El Altin En Hispania
gers1320 de Agosto de 2012
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El latín en Hispania: la romanización de la Península Ibérica. El latín vulgar. Particularidades del latín hispánico
1. La Romanización de la Península Ibérica
El Imperio Romano fue, sin duda, el mayor imperio del mundo antiguo. Se fue creando poco a poco a partir de la expansión de su capital, Roma, y pretendió conquistar todo el mundo conocido, es decir, todos los países próximos al Mar Mediterráneo, llamado mare nostrum por los antiguos romanos. Así, en su momento de máxima expansión durante el reinado de Trajano, el Imperio Romano se extendía desde el Océano Atlántico al oeste hasta las orillas del Mar Negro, el Mar Rojo y el Golfo Pérsico al este, y desde el desierto del Sáhara al sur hasta las tierras boscosas a orillas de los ríos Rin y Danubio y la frontera con Caledonia (actual Escocia), en Gran Bretaña, al norte. En consecuencia, recibe el nombre de romanización el proceso a través del cual el Imperio Romano fue conquistando, sometiendo e integrando a su sistema político, lingüístico y social a todos los pueblos y territorios que fue encontrando a su paso. El fenómeno de la romanización es de una importancia histórica absolutamente fundamental puesto que gracias a él un amplio territorio de la antigua Europa pudo compartir una misma base social, cultural, administrativa y lingüística.
Por lo que se refiere a la conquista y romanización de la Península Ibérica, ésta se inició en el año 218. a. C., al iniciarse la segunda guerra púnica con el desembarco de los Escipiones en Emporion (hoy Ampurias, en la provincia de Gerona). Desde el mismo instante en que los romanos se introdujeron en la península, empezaron a sucederse las conquistas. Así, por ejemplo, hacia el 209 a. C. Cornelio Escipión tomó la ciudad de Cartago Nova y poco después Gadir, antigua colonia fenicia, cayó en manos romanas en el año a. C. No obstante, el proceso de conquista de Hispania no fue rápido debido a la resistencia que opusieron algunos de los lugares conquistados; por ello, la colonización de toda la península duró dos siglos ya que sólo finalizó de modo definitivo en el año 19 a. C. (época de Augusto) con el sometimiento al norte de cántabros y astures. Puede considerarse que la romanización determinó y fijó el destino de Hispania, destino dudoso hasta entonces debido a las entrecortadas influencias oriental, helénica, celta y africana que había tenido.
La romanización hispánica se produjo con una base social distinta de la que se había partido para conquistar territorios más próximos a Roma. A la Península Ibérica llegan colonos, soldados, comerciantes de todo tipo, funcionarios de la administración, arrendatarios e incluso gentes de baja estima social, lo que evidentemente condicionó el latín hablado en esta nueva provincia romana. Roma también llevó a cabo un reajuste de tipo administrativo de las antiguas provincias Citerior y Ulterior (que habían sido creadas en el año 197 a. C., cuando las autoridades romanas dividen el territorio hispano y lo consideran, definitivamente, una parte más del imperio); así, una parte de la Ulterior quedó anexionada por la Citerior, que ahora se llamará Tarraconense (considerada provincia imperial). El resto de la Ulterior se subdividió en dos nuevas provincias; por un lado, la Baetica y por otro la Lusitania. Además, la organización social de Hispania refleja la misma estructura social que el resto del imperio (al menos en un primer momento); de este modo, la población (cives) se dividía en ciudadanía plena y libre (romani), ciudadanía con libertad limitada (latini), habitantes libres (incolae) sin derecho a ciudadanía, los libertos (liberti) y los esclavos (servi). Con el paso del tiempo y a medida que la romanización se fue asentando, los nativos fueron obteniendo progresivamente el derecho de ciudadanía, hasta que en el S. III d. C. (época de Caracalla) se generalizó este derecho para la totalidad de la población del Imperio. Naturalmente, en el momento en que una nueva zona era anexionada, se implantaba también en ella, además de la estructura social, la estructura militar, técnica, cultural, urbanística, agrícola y religiosa que había en Roma, lo que garantizaba la cohesión del imperio.
Por lo que respecta a la latinización (adopción del latín como lengua por parte de los pueblos colonizados en detrimento de sus lenguas autóctonas) hay que decir que no fue un proceso agresivo ni forzado: bastó el peso de las circunstancias. Los habitantes colonizados vieron rápidamente las ventajas de hablar la misma lengua que los invasores puesto que de ese modo podían tener un acceso más eficaz a las nuevas leyes y estructuras culturales impuestas por la metrópoli. Además, los nuevos habitantes del Imperio sentían de forma casi unánime que la lengua latina era más rica y elevada que sus lenguas vernáculas, por lo que la situación de bilingüismo inicial acabó convirtiéndose en una diglosia que terminó por eliminar las lenguas prerromanas. Por tanto, fueron los hablantes mismos, sin recibir coacciones por parte de los colonos, quienes decidieron sustituir sus lenguas maternas por el latín. No obstante, hubo en Hispania una excepción a este respecto, ya que los hablantes de la lengua vasca nunca dejaron de utilizarla, lo que permitió que sobreviviera, fenómeno de lealtad lingüística que se dio en varias partes del Imperio, como en Grecia, que nunca perdió el griego pese a su fuerte romanización.
En definitiva, la romanización dotó de una identidad estable a Hispania y la introdujo de lleno en un Imperio que había de ser decisivo en la evolución de la Historia de la Humanidad. Con el paso del tiempo, Hispania también aportó grandes beneficios culturales al mundo latino, sobre todo en el campo de las letras. Así, tenemos retóricos de Hispania como Porcio Latrón, Marco Anneo Séneca y Quintiliano. También pertenecen a esta parte del Imperio escritores latinos tan importantes como Lucio Anneo Séneca, Lucano y Marcial, que escribieron obras muy relevantes en las que algunos críticos han visto los rasgos fundacionales del espíritu de la cultura y la literatura españolas.
2. El latín vulgar
¿Qué es el latín vulgar?
El latín, al igual que todas las demás lenguas, tenía variedades lingüísticas relacionadas con factores dialectales (variedades diatópicas), con factores socioculturales (variedades diastráticas), con factores históricos y evolutivos (variedades diacrónicas) y con factores relacionados con los distintos registros expresivos (variedades diafásicas); pues bien, el latín vulgar (también llamado latín popular, latín familiar, latín cotidiano o latín nuevo) era la variante oral del latín, es decir, el latín que utilizaban los romanos (fueran cultos, semicultos o analfabetos) en la calle, con la familia y, en general, en los contextos relajados. Se trata, por tanto, de un latín que se aleja del latín clásico y normativo debido a la espontaneidad y viveza que le otorga su naturaleza oral y cotidiana. Esta variante diafásica de la lengua latina es de vital importancia puesto que es de ella (y no del latín culto de la literatura y los registros formales) de donde van a proceder las lenguas romances o románicas, y más en concreto del latín vulgar del período tardío (S. II-VI).
A principios del S. XX, el gran filólogo D. Ramón Menéndez Pidal empezó a estudiar el latín vulgar guiado por la intuición de que debía ser en esa variante en la que se encontrasen las pautas para poder reconstruir y entender el origen del español y del resto de lenguas romances. Desde entonces, las investigaciones realizadas en el terreno de la Filología Románica han permitido entender mucho mejor el origen de estas lenguas. No obstante, un problema se plantea de inmediato: ¿cómo estudiar una variante lingüística que es oral y que se distancia mucho de las variantes escritas? ¿De dónde se puede extraer información? Los filólogos que se han ocupado de este asunto han sido capaces, con el tiempo, de hallar algunos materiales muy valiosos.
Fuentes para el conocimiento del latín vulgar
Dado que el latín vulgar era oral y evanescente y que sólo se empleaba en contextos relajados, ¿de dónde podemos obtener información acerca de sus características? Es evidente que no existe ningún texto escrito en latín vulgar; a lo sumo, tenemos textos en los que se encuentran algunos vulgarismos dispersos, perdidos entre el estilo lujoso y cuidado que caracteriza a la literatura latina. No obstante, gracias a los vulgarismos que se pueden rescatar de algunas obras cultas (incluidos en ellas por razones muy variadas) y a algunos textos escritos por personas no demasiado cultivadas, la filología ha podido reunir un conjunto de materiales relativamente amplio. Veamos a continuación cuáles son las principales fuentes para conocer el latín vulgar.
a) Obras de gramáticos latinos. Son muchos los autores latinos que, en su afán de purismo, reprenden y denuncian determinadas pronunciaciones incorrectas. El primero de los autores que censuró estos errores fue Apio Claudio (hacia el 300 a. C.), seguido por muchos otros, como Virgilio Marón de Tolosa (S. VII) o el historiador lombardo Pablo Diácono (740-801). Con todo, las correcciones expresivas que señalan estos autores hay que tomarlas con prudencia, ya que muchas de ellas son arbitrarias e incluso abiertamente irreales. La obra más importante de este conjunto es, sin ninguna duda, el llamado Appendix Probi (¿S. IV a. C.?), llamado así porque se conserva en el mismo manuscrito que un tratado del gramático Probo. Es una especie de «gramática de errores» que cataloga y corrige 227 palabras y fórmulas tenidas por incorrectas, como por ejemplo las siguientes: vetulus non veclus, miles
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