EL CASERON DE LAS ANIMAS
JuanIgnacioEnsayo17 de Diciembre de 2019
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EL CASERÓN DE LAS ÁNIMAS
Alegoría.
¿Ya para qué...?
La región entera se mantenía expectante. Zigzagueo de rayos, presagio de tormenta.
Noche lúgubre, a la espera de próxima borrasca. Sombras de fantasmas de un pasado, ¡Se vienen! ¡Aparecen de repente! Atronadores bramidos del agua, elevada hasta formar nubes, con el rencor a flor de piel, por sentirse defraudada en su vocación primigenia de correr travesando campos, formando un arroyo.
Transformada en vapores, al sufrir el acoso de calores. Después llevada, viajando vaporizada, desde el inmenso lecho del océano, hasta donde no buscaba, no imaginaba, no quería ser llevada. Había llegado hasta aquí, impulsada por el viento, no por su voluntad.
Ahora enojada trataba de bajarse de la altura, descendiendo benéfica a la tierra, la cual bien conoce, mientras grita seriamente con bramidos de trueno su enojo, al saberse suspendida allá arriba, meneada a su antojo por el viento, esperando el momento oportuno para deslizarse en gotas, manifestando en espeluznantes truenos de represalia, contra cuanto se ha confabulado para verse obligada a subir aliándose a gotas que padecieron lo mismo, en grueso y mojado reproche, como solamente ellas y el viento saben contra quién es la protesta.
Los de abajo, gente timorata, corren presurosos a guarecerse de una lluvia anunciada inminente. Se encierran en sus casas, antes de soportar el chubasco amenazador
De tanto en tanto escuchan con zozobra bufidos profundos, intensos, desquiciantes, con los cuales el agua se anuncia. Se espantan con los truenos.
Las viejas se persignan cada vez que el rayo, descarga de átomos en movimiento, se deja ver, sentir y oír. Todos se estremecen al escuchar el fragor horrísono del trueno rebotando en las cañadas. Las viejas musitan oraciones a Santa Bárbara Doncella, para ser libradas del rayo y la centella. Los niños se meten bajo sus cobijas. Los hombres alzan las piernas para no tocar el suelo, de no hacerlo estarán propiciando el arco conductor de una posible descarga eléctrica, la cual pudiera causar mayor estrago, a cuanto ellos pueden soportar. Desesperan, cuando la lluvia baja con tanto escándalo. La desean, es cierto, aunque le teman al mismo tiempo. ¡El agua naturalmente llegará! ¡Son momentos de tensa tranquilidad! ¡Después llegará la tormenta! ¡Luego otra vez se hará la calma!
La luna cobarde para no ver nada, se oculta tras una nube negra, cargada de agua, la cual como mantarraya gigante, amenaza descargar su furia salvaje, alimentando el ambiente con ráfagas de aire impregnado de humedad, el cual busca a como dé lugar, caer de una vez por todas mojando la tierra de allá abajo, aún habiendo claros sin llenar el cielo por el día de hoy. No quiere asomarse a ver la tierra.
Se siente estar rememorando otra noche similar de lúgubres entornos, distinta en sus nefastas consecuencias. A ella esta noche no le gusta cuanto mira. Siente cómo la tormenta, cuando se avecina es similar a una, vivida por los habitantes muchos años antes, cuando todo fue mentira, falsedad, palabra no dicha, comportamiento vano, con claros visos de hipocresía ramplona, la cual ocultó en apariencia, cuanto ella, la luna, no pudo revelar a nadie, ni porque le pagaran.
Observó cuanto los indiferentes vecinos no vieron. Estuvo tantas ocasiones, siendo testigo mudo de lo sucedido aquellas noches olvidadas, en aquellos ayeres pasados, olvidados quizás por los humanos, más no por ella. Sin embargo tiene un patrón de conducta definido. Debe seguir saliendo, ocultándose, muda, indiferente, aunque de haber querido, si hubiera sido posible, ella mejor que nadie hubiera podido revelar tanto secreto ocurrido durante las noches, cuando tímidamente se asomaba a las alcobas, cuando le tocó sin querer, ser no solamente espectadora, sino protagonista indiscreta, al alumbrar a quienes cometían las fechorías como allá abajo sucedieron.
Las afueras del poblado se extendían, abrazadas por la campiña.
A lo lejos se deja oír el aullido de un enorme mastín, el cual espantado lanza al viento su lúgubre lamento, expresado en tétricos aúllos, mezcla sarcástica de terror e ironía.
Basta ver el tamaño del perrazo, para entender cómo lo único mal visto en él, es percatarse del espanto que le invade, cada vez cuando escucha el lastimero sonar de sirenas de ambulancia, al transportar enfermos y accidentados cuando arriban por el camino vecino, siendo traídos rumbo al hospitalito cercano a la casa de su amo, el dueño del lugar donde él vive. El enorme animal, habita compartiendo su espacio con otra perra pequeña, a quien para nada llama la atención, cuanto a su compañero ocasiona tanto pavor. Dicho espanto lo lleva a inundar tétricamente las ondas acústicas, gracias a contar con grandes posibilidades para hacerlo. Invade el entorno donde los vecinos quienes se han sentido angustiados cuando lo escucharon. Eso fue sólo al principio, después acostumbrados de escucharlo, más bien gritan improperios, para obligar al miedoso canino, a callarse de una vez. ¡Sus aullidos de todos modos atruenan el entorno!
En esa atmósfera cargada de electricidad y miedo, al aullido exagerado corea también otros sonidos, los cuales nada ayudan a la tranquilidad de las conciencias.
Se escucha muy cerca el ronco ulular de un par de lechuzas, quienes luego de elevar el tono, en grito profundo de bajo diapasón de sinfónica, bajan en su canto desentonado, la escala musical de sus chillidos, conforme van llegando hasta las últimas y lastimeras notas de su clásica eufonía, provocando a quien la escucha, un enchinar inusitado de piel, aunado a pensamientos de repudio al mal augurio, como sólo de oírlo, está siendo provocado en todos ellos. Los ingenuos paisanos se repliegan en sí mismos, rechazando la cacofonía discordante, la cual tantas consejas y narraciones ha provocado entre ancianos y gente sencilla, asustando niños azorados, con terribles relatos de ultratumba. Más que nada, se ven impactados quienes viven cerca, donde las lechuzas habitan todavía.
Esta noche estarán brindando los tétricos sonidos, ¡Del aullido, el ulular y el bramido!
Fondo idóneo para una noche de tormenta. Tanto más espeluznante a como pudiera pensarse, para lograr la emoción desquiciante, cuando crispa los nervios y eriza los cabellos, sólo de escuchar el concierto donde se desarrolla, engarzado por los ruidos de aquél trío histriónico.
¡Formado por lechuzas, nubes de tormenta, y perro!
Los aldeanos presagian esta noche será única, tiene mucho de especial, no habrá calma para ellos hasta cuando todo pase. ¡Han de santiguarse, por aquello de las dudas!
Ante estas manifestaciones de lo anormal, comparada con una noche cualquiera, las familias sencillas no pueden menos, sino aguardar espantados la misteriosa aparición de algún espectro, fantasma o espantajo. No creen en ellos, pero los temen, aguardando a ver si aparecen, pidiendo a Dios nunca llegar a verlos. En la mente de los labriegos, esos sonidos presagian la muerte, con ella pueden venir visiones de aparecidos,
¡De muertos, muertos y de muertos, vivos!
No desaprovecharán la oportunidad, la cual no pueden despreciar de aparecer. Vendrán a asomarse por las casas. Los todavía vivos llenos de miedo, decidieron mejor salir huyendo a refugiarse, encerrarse a piedra y lodo en sus casas. Siete llaves serían nada para las espectrales criaturas. Ciertamente esta noche se presta para ello. ¡No presagia nada bueno! Mientras esto pasa en el poblado, a las afueras del vecindario, erguida y señorial, vestigio de un pasado, si no fastuoso, sí de reconocida influencia en la región, abundante en semblanzas indiscutibles para los moradores del lugar, se levanta una construcción demasiado antigua, la cual permanece a duras penas en pie, a pesar de haber sido descuidada tanto, pese todo, verse completamente estropeada. ¡El Caserón de las Ánimas!
Con su escudo de armas grabado en cantera encima del dintel. Ya no dice nada a nadie.
Ha permanecido ahí por muchos años, sin ahora recordar nadie cuándo fue, se hubiera construido. La fecha ha sido olvidada por todos. A pesar de ello, es respetada su presencia por toda la población. Sólo de verla tan deteriorada, causa profundo temor a la mayoría de cuantos por ahí deambulan, pues en ella ven sólo muros sólidos, elevados y airosos, pero endebles en su base, estando a un triz de derrumbarse sin remedio. Cuando los caminantes pasan por ahí, se alejan lo más posible de la cercanía de paredes. Cuanto antes aceleran el paso, caminando pegaditos a la acera de enfrente, no vaya a suceder una barda se venga encima. Apresuran la marcha, temerosos caiga precisamente en los instantes cuando por ahí cruzan. En el Caserón de las Ánimas, los cerrojos han sido corridos, cerradas con doble llave las cerraduras, inmovilizando los portones de acceso.
En las ventanas se corren picaportes. Una que otra luz mortecina se aprecia vagando por los pasillos de la finca. Son los tres únicos habitantes quienes hacen la ronda, revisando en el interior, todo esté en orden.
Pedro, el ahora anciano señor dueño de la mansión, recorre los pasillos, tratando de ubicar cualquier posible olvido, de quien ahora por matrimonio forzado con él, es dueña y señora de aquella finca. Debe corregirlos, subsanar con su acción la falta de memoria, como ya se hace notar en la mujer anciana, mucho más vieja que él, aunque sea menor de edad por muchos años. La observa más deteriorada, más acabada, jugando lastimeramente con cuanto hasta entonces supondría ser únicamente dominio del varón de la finca,
¡La
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