, y una barda se viniera encima. Apresuraban la marcha, temerosos fuera a caer precisamente, en los instantes cuando por ahí cruzaban. En el Caserón de las Ánimas, los cerrojos habían sido corridos, cerradas con doble llave las cerraduras, inmovilizando los portones de acceso.
En las ventanas se habían corrido picaportes, una que otra luz mortecina, se apreciaba vagando por los pasillos de la finca, eran los tres habitantes quienes hacían la ronda, para checar en el interior todo estuviera en orden. Mientras Pedro, el ahora anciano señor dueño de aquella mansión, recorría los pasillos, tratando de ubicar cualquier posible olvido de la ahora, por matrimonio forzado con él, dueña y señora de aquella finca. Debía
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